Iván Thays
Lezama Lima en La Habana
Hoy 19 de diciembre se cumple el centenario del nacimiento de José Lezama Lima. En Cuba celebran el siglo con diversas celebraciones, en especial una muestra en la casa natal del autor, un escritor barroco y erudito que nunca encajó en los cánones sociales de lo que quería la revolución cubana como escritor, pero que ahora ha sido ?perdonado? y se editarán sus obras completas.
En el suplemento Babelia, Manuel Rodríguez Rivero comenta al autor, se pregunta si realmente es difícil el autor (?no tanto? se responde) y pide que se recupere su lectura:
Si estos días se lee poco a José Lezama Lima (1910-1976), de quien mañana se conmemora el primer centenario, quizás se deba a que muchos lectores han dado la espalda a aquella apodíctica sentencia que el autor estampó en el íncipit de La expresión americana (1957; Alianza, 1969, hoy incomprensiblemente descatalogado): ?Sólo lo difícil es estimulante?. Pero, ¿es difícil Lezama? No tanto. Lo que ocurre es que, en una época en que la mayoría sólo demanda a la literatura que entretenga, Lezama es un intempestivo, un excéntrico obsesionado por el poder evocador de la palabra como portadora de sentido y como vehículo de las músicas y ritmos que residen en el lenguaje. La mayor dificultad que plantea su obra es que exige una condición de cumplimiento problemático en un mundo en que la idea del placer va demasiado unida a la de su satisfacción inmediata: y es que, para ser entendidos (y disfrutados), sus libros requieren tiempo y entrega. Como es uno de esos escritores (al igual que sus maestros barrocos) que sabe ?pensar con imágenes?, la lectura de sus obras propicia una experiencia distinta y estimulante; a cambio del esfuerzo, Lezama trata a su lector de tú a tú, suponiéndole la misma inteligencia y sensibilidad de la que hace gala. Poeta y ensayista antes que narrador, su fama le llegó, sin embargo, por una estupenda novela-palimpsesto en que narración, reflexión, erudición ensayística y ritmo e imagen poéticos constituyen un todo inseparable y extrañamente sensual. En 1966, cuando se publicó Paradiso (la mejor edición disponible es la de Alianza, que recoge la fijada por Cortázar y Monsiváis para la editorial Era), se la incluyó apresuradamente en el catálogo de grandes creaciones del boom, olvidando que sus primeros capítulos aparecieron en la revista Orígenes (que su autor había fundado con Rodríguez Feo) a partir de 1949. Lezama tardó casi veinte años en escribirla, como si se tratara de una especie de primoroso y exacto testamento o compendio de su literatura. Y es desde ella desde donde, en mi opinión, mejor puede recorrerse hoy su obra, hacia atrás (sus libros de poemas, sus ensayos y recopilaciones de artículos) y hacia adelante, incluyendo el poemario Fragmentos a su imán (1977) y ese cierre deParadiso que constituye Oppiano Licario (1978), dos libros póstumos y desencantados que merecen particular atención.
Por otra parte, en la revista Milenio Jaime Muñoz Vargas también recuerda el siglo de Lezama Lima declarando que su escritura ha caído en desuso en los últimos años. Dice la nota:
No es más conocido, leído o emulado porque, creo, el registro de su escritura ha caído en desuso en las décadas recientes. Digamos que en estas épocas domina un estilo ligero, más bien plano, el más fácilmente asimilable por el lector apresurado y nada dispuesto a gastar tiempo en machincuepas sintácticas o en imágenes poéticas que supongan alguna complicación. Vivimos un momento hedónico en todo: si alguien propone que hagamos política para lograr un cambio social, lo juzgamos loco pues nadie está dispuesto a sacrificar su tranquilidad por una idea, por importante que parezca. Si alguien recuerda que cierto cine europeo es mejor que el norteamericano, lo tomamos por mariguano ya que aquel es ?lento? y denso y éste es ágil y entretenido. Así, cuando alguien recomienda un libro en estas épocas más vale que no elija el de un barroco, pues todos esperan un tip que no cometa la impertinencia de enredarnos en berenjenales.
Lezama Lima, pues, no goza hoy y acaso no gozó nunca de multitudes. Su obra es, un poco como la de Borges o Reyes, aunque de otra manera, una obra para escritores, quienes al cabo suelen ser los que más aprecian a los colegas que desbrozan y despejan brechas nuevas o le añaden un timbre especial a lo ya muy conocido. Eso fue lo que logró Lezama Lima: el barroquismo elevado al cubo era hasta él un asunto del pasado, un estilo que tenía como hitos a Góngora y Sor Juana y carecía de cultores más cercanos a nosotros en el tiempo. En eso apareció, casi de la nada, el gordo Lezama Lima, quien vinculó un pensamiento espeso de imágenes poéticas con una expresión (hablada y escrita) no barroca, sino hiperbarroca, exuberante hasta lo selvático. Su virtud le trajo seguidores, lectores de culto, algunos de ellos lujosísimos como Cortázar, Vargas Llosa o Monsiváis, pero también le acarreó repulsas. Para sus no lectores, Lezama Lima es un ilegible, un oscuro, un escritor de formas inextricables. Yo estoy a medio camino entre los que lo veneran y los que lo rechazan: el barroquismo siempre me ha gustado y por ello me presumo permanente feligrés de Góngora, Quevedo, Carpentier, Lemebel y otros pocos que han hecho de ese modo, el barroco, un modo eminente del español.