Francisco Ferrer Lerín
Hará unos veranos estaba plácidamente sentado escuchando a La Baronesa en un recital en el Casino Principal de Jaca cuando un acceso de tos me obligó a levantarme y a abandonar la sala. Luego, por no molestar más, no me atreví a ocupar de nuevo mi plaza y al ver a mi amigo Santi, algo apartado, instalado en un sillón de mimbre, me dirigí hacia él, lo saludé en voz muy baja, y tomé asiento en otro sillón, de igual material, situado a pocos metros. Terminó el concierto y, al levantarme, noté como se rasgaban mis gastados pantalones chinos debido al mal estado del mimbre, prácticamente roto. No le dije nada a Santi y, de hecho, esos pantalones, remendados más o menos por la asistenta Azucena, los mantuve en uso, quizá no para actos sociales pero sí para ir al monte, durante varios años. Anoche Santi y su mujer, Sarita, vinieron a casa a cenar acompañados por la hermana de Sarita, Antonia, y su marido Eladio José. No trajeron vino, ni postre, trajeron dos pantalones chinos, uno con la etiqueta de la tintorería y que me queda algo estrecho, aunque seguro que luego dará de sí, y el otro, que me queda perfecto, con sorpresa añadida en los bolsillos: dos monedas de un euro y un puñado de servilletas de papel limpias. Era la primera vez que los santis venían a cenar a casa pero pienso invitarlos más veces, así recompongo el armario.