Eduardo Gil Bera
Por primera vez en la historia de la ficción se ha catalogado una valoración de la libertad con métodos científicos. Ha sido el Instituto Stuart Mill para la Investigación de la Libertad, aliado con el Instituto Allensbach de Demoscopia y la Universidad de Maguncia. Se acaban de publicar los resultados y parece que cunde el desaliento. Tras la pasmosa invención de un “índice de libertad”, consistente en una escala entre -50 y +50, los demoscopistas alemanes se han visto en el doloroso deber de suspender a sus paisanos con un -3. Otros valores, como igualdad, justicia y seguridad obtienen mejor aprecio por parte de los usuarios. Lo cual ha sumido en la aflicción a los expertos en lo como es debido. Solo dicen hallar cierto consuelo en la alegre conclusión de que la “orientación hacia la libertad” aumenta entre los interrogados menores de 30 años, porque el 53 por ciento está de acuerdo con la expresión “cada cual es artífice de su suerte”, que en 2003 solo fue aprobado por un 43 por ciento. A los aficionados, que reconocemos en el refrancillo el viejo "Suae quisque fortunae faber est " de Salustio, nos produce la perplejidad propia del ignorante ver que se interpreta por la jerarquía demoscópica como piedra de toque del aprecio de la libertad. Nos parecía que tener en más o menos esa frase salustiana es algo que no sale de lo literario, en su apartado de las ensoñaciones del qué sé yo, pero desde ahora remitimos nuestro juicio a las autoridades sapienciales.
Uno de los apartados que por lo visto impacienta a los científicos de la opinión es que los encuestados no quieran ver contradicción alguna entre su aprobación teórica de la libertad y su demanda de mayor control estatal, que desearían extender a la vida privada de los demás. De modo que la mayoría está por la prohibición de todos los alimentos considerados poco sanos y la negación de créditos a quién esté endeudado, como métodos para corregir el desarreglo en que ven sumidos a sus conciudadanos.
Para elaborar el índice de libertad, no solo se ha procedido a interrogar con criterios científicos salustianos a mil ochocientas personas, sino que también se han valorado más de dos mil artículos de prensa, con la enfadosa conclusión de que los medios estiman la libertad todavía menos que sus lectores, sin desdoro de su cometido de máximos defensores de las libertades de prensa y opinión.
Todo para llegar a la convicción, digna de Bouvard y Pécuchet, de que no es posible proponer ninguna prohibición que no consiga un indeseable grado de adhesión. Pues sí, señorita encuestadora, ya que me lo pregunta, creo que la adquisición de películas, juegos de ordenador, alcohol de alta graduación o coches de gran cilindrada debiera restringirse habida cuenta de lo irresponsable que es la gente. Y, metidos en harina, también debiera prohibirse que los jubilatas se operen gratis en la seguridad social, ha contestado el 42 por ciento. Casi los mismos que quieren recuperar la pena de muerte, tienen a la homosexualidad por una enfermedad, creen que las mujeres están mejor recogidas en su casa y tienen a los americanos por culpables del 11 de septiembre.
Para más animación, la intolerancia con la opinión ajena registra empates muy prometedores. El 30 por ciento desearía que la expresión “comer carne es asesinato” fuera penalizada, el mismo porcentaje de los que prohibirían la opinión “la cría masiva de animales es necesaria”.
El año que viene, más. Los científicos se proponen investigar el valor dado a la libertad en la legislación, más que nada por ver qué parte del cuerpo legal habría que ilegalizar.