Francisco Ferrer Lerín
Es conocida la anécdota, que cuenta Vasari en su libro sobre la vida de los más notables artistas del Renacimiento, acerca del encuentro de Cimabue con un pastor muy joven, quizá de solo diez años, que graba sobre una piedra plana, con el auxilio de una piedra puntiaguda, el contorno, la figura, de una de sus ovejas. El pastor, que será Giotto, se une, con el consentimiento paterno, a la comitiva de Cimabue que, deslumbrado por el buen hacer artístico del adolescente, le invita a que le acompañe y a que se instale cerca de su taller en Florencia. Nadie, que yo sepa, se ha preocupado en buscar la piedra plana. Este agosto, en compañía de dos buenos amigos, el editor sevillano Ángel Luis Fernández Recuero y el abogado logroñés Alberto Gil-Albert, partimos hacia las verdes colinas toscanas de Vespignano y, sin excesivas pesquisas y caminatas, dimos con dicha piedra, que parecía aguardarnos, no excesivamente escondida entre helechos y otras plantas de semejante porte. Depositada sin demora en la caja fuerte de cierto banco, muy publicitado en televisión, queda a la espera de una subasta o quizá de otro medio más seguro para su venta, sin duda millonaria.
Vemos pues que las anécdotas no lo son siempre, por lo que aquí va otra, sospechosa también de realidad. De nuevo es Vasari quien nos habla de Giotto, ahora ya convertido en aprendiz de Cimabue, quien pinta una mosca, en un descuido del maestro, sobre un fresco a medio terminar, y cuando Cimabue reemprende la tarea, intenta, con la mano, espantar el insecto repetidas veces, hasta que, agotado, cae en la cuenta de que se trata de una broma. Aseguran los expertos que la historia es, sin duda, una anécdota inventada por Vasari o, en el mejor de los casos, la réplica de otra, atribuida a Apeles, el pintor griego, de la Edad Antigua. No sé si lograré convencer a Ángel Luis y a Alberto de que me acompañen de nuevo; si halláramos el fresco de la mosca cómo rayos íbamos a llevarlo al banco.