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Un kazajo en América

Por 5 de diciembre de 2006 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Aunque parezca mentira, esta es una película interesante. Uno lo dudaría al ver a uno de los personajes desnudo con el culo encima de la cara del otro. O durante la escena en que el protagonista sale del baño de una casa elegante preguntando dónde puede tirar su bolsita de caca. Quizá resulte superficial el momento en que tres borrachos ponen el video casero en que Pamela Anderson le hace una mamada a Tommy Lee. Pero todo eso, damas y caballeros, no es más que una radiografía del país más poderoso del mundo.

Porque Borat -o según su título entero, Borat: Lecciones Culturales de América para Beneficiar Gloriosa Nación de Kazajistán– no es una comedia en sentido estricto, sino una mezcla en el punto exacto entre pachotada y documental que nos hace ver cuánto de comedia bufa tiene la realidad. El método es simple: introducir un personaje ficticio en un contexto cotidiano y filmarlo. El resultado es estremecedor. Básicamente, lo divertido de esta película no es Sacha Baron Cohen imitando al supuesto “segundo mejor reportero de Kazajistán informando desde Estados Unidos”, sino lo que les hace decir a los estadounidenses.

Mi escena favorita es la del rodeo, donde Borat es el encargado de cantar el himno nacional norteamericano antes de comenzar el espectáculo. Lleva una camisa de barras y estrellas, y se deshace en una elegía a América. El público aplaude emocionado. Borat continúa con una mención a la guerra contra el terrorismo, que los asistentes reciben con beneplácito. Borat termina diciendo “Ojalá que Bush se beba la sangre de todos los niños y mujeres iraquíes hasta que ese país quede convertido en un desierto durante quinientos años”. El público vuelve a aplaudir.

Pero eso no es todo. Borat pregunta en una tienda de armas qué resultará más efectivo para matar a un judío. Le dan una 9 mm. Pregunta en una tienda de autos qué coche tiene “imán de chochitos”. Le proponen el Hummer. Se extraña de que las mujeres puedan escoger legalmente con quién se acuestan. Su instructor de manejo concuerda con él. En suma, Borat es antisemita, misógino, machista, ultraderechista, caricaturesco y homófobo, pero a ninguno de sus interlocutores se le ocurre que todo pueda ser una broma.

Previsiblemente, el estreno de la película ha causado una andanada de demandas y escándalos públicos, alguno de ellos por parte del ofuscado presidente de Kazajistán. Sin embargo, Borat tiene cubierto el tema legal. Filmaron con un abogado en el equipo técnico que iba señalando qué cosas se podían decir y hacer y dónde estaban los límites de cada escena. No hubo referencias reales a Kazajistán, sobre todo porque nadie en el equipo sabía nada de Kazajistán. Y las acusaciones de antisemitismo, quizá las más graves, no proceden por una razón: Sacha Baron Cohen es judío.

Michael Moore decía que “en un país de ficción, el documental es el único género literario posible”. Sacha Baron Cohen podría añadir que en un mundo absurdo, la comedia escatológica es el único documental realista. Borat no es una película sobre algún país asiático, sino sobre Estados Unidos. Y recurre a la mejor herramienta para la crítica social: el sarcasmo. Al poner en escena a ese reportero idiota que no entiende nada, obliga a los personajes reales a hacer explícitas sus creencias, sus manías y sus prejuicios. Lo poco que el reportero dice es precisamente lo único más allá de dudas, porque precisamente él no es real. Sin embargo, ha convertido a la realidad en su escenario. Al burlarse de ella, nos desvela lo que oculta de ridículo y también –lo más interesante- su rostro más intolerante, agresivo y perturbador.

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