Francisco Ferrer Lerín
Exóticos maremotos, domésticas erupciones volcánicas, sospechosas pandemias, vecinales conflictos armados, suministran, a los medios, material de primera clase para encandilar a lectores, oyentes y televidentes. Datos numéricos abultados, tópicas respuestas de los damnificados, imágenes anunciadas como sensibles, constituyen el grueso de la información que, a fuer de repetitiva, amenaza con ser desatendida, pero, de repente, como quien no quiere la cosa, y sin tener la certeza de que vaya a ser refrendada, se deja caer una noticia sorprendente, casi inverosímil. Ahora, ayer mismo, a raíz de la invasión de Ucrania a cargo de las poco marciales huestes del infantil Vladímir Putin, nos enteramos de que, ese sangriento ejército, dispone de hornos crematorios móviles para la combustión y desaparición de los cadáveres de los suyos; es decir que esa amenaza, para la continuidad del dictador, sustentada en la llegada a la patria de camiones repletos de ataúdes, se mitiga grandemente si los envases son de tamaño reducido y, aún mejor incluso, si se olvidan algunas urnas, vaciadas por el ajetreo debido al mal estado del firme, perdida la ceniza al desparramarse por el suelo del vehículo o caída al arcén nevado tras un bache descomunal.