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Cómo (no) vender a los clásicos

Por 11 de enero de 2006 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

¿Por qué los editores de libros clásicos se esmeran en hacerlos ver más aburridos de lo que son? Acabo de leer El jugador de Dostoyevski. La contraportada de la edición lo presenta así:
“En medio de una galería de personajes desarraigados y trashumantes, la patética figura de Aleksei Ivanovich personifica el goce y la angustia del tipo humano que canaliza toda su capacidad de protesta en la pasión por el juego, vía de acceso a una libertad vorazmente deseada”.
OK, es verdad. Y suena bonito. Pero ¿Alguien se ha enterado de qué se trata esta historia? Ya, de un tipo que juega ¿No?
Pues resulta que en esta novela hay toda una familia de burgueses arruinados que fingen estar boyantes para casarse con un par de franceses ridículos mientras esperan que se muera la abuela. No son desarraigados y trashumantes, son rusos y son graciosos. Y la abuela, por cierto, no sólo está viva, sino que está como un roble y les grita a todos que no les va a dar un centavo mientras tratan de alcanzarla en su silla de ruedas. Ah, y luego se vuelve adicta a la ruleta.
El sentido del humor ácido y caricaturesco de Dostoyevski forma parte esencial de su retrato de la sociedad del siglo XIX. Pero eso no se pone en las contraportadas ni en los comentarios. Los clásicos no son divertidos, son profundos, o sea, que sólo se puede hablar de ellos con palabras esdrújulas.
Mi hermana adora a Tolstoi y a Dostoyevski, porque, según dice, “son como telenovelas de época pero mejores, con personajes más interesantes”. Uno de mis primos, al escucharla hablar así, se interesa por el libro. Pero lo coge, lee la contraportada y me lo devuelve. “No lo voy a entender” dice encogiendo los hombros. He ahí uno más ahuyentado de los clásicos gracias a sus propios editores.

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