Francisco Ferrer Lerín
Cuando el término ‘orgullo’ deja de ser un sentimiento de satisfacción ante cualquier logro conseguido y se convierte en el rótulo de una exultante fiesta del lobby homosexual.
Cuando ‘oler’ se utiliza en vez de ‘oler mal’, acompañándolo además con el acercamiento a la nariz de los dedos de una mano.
Cuando ‘escuchar’, que aún es definido por la RAE como ‘prestar atención a lo que se oye’, se emplea, en vez de ‘oír’, en todo tipo de situaciones incluyendo explosiones y otros accidentes inesperados.
Cuando ‘buenos días’ se bate en retirada ante la catalanada ‘buen día’.
Cuando ‘la India’ mengua, convertida en ‘India’.
Cuando el verbo ‘hacer’ se convierte en el paradigma de las palabras comodín dando lugar a empobrecidas construcciones como ‘hacer un café o un aperitivo’ en vez de ‘tomar un café o un aperitivo’, ‘hacer gasolina’ en vez de ‘poner o echar gasolina’, ‘hacer un cine’ en vez de ‘ir al cine’, ‘hacer un infarto’ en vez de ‘sufrir o tener un infarto’, ‘hacer podio’ en vez de ‘lograr un podio’, ‘hacer cima’ en vez de ‘alcanzar la cima’, ‘hacer la siesta’ en vez de ‘echar la siesta’, y así un extenso rosario de tercos barbarismos.
Cuando se olvida que la lengua posee exónimos y nos bombardean con Lleida, Girona, A Coruña, Ourense, Gasteiz, Donostia, Castelló, València, Alacant y ya pronto Xixón y Uviéu.
Cuando el disparate inclusivo es la seña de identidad más sofisticada de la izquierda política.
Entonces.
Desplazados, ignorados, machacados.
Y ante un panorama de charanga y no retorno.
Sólo nos queda rezar.