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Blogs de autor

El gato

Por 30 de mayo de 2007 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Desde que mi esposa me abandonó por el coach, me había sentido muy solo. Hasta que conocí a Alejandra. Creo que Alejandra sería mi mujer ideal de no ser por un problema: su gato.

Nuestra relación fue perfecta mientras no tuvimos que ir a su casa. Cenitas, cines, bailes. Todo lo que hacíamos en exteriores era como una chispa de magia entre los dos. Y a la vez, lo tomábamos con calma, sin necesidad de apresurarnos, conscientes de ir lento pero seguro. Finalmente, llegó la noche de la consagración. Al terminar nuestra cita, la acompañé a la puerta de su casa. Y ella me invitó a subir.

Empezamos a besarnos en el sofá y, cinco minutos después, ya estábamos quitándonos la ropa. Ella empezó a emitir un gemido sordo, como un ronroneo amargo cada vez más intenso. Al principio, el sonido me excitaba. Tras unos minutos descubrí que no provenía de ella sino de un bulto negro que sobresalía de la alfombra.

-Ah –sonrió Alejandra al ver que me había detenido-. Él es Fufi.

Fufi era una especie de tigre de Bengala en miniatura que me miraba fijamente desde el suelo con odio visceral mientras rumiaba ese sonido amenazador. Pero Alejandra hundió su cabeza en mi cuello y yo decidí olvidarme de él y concentrarme en el sostén de ella. Acometía el forcejeo con el broche y estaba a punto de abrirlo, cuando sentí un lanzazo en la mano, como si me hubieran marcado con un hierro caliente, y salté en retroceso.

-¿Qué pasa? –dijo Alejandra.

Yo me miré la mano. Tres surcos rojos la recorrían desde los dedos hasta la muñeca. Fufi me observaba atentamente sin dejar de emitir su gemido.

-Tu gato me ha atacado.      

Alejandra me observó con incredulidad.

-¿Fufi? Será que está celoso. Pero es bien bueno. Ven acá.

Traté de reanudar la batalla, pero el gato no dejaba de mirarme desde su siniestra oscuridad. Cuando acercaba la mano a las zonas de riesgo, aumentaba el volumen. Después de algunas escaramuzas y retiradas, tuve que rendirme.

-Escucha –dije-, creo que no me siento muy bien. Mejor lo intentamos otro día.

Para nuestra siguiente cita, le propuse a Alejandra cocinar para ella un pescado al horno. Pero fui armado de una tableta de Ketalar, un tranquilizante para gatos infalible. Mientras cocinaba, pulvericé una pastilla sobre el plato de galletas de Fufi. Como esperaba, el gato se comportó muy bien durante toda la cena. Y sin embargo, no se durmió. Al contrario, después de comer, yo empecé a sentirme mareado, atontado. Busqué las pastillas. Ya no estaban en mi bolsillo. Traté de mantenerme despierto. Balbuceaba. Tropecé y caí sobre un sillón. Antes de cerrar los ojos definitivamente, creo haber visto a Fufi escondiendo la tableta. Levantaba la alfombra con el morrito y ocultaba su botín con la pata, feliz de su victoria, el muy canalla.

Alejandra empezaba a impacientarse por mi actitud, así que me sentí obligado a una acción de alto impacto. El día de mi siguiente visita, le llevé un gigantesco ramo de rosas y unas entradas para un concierto. Pensaba sorprenderla, llevarla al concierto y luego invitarla a mi casa. El plan perfecto.

Esta vez, Fufi me esperaba en el ascensor. Nada más abrirse la puerta, saltó sobre mí, destrozó el ramo, se comió las entradas y acabó con mi ropa. Alejandra estaba frente a mí cuando se abrió la puerta del ascensor. Pude ver cómo se borraba su sonrisa antes de escuchar:

-Veo que ya ni siquiera te arreglas un poco para venir a verme.

Amigos, estoy desesperado. Esto se ha convertido en un duelo de honor del que sólo uno de los dos saldrá con éxito. Pero no sé cómo derrotar a ese animal. Necesito consejo, necesito ideas. Los necesito a ustedes. Por favor, díganme qué hacer.

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