Eduardo Gil Bera
Había una vez un pretendiente al trono de Inglaterra que se llamaba Jacobo III y vivía refugiado en Roma. Cuando Bartolomeo Gateschi entró a su servicio, Jacobo III ya tenía 70 años y era conocido como el pretendiente viejo, para distinguirlo de su hijo mayor, el pretendiente joven. Ellos, por su parte, se hacían llamar el rey de Inglaterra y el principe de Gales. Vivían en un palacio de la plaza de Santi Apostoli, y su causa estaba apoyada por Luis XIV, que les señaló una renta de doscientas mil libras sobre el ayuntamiento de París.
Por su parte, Gateschi tenía 20 años, grandes rizos negros, y planta de figurín. Era maestro voltegiatore y su cometido era enseñar gimnasia, salto a la comba, y equitación a los jóvenes príncipes que nunca faltan en cualquier casa regia que se precie. Como la pretensión de los Jacobos estaba sostenida por Francia, el palacio era visitado por todos los nobles franceses de paso en Roma, y Gateschi aprendió francés, inglés, y rudimentos de español.
Adquirió entonces sus primeros libros, que fueron las cartas de Enrique VIII, y cuatro óperas de Metastasio, encuadernadas en tela verde. El texto cantabile estaba glosado en francés e inglés, y contenía un recibo por mil libras que Maria Gaetana Sacripanti, viuda, de profesión cocinera, prestó a Gateschi, para devolver en plazos trimestrales de 40 libras. Gateschi estaba entonces tan persuadido de sus atractivos que redactó un testamento, depositado entre las páginas de las Cartas de Enrique VIII a Ana Bolena, edicion de 1742, donde exponía que, tras haber dado cantidad de exhibiciones, a pie y a caballo, a sus compatriotas y visitantes extranjeros durante su vida, quería darles aún más después de su muerte, y ordenaba en su testamento que se hiciera una anatomía de su cuerpo y que el esqueleto fuera expuesto en la galería de la Biblioteca Ambrosiana, para ser un estudio de osteología. Gateschi no estuvo jamás en la Ambrosiana, pero había oído hablar muy bien de ella, y se prendó de oídas de aquel santuario de la sabiduría.
Cuando murió Jacobo III y los pretendientes jóvenes se hicieron viejos, Gateschi emigró a Versailles con una carta de recomendación de mylord Dunbar. A él le hubiera gustado ser maestro de volatines, salto a la comba, y equitación —lo que en vernáculo llamaban maître à voltiger—, en el famoso palacio de Luis XV, pero el puesto estaba ocupado. Comenzó a trabajar como traductor. Versailles era la sede del ministerio de asuntos exteriores y Gateschi se acomodó en los despachos ministeriales, se aficionó a los helados y la pastelería, y completaba sus honorarios traduciendo informes y peticiones para la multitud de señores extranjeros que acudían a gestionar algún asunto ante la corte francesa. Además, estaba de moda que los nobles hicieran aprender lenguas extranjeras a sus hijos, a semejanza del rey de Francia. Porque, aunque el francés se hablaba en toda Europa, los reyes franceses estaban obligados a aprender varias lenguas extranjeras, y disponían de profesores para su instrucción. Así fue como Luis XIV aprendió el español y el italiano, y Luis XV leía en varios idiomas, y Luis XVI no sólo era capaz de hablar en italiano, sino que traducía del inglés e incluso del alemán, cosa rara en una época donde todos los príncipes y señorones germánicos hablaban de corrido el francés.
Gateschi tomó algunos alumnos de alta cuna porque, siguiendo el ejemplo del rey, los nobles de la región querían enseñar lenguas extranjeras a sus vástagos. Él, por su parte, descubrió que, después de todo, odiaba saltar a la comba y la equitación le sentaba mal. Adquirió las óperas de Quinault traducidas al inglés, y su biblioteca llegó a medir una vara y media de largo.
El conde de Cardi le encargó la traducción certificada de varios documentos redactados en italiano y que respaldaban sus pretensiones genealógicas. La traducción fue tan exitosa que otros personajes siguieron su ejemplo, y Gateschi se mudó de su apartamento con cocina, alcoba y leñera, 35 libras mensuales, a un hotelito de la rue de l’Orangerie, con cuatro habitaciones, y dos alcobas, por 450 libras anuales, y derecho a una buhardilla en el cuarto piso, donde se alojaba su criada, Magdaleine Lagant, viuda de Armand-Augustin Lagant.
Al tiempo que se mudaba, Gateschi adquirió la Enciclopedia metódica de Panckoucke, bello y amplio objeto que le costó 672 libras, y al que confió la custodia del recibo de tres mil libras que le prestó la viuda Lagant, para devolver en forma de renta vitalicia de 40 libras mensuales. En la colección de los poetas líricos en inglés, ciento nueve tomos, guardaba los recibos de lencería y comestibles. En el de octubre de 1782 hay una anotación de “medias de seda superfinas” por valor de 9 libras, con la indicación de que no se regalan, sino que se descuentan del pago a la viuda Lagant.
En 1788 se convirtió en profesor de lenguas de los hijos de Luis XVI, que eran tres, a los que solían añadirse la reina María Antonieta y su cuñada. Gateschi miraba ahora por encima del hombre a Ciolli, viejo colega de su epoca en Roma, que regentaba el puesto de maestro de volatines, salto a la comba y equitación en el palacio de Versailles.
Su biblioteca ocupaba una habitación entera. Tenía una edición lujosa del Paraíso perdido de Milton, con las facturas del sastre, y la Odisea en traducción de Chapman, con las notas de su perfumero, bellos textos que hablaban de pomadas de bergamota y esencia de jabón de Nápoles. También las facturas y cartas insolentes de los libreros tenían su propia residencia en la Vida de Cicerón por Middleton, en tres volúmenes, mientras las obras de Shentones, igualmente en tres volúmenes, cobijaban las facturas de pociones digestivas, polvos atemperantes y bolas purgantes que le preparaba el boticario Veré. Las notas del pastelero, en cambio, se alojaban en las cartas de Sterne.
Un año después de su toma de posesión como maestro de lenguas extranjeras, lo parisinos decidieron llevarse de Versailles al rey y su familia. Ante el brusco descenso de los ingresos, Gateschi dejó el apartamento en la rue de l’Orangerie y se mudó a uno más pequeño. Las facturas del carpintero que hizo los nuevos estantes para la bella biblioteca se acomodaron en el Sentimental journey de Clever. A semejanza de los grandes señores, Gateschi empezó a dejar de pagar a sus proveedores, que comenzaron a mostrarse un tanto faltones. En una primera maniobra, alquiló un apartamento minúsculo en París, rue du Bac, donde esperaba dar clases. Sus rizos negros se habían ido adonde las nieves de antaño, pero en compensación había doblado su peso de cuando era maestro voltegiatore y usaba unas lentes turbias porque había perdido la vista. Con todo, seguía persuadido de que la posteridad veneraría sus huesos expuestos en la Biblioteca Ambrosiana. Lo malo era que su viejo título de profesor de lenguas de la casa del rey se había vuelto comprometedor y la nobleza había emigrado. No por eso dejó de encargar vino de Borgoña y hacer anotar copiosos encargos al pastelero.
Lo más cruel fue la decisión de deshacerse de su biblioteca, pero aún peor resultó no encontrar ningún comprador. Seis cartas de rechazo entraron en el Paraíso de Milton. Dejó impagado el apartamento de la rue du Bac y se mudó a la buhardilla que ocupó la difunta viuda Lagant. Puso en el correo nuevas proposiciones de venta de su bilioteca, y murió solo, al anochecer del 3 de noviembre de 1793. Al día siguiente, sus vecinos, un aguador y un carbonero, declararon en el registro el fallecimiento de Bartolomeo Gateschi, soltero, de cincuenta y cinco años, natural de Toscana, que les debía trescientas libras. También el pastelero y el boticario hicieron saber a la autoridad su calidad de acreedores. Los papeles y muebles del difunto fueron embargados y vendidos, igual que la biblioteca, que arrojó sus buenas quinientas libras de peso.