Héctor Feliciano
Les quiero hacer parte de unas impresiones que, me parece, se captan más fácilmente al vivir esta campaña desde los Estados Unidos.
Sorprende que, en los medios aquí, la campaña presidencial se ha visto opacada, día tras día, por la crisis financiera. Lo desconocido de ésta, sin que se sepa hasta dónde llegará ni para dónde va, es suspenso suficiente para tener a la gente en vilo. El tema monopoliza las primeras planas de los diarios y las aperturas de las noticias en la televisión y en la radio.
Esa abrumadora presencia significa, también, que el público no encuentra tiempo para interesarse por el futuro presidente o para saber si es capaz o no de manejar el derrumbe financiero.
Es cierto que el gobierno juega un papel menos importante en la vida diaria de los estadounidenses que en la de los países europeos o de América Latina y que, acaso por lo anterior, menos gente vota en este país que en otros, pero, aún así, todo ello no explica el poco interés en las elecciones que se advierte ahora.
A mi parecer, se debe a la falta de entusiasmo profundo por los dos candidatos.
Obama, que, durante las primarias, había electrificado y enamorado con su oratoria y su insistente tema de cambio a los periodistas y a la base demócrata de jóvenes de izquierdas, de profesores, de maestros, de profesionales, de votantes negros, ha resultado ser, ahora que es un candidato nacional, cauteloso en su carácter, que esquiva permanentemente la confrontación y de gran moderación en sus posiciones -en la campaña nacional ha favorecido la pena de muerte en ciertas circunstancias y apoyado los subsidios del estado creados por Bush para que las iglesias hagan trabajo de asistencia social. Es cierto que Obama ha logrado atraer a la mayoría de los que votaron por Hillary en las primarias, pero no ha sabido infundirles entusiasmo.
Así, muchos de los entusiastas originales que votaron e hicieron campaña por Obama, votarán sin duda alguna por él en noviembre, pero se encuentran hoy un poquitín desorientados y viviendo de su entusiasmo original sin atreverse a intentar saber qué pasó con su candidato.
Por su parte, McCain, porque es esencialmente un republicano moderado y un hombre divorciado que favorece el aborto, nunca había logrado movilizar a la base conservadora y religiosa republicana. Es ésta la que se apoderó del partido desde los años 80y 90y que llevó a Bush a las dos victorias de 2000 y de 2004. Con la conservadora y evangélica Palin como candidata a la vicepresidencia, McCain proporcionó a la base lo que quería, despertándola de su letargo.
Pero, después de la sorpresa inicial, la candidatura de Palin ya ha encontrado sus propios límites sin lograr rebasar el marco del voto conservador. Además, como he observado ya, demasiados comentaristas conservadores han puesto en duda su aptitud y experiencia en política internacional, su conocimiento del mundo, para ser candidata. Convencido de que ganará si se presenta como un político rebelde, indomable, McCain ha comenzado a actuar como un espontáneo, pero la impresión que da es la de un hombre errático que comete errores y que va de un lado para otro sin diseñar una política coherente. Y, encuentra, pues, pocos entusiastas verdaderos.
Así sigue, por el momento, la campaña. Esperemos que se mejore antes de noviembre.