Francisco Ferrer Lerín
Parroquianos endomingados pontifican en la taberna Lupercio en pleno aperitivo, vermú casero y banderillas Gilda, sobre la etología de dos especies orníticas, una de interés cinegético y culinario, la chocha perdiz –Scolopax rusticola-, y otra de interés ambiental y paisajístico, el cernícalo vulgar –Falco tinnunculus-, que recibe, a nivel local, provincial e incluso regional, el nombre de ‘esparvel’, siendo ‘becada’ el nombre generalizado en el caso de Scolopax rusticola, todo ello con sus variantes prosódicas. El erudito Pierre Albret ya fue testigo, hace bastantes años, del ejercicio de esa alambicada práctica aragonesa que es la ultracorreción; escribía Albret: “Conscientes las clases más culturalizadas del repudio a los esdrújulos que se atribuye secularmente a los aragoneses, optan por acentuar de ese modo cualquier palabra de aspecto señorial o de significado poco definido. De hecho, una tienda de artículos de menaje anuncia la venta de MÁMPARAS y, en amena conversación con los huéspedes del hotel, he podido oír GRÁNITO, HIPÓTECA, MALÁBARES y PEPSÍCOLA, palabras pronunciadas con la satisfacción que produce saberse escuchado”. Pues ahora, aquí, en la taberna Lupercio, se está produciendo una cruel dicotomía: los jornaleros, los cazadores de a pie, los gitanos, hablan de “becadas" y “esparveles"; los señoritos de alguna tierra, los monteros, los gerentes de supermercado, hablan, ufanos, de “bécadas” y “espárveles”.