Francisco Ferrer Lerín
Con diferencia de pocos meses fallecen dos de las heroínas de mis libros. La primera, sofisticada, de ojos azules y cabellos claros, musa conyugal, loada en maravillosos versos y canciones de cuna. La segunda, espontánea, oscura de piel, enriscado carácter, poderosa silueta y sexuada conducta. La primera heroína, una de las niñas de 30 niñas, ese celebrado ramillete de cuentos breves. La segunda heroína, la mulata del brutal episodio explosivo de la novela Familias como la mía, la mujer de carnes abundantes y almizcladas que seduce y adormece al protagonista mediante sudorosas y lascivas contorsiones y embrujos. Pero no se trata aquí de desvelar los argumentos, se trata de evaluar el efecto que produce quedarse sin las personas en que apoyar los personajes, darse cuenta de la dificultad que surge al no contar con un modelo real, que la ficción nunca es ficción, que me he quedado desarmado aun pudiendo fabular sobre ellas imaginando que siguen vivas… pero ya no es lo mismo.