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Pensamiento reaccionario español

Por 1 de diciembre de 2011 Sin comentarios

Eduardo Gil Bera

 

Con retraso me llega la noticia de un simposio organizado por el Duke Center for Hispanic Studies sobre pensamiento reaccionario español. Mi amigo informante me felicita, encuentra que aparecer en una nota da la medida de ser alguien, dice que así lo sostienen los criterios más modernos. Antes de marearme con dilemas vacuos sobre si uno es alguien o no, leo las ponencias y veo un avance notable en el estudio del reaccionarismo español: el editor Alberto Moreiras advierte de entrada que los ensayos recopilados a raíz del simposio “se mueven en la dirección de un cuestionamiento, no ya de lo reaccionario de la reacción, sino también del supuesto progresismo [,] que queda hoy bajo el manto de una inmensa sospecha.”

A primera vista, no se aprecian novedades espectaculares, el antisemitismo como racismo, Donoso, Menéndez Pelayo, Maeztu… y, caramba, Baroja. El profesor Gurwirth llama Baroja, en el título de su ensayo, a Caro Baroja. No por economía ni distracción, sino como medido arranque de un ensayo demoledor hecho a partir de la lectura del juicio de Caro Baroja referido a un autor, Josseph Penso de la Vega, sobre cuya producción literaria  Caro emite este veredicto: “La Academia tenía otros ingenios de su mismo linaje y mal gusto”.

La conclusión aparece en su obra Los judíos en la España moderna y contemporánea. Según informó él mismo en su discurso de ingreso en la Academia de la Historia, titulado La sociedad criptojudía en la corte de Felipe IV, desde 1955 se venía ocupando de “la historia de los hebreos peninsulares”, para concluir que “cuando menos, he abierto la puerta de un recinto poco visitado en el conjunto inmenso de nuestra Historia.”

Las críticas, tibias y limitadas, que se escribieron sobre los textos relativos a los judíos que Caro Baroja reiteró desde 1960 y su término clave “criptojudaísmo”, de cuya invención se mostraba particularmente ufano, presentan un vacío evidente, pero que nadie ha señalado antes de Gutwirth: “no tienen en cuenta algo obvio, a saber, que buena parte de la cultura ahí investigada era expresada en hebreo y judeo-español. También una parte significativa de la erudición se publicaba en hebreo. Caro Baroja tenía limitado acceso a tales fuentes, con lo que las generalidades que intentaba construir a partir de obras tales como Gazpacho o Mein Kampf se derrumban por su propio peso.”

En realidad, las fuentes de Caro Baroja estaban fundamentalmente constituídas por la biblioteca de textos antisemitas reunida por Pío Baroja: “Mi tío había reunido cantidad de lo que se publicó a comienzos de siglo […] Su tendencia hostil a los judíos […] está cimentada en muchas lecturas. De casi todas ellas me he aprovechado aquí.”

La prueba más elocuente de la temprana vinculación de Caro Baroja con Comunistas, judios y demás ralea, donde su tío incluyó, entre otros, los artículos que hizo para la fascista Delegación de Prensa y Propaganda, es la carta dirigida por Baroja desde París a su hermana donde le anuncia que el editor va a girar por la reedición de la mencionada obra “a Julito dos mil quinientas pesetas…”

Por entonces, Baroja pasaba largas temporadas en Basilea, en casa de Schmitz, el suizo nietzscheano y hitleriano, del que hablamos el otro día, cuando la memorable excursión al Urbión. Schmitz, que solía firmar “Dominik Müller” entre otros seudónimos, fue tan conspicuo y constante en su posición filonazi, que su cantón suizo le retiró la pensión ya avanzada la década de 1950. Él fue quien tradujo al alemán diversos artículos de Comunistas, judíos… y presentaba a Baroja como führer de la intelectualidad española, lo que Baroja consideraba una “exageración por amistad”. Respecto a la admiración por Hitler, Baroja era más comedido que Schmitz y se limitaba a considerarlo “un hombre extraordinario”.

Ante la insistencia de Caro Baroja en tópicos como el linaje o el mal gusto [judío], Gutwirth apunta: “La vinculación entre Pío Baroja, autor de los textos reunidos en Comunistas, judíos y demás ralea, y Caro Baroja no es menos evidente que la existente entre el gusto de escritores de similar linaje en el Amsterdam del siglo XVII.”

En su utilización del cliché del gusto, Caro Baroja se basaba en el artículo “El lenguaje del siglo XVI”, de Menéndez Pidal, quien desarrolla la teoría de que la reina Isabel, además de haber expulsado a los judíos, inventó el buen gusto, que se extendió entre los humanistas de toda Europa a través de Italia. Dicha fantasía fue eficazmente barrida por Wardropper, con la demostración de que la tesis de Menéndez Pidal malinterpretó “gesto” como “gusto”.

Como réplica al reproche de alineación entre familia y escritura que Caro Baroja dirige a Penso de la Vega, Gutwirth demuestra con solvencia incontestable la adhesión de Caro Baroja a la supuesta especie de unidad literaria de la familia Baroja, donde el tío escritor confeccionaba Comunistas, judíos… y el tío pintor “mantenía una posición de admiración hacia Hitler, Mussolini y Stalin.”

Caro Baroja llegó a denunciar en el prólogo que añadió a las ediciones de Los judíos… la existencia de una especie de conspiración de grupos internacionales empeñados en la destrucción de su gran edificio. Se trataba sin duda de aquella célebre conspiración judeomasónica que hizo furor en tiempos franquistas.

La autodescripción basada en una reiterada idea de independencia, inconformismo y oposición a los viejos tópicos, cuidadosamente alimentada por el propio Caro Baroja, es la continuación familiar de lo que Baroja decía de sí mismo, y ha constituído la escasa médula de la mayoría de los análisis de los estudiosos.

El inteligente ensayo de Gutwirth “Baroja y Penso: escritura, reacción y valores familiares” incluye una breve semblanza y una valiosa reseña de la obra de Penso de la Vega, autor prolífico y original, celebrado por sus contemporáneos y menospreciado por los racistas vergonzantes del siglo XX.

 

 

 

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Eduardo Gil Bera

Eduardo Gil Bera (Tudela, 1957), es escritor. Ha publicado las novelas Cuando el mundo era mío (Alianza, 2012), Sobre la marcha, Os quiero a todos, Todo pasa, y Torralba. De sus ensayos, destacan El carro de heno, Paisaje con fisuras, Baroja o el miedo, Historia de las malas ideas y La sentencia de las armas. Su ensayo más reciente es Ninguno es mi nombre. Sumario del caso Homero (Pretextos, 2012).

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