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Blogs de autor

Como un saco de boxeador

Por 25 de abril de 2012 Sin comentarios

Eder. Óleo de Irene Gracia

Iván Thays

Un artículo mío publicado hoy en el blog Vano Oficio del diario El País. Sobre los ingresos modestos la baja autoestima de los escritores y nuesta necesidad -o necedad- de no valorar nuestra trabajo y sentirnos mal por cobrar. Los eternos ad-honorem.

Foto: K0P
“Recuerdo una anécdota de Ezra Pound cuando era niño. Su padre trabajaba acuñando monedas en un Banco y lo dejaba entrar a la bóveda repleta de sacos con monedas de oro. Los colegas de su padre le decían: “si puedes levantar uno de los sacos, te lo llevas”. El pequeño Ezra siempre lo intentaba pero jamás logró llevárselo. La ambición literaria es eso mismo. Mientras esté la promesa de llevarnos el saco de oro si podemos ponérnoslo en nuestros hombros, y mientras vayamos todos los días a internarnos en la bóveda a hacer el intento, habrá literatura.”
Esa es la respuesta que di, en 1993, ante la pregunta por la ambición literaria a un grupo de jóvenes que editaban un periódico universitario. Yo acababa de publicar mi primer libro de cuentos, Las fotografías de Frances Farmer, y estaba seguro de que con esa anécdota me estaba refiriendo a la persistencia. Ahora, casi veinte años después, me doy cuenta de que también me estaba refiriendo al oro. 
Hace poco hice un ejercicio para una revista argentina, al estilo Je me souviens de George Perec, en el que citaba sin mayor conexión decenas de frases y anécdotas referidas a escritores y dinero. O más precisamente, escritores y problemas monetarios. Escribir para hacerse millonario puede parecer una ambición bastante extravagante, aunque válida, tan válida como estar dispuesto a morirse de hambre por culpa de la literatura o aceptar ser un mil oficios para poderse mantener sobre la línea de flotación. 
Al respecto, siempre me ha parecido tremendo el comienzo de A salto de mata, las memorias de Paul Auster: “Cuando llegué a la treintena, pasé unos años en los cuales todo lo que tocaba se convertía en fracaso. Mi matrimonio terminó en divorcio, mi trabajo como escritor se hundía y estaba abrumado por problemas de dinero. No me refiero simplemente a una escasez ocasional, ni a tener que apretarme el cinturón de cuando en cuando, sino a una falta de dinero continua, opresiva, casi agobiante, que me envenenaba el alma y me mantenía en un inacabable estado de pánico.”
El alma envenenada. El inacabable estado de pánico. El hambre ha resultado ser un buen consejero literario para algunos, pero eso no signfica que el escritor sea necesariamente un hambriento. Alguna vez me despidieron de un trabajo argumentando muy felizmente que me estaban haciendo un favor: un escritor verdadero tenía que ser pobre. ¿Cómo me atrevía a defender un sueldo y, en el colmo de la incoherencia, también pretender ser un escritor auténtico? Al final, pude mantener mi puesto pero solo si aceptaba trabajar ad-honorem. Y acepté, cómo no. Las penurias económicas y los ingresos modestos deben agradecerse pues son alicientes para escribir libros geniales llenos de hambre.
En un excelente texto, la escritora croata Dubravka Ugresic ha diagnosticado a los escritores: son seres que sufren de autoestima baja. ¿Dicen por ahí que tenemos egos revueltos? Pues no. Yo diría más bien egos disueltos. Ugresic lo explica así: “Cuando un escritor no está seguro de serlo (y los escritores de verdad nunca lo están) su sentido de la profesión no puede ser real. Así pues ¿cómo pueden cobrar esos escritores por sus esfuerzos literarios? (…) Un escritor de verdad tiene problemas de autoestima, vive permanentemente consumido por la duda, aunque haya sido reconocido públicamente (…) Una persona con la autoestima baja es como un saco de boxeador a disposición de cualquiera; el primero que pase por ahí puede encajarle un puñetazo. Un escritor de verdad se siente culpable y cree que lo que hace no tiene importancia ni utilidad, o se siente un privilegiado (aunque no cobre un céntimo), mientras que la gente seria trabaja (…) Tan pronto como se hace un llamamiento a su humanismo, el escritor con baja autoestima se olvida por completo de sus emolumentos. Cuando la gente se queja en cualquier país del precario estado de la literatura, el escritor acepta publicar gratis sin rechistar. Para este tipo de personas, el dinero es como un regalo. Viven de lo que escriben, pero no de lo que ganan. Por eso es frecuente dar con los escritores con la autoestima baja en encuentros y retiros literarios. Allí, mimado por la soledad, con ayuda de una beca miserable y alojado en un cuartucho gratis, el escritor con baja autoestima escribe su “obra maestra”. Al terminar recibe un pago que nunca supera el salario mensual de su editor.”
El ensayo de Ugresic se titula “Escritores con ingresos modestos” y aparece en el libro Gracias por no leer (La Fábrica). Lo leo en un taxi rumbo a una conferencia en un colegio muy distante de mi casa, pero me han ofrecido pagarme el taxi y unos emolumentos por presentarme. Hablaré de cómo la literatura nos cambia la vida. Citaré a Shakespeare. Llevo un saco de vestir azul marino. Y en el bolsillo del saco me incomoda un objeto inmanejable: mi talón de recibos por honorarios profesionales.
(Pero aún queda, en esa bóveda del banco del padre de Pound, un saco de oro y algunas oportunidades más para levantarlo. Me refiero al oro, pero también a la persistencia).

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Iván Thays

Iván Thays es escritor peruano (Lima, 1968) autor de las novelas "El viaje interior" y "La disciplina de la vanidad". Premio Principe Claus 2000. Dirigió el programa literario de TV Vano Oficio por 7 años. Ha sido elegido como uno de los esccritores latinoamericanos más importantes menores de 39 años por el Hay Festival, organizador del Bogotá39. Finalista del Premio Herralde del 2008 con la novela "Un lugar llamado Oreja de perro".

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