Francisco Ferrer Lerín
No reconocí a los comensales, quiero decir que cuando se sentaron a mi mesa -estaba tomando el aperitivo- tuve el impulso de levantarme, de cambiar de sitio, lo que era posible en aquel instante ya que el restaurante estaba vacío, circunstancia que dejó de ser así al cabo de unos minutos cuando un grupo numeroso de viajeros invadió el comedor ocupando las mesas de forma aleatoria. Los tres individuos que comerían conmigo, avanzadilla del grupo, me saludaron con un impreciso "¿qué fue?" y, al momento, tuve la sensación de que al menos uno no era hombre -ya comenzaban en esos años los cambios de sexo-. Entonces, gracias a una rápida mirada a mi alrededor, comprendí que la mayoría de los viajeros pertenecían a esa nueva categoría, y cuando los tres de mi mesa descubrieron que mi condición era de normalidad y el lugar de mi residencia habitual era este pueblo, intentaron agredirme, el de mi derecha y el de mi izquierda con los tenedores, que iban a clavármelos en los ojos, al tiempo que el de enfrente intentaba herirme en el abdomen con sus botas provistas de cuchillas.