La nueva película de Stephen Frears se llama La reina pero bien podría haberse llamado El primer ministro. Porque aunque Isabel II es la que más tiempo aparece en pantalla, su objetivo es precisamente tratar de que no pase nada y fingir que así es. En cambio, el que mueve realmente la acción, el motor de la historia, es nada más y nada menos que Tony Blair.
Ya sabemos cómo es Tony, o al menos como era antes de la guerra de Irak: sonriente como un gato de Cheshire, carismático, informal, el buen chico rico que quiere que lo llames así, simplemente Tony. Estoy dispuesto a creer que el Blair de la vida real se parece a su retrato fílmico en esos aspectos. Pero no en todos los demás.
Para empezar, me cuesta creer que Blair llega a su primera cita con la reina y sus primeras palabras antes de entrar son “estoy nervioso” ¿Nervioso? ¿Tony “vamos-a construir-la-tercera-vía-y-dar-un-ejemplo-al-mundo” Blair? ¿Tony “créanme-hay-armas-de-destrucción-masiva” Blair? ¿Tony “Gordon-Brown-siempre-ha-sido-como-un-hermano-para-mí” Blair? ¡Por Dios, ese hombre es capaz de mirar a la cámara, jurar que la luna está llena de terroristas y promulgar un impuesto para invadirla, todo con una sonrisa! ¿Y Frears trata de convencernos de que se puso nervioso por ir a ver a la viejita?
Pero concedamos que ese Tony bisoño y juvenil aún estaba impactado por la Reina de Inglaterra. Digamos que es verosímil. Lo que resulta más difícil de tragar es este Tony que mira la tele con la familia y cena con los chicos, revolviéndoles el cabello y quejándose de que se ha quemado el pescado. Este amo de casa que friega los platos y hace huevos fritos. Este primer ministro que tiene en casa una guitarra eléctrica y peluchitos de dragón. Este chico bonachón al que sólo le falta llevar a los niños al colegio en bicicleta. Tras verlo, uno piensa que lo de ser primer ministro inglés te agobia menos que un medio tiempo como cajero del supermercado.
Y en realidad, así debe ser. Porque cada vez que aparece en la oficina, el Blair de esta película está viendo la tele. O preparando un discurso para la tele. O hablando sobre cosas que se han dicho en la tele. Y cada vez que aparece en su casa, está pensando en la corbata que debe usar o ajustándose los gemelos. El gobierno según Frears no es muy distinto que animar un programa de concurso, aunque supongo que esa es la parte más realista de la película.
Por eso mismo, y porque el Blair real y el de ficción conocen al dedillo lo irreal que es la realidad, lo más inverosímil de este Tony es que, mientras sus asesores se felicitan por el crecimiento de su popularidad, él está tratando de salvar a la reina. Si al menos fuese un verdadero manipulador, tendría sentido. Pero Tony está realmente embobado con su soberana. Hace todo lo posible por mejorar su mala imagen, y cuando le preguntan por qué, responde con aplomo: “no me gusta cómo la están tratando”.
La verdad, la reina se merece que la sacudan. Es indiferente al dolor de todo un país y frívola en el manejo del Estado. Les impide a sus nietos ir a buscar el cadáver de su propia madre y les oculta información sobre su muerte, que no es poca cosa. Cuando los chicos deberían estar de duelo, los manda de caza. Pero si no creemos que esta mujer es una miserable sin sentimientos, se debe por un lado a la portentosa actuación de Helen Mirren, y por otro, a que Tony Blair se despacha ante sus asesores con un discurso sobre lo difícil que es la situación de la reina y lo digna y grande que ha sido ella durante 50 años desempeñando su compleja misión (que consiste la mitad del tiempo en tomar el té). Nadie entiende por qué él la quiere tanto, pero nosotros sí: es que además de guapo, simpático, listo y confiable, Tony es bueno, generoso, comprensivo, y echa de menos una imagen materna.
Supongo que la película hace un fiel retrato no de Tony Blair, sino de la imagen que él tiene de sí mismo. En todo caso, la reina lo cala mejor que su propia esposa. Y uno de los mejores momentos de la película ocurre cerca del final, cuando ya medio mundo la odia a ella y lo ama a él, y ella le dice:
-Algún día, a usted le ocurrirá lo mismo.
Sabias palabras, mi reina.