Héctor Feliciano
Ya sé que las últimas encuestas favorecen a Obama. En algunos estados, ha aumentado notablemente su ventaja hasta el punto que McCain los da ahora por perdidos. En otros, dudosos hace poco, ha comenzado a tomar la delantera. Esos pequeños movimientos en la intención de voto son recientes y parecen deberse, en gran parte, a la crisis financiera.
A pesar de esas cifras alentadoras, sin embargo, existe una corriente desfavorable que atraviesa la candidatura de Obama. Es, naturalmente, la raza.
Los demócratas que votaron alegremente por Obama en las primarias nunca admitieron que, en las elecciones nacionales, el tema de la raza podía llegar a ser un impedimento para llegar a la presidencia.
Sólo ahora, a unas pocas semanas de los comicios, comienzan a caer en la cuenta al divulgarse recientemente una serie de encuestas y de cifras.
Primero, se ha sabido que a pocas semanas de las elecciones, 18% de todos los votantes no se han decidido aún o podrían todavía cambiar de opinión. Algunos encuestadores se asombran del alto porcentaje de indecisos, a estas alturas, de una contienda muy disputada y se lo atribuyen al tema de la raza.
Luego, el último sondeo de The New York Times coloca a Obama a sólo dos o tres puntos por encima del margen de error. Con la baja popularidad de Bush y sus desprestigiados ocho años de gobierno, con la insondable crisis económica de las últimas dos semanas, los desvaríos de McCain que canceló su campaña y dejó el primer debate en el aire para irse a negociar en el Congreso y el deseo profundo de cambio entre el electorado que demuestran las encuestas, Obama debería tener ya una ventaja mayor.
Hasta ahora, Obama ha compuesto metódicamente su coalición de fuerzas. En los primeros meses de las primarias, cuando era necesario atraer a la izquierda, el electorado negro se trasvasó casi entera y automáticamente de Hillary a Obama y permanece fiel al candidato demócrata; por su parte, los hispanos, de los que se temía no votarían jamás por un negro, tienen ahora la intención de votar a casi dos terceras partes por él.
Así, quedan solamente los electores blancos de los que un sector parece sordo a sus llamados.
Ya, durante las primarias se supo que hasta el 20% de los demócratas blancos de Pensilvania, uno de los estados hoy indeciso, consideraban que la raza del candidato había sido importante al tomar la decisión para darle su voto.
Luego, en julio, una encuesta de The New York Times arrojó un curioso resultado. Se hizo la siguiente pregunta a una muestra representativa nacional de los electores blancos: si estarían dispuestos a votar por un candidato negro. Solamente 5% contestó que no. Pero, se reformuló la encuesta y se preguntó a los interrogados si la mayoría de sus conocidos votaría por un candidato negro. Entonces, 19% contestó que la mayoría de sus amigos no votarían por un negro. Con esos resultados en manos se sabe, pues, que en la primera formulación de la pregunta alguien mintió; y, gracias a la segunda, sabemos que fueron muchos.
A las cifras y consideraciones previas habría que añadir otra reciente encuesta en la que resulta que 30% de los demócratas blancos, muchos de los cuales votaron por Hillary en las primarias, no acaban de decidirse a votar por Obama.
Si a eso le agregamos que los demócratas no han obtenido la mayoría del voto blanco desde Lyndon Johnson en 1964, y que, además, desde esa fecha, han ganado solamente tres de las 11 elecciones presidenciales, podemos afirmar que la raza juega un papel decisivo en esta campaña.