Eduardo Gil Bera
Dícese de aquel que recalca y redunda en la fantasía de que el ser humano se origina, madura, y permanece durante meses en una letrina, rodeado de sones, tafadas y estremecidos propios del sistema cloacal, afligente circunstancia que modela y condiciona su mollera e incluso su entendimiento, por no decir cosmovisión y gustos culinarios, musicales y político-deportivos.
La idea es más vieja que la tos, y de recurrente frecuentación por gente muy afectada por el morbo religioso. Lo han redicho santos como Tertuliano y Agustín de Hipona, papas como Aeneas Silvio, escritores como Joubert, Cioran y Ceronetti, en fin, una toda una tropa de pensadores letrinales que han ensalzado al hombre como mono ínfimo que ha permanecido meses en una cloaca y, luego, olvidando sus orígenes indelebles, pretende escupir a las galaxias.
Se trata de una misoginia de sesgo cómico porque, a ver, ¿no es la próstata, ese noble órgano donde radica el alma racional de los hombres, el artefacto más abrazaletrinas de la creación?
“Vejiga, vieja enemiga”, lirificaba Unamuno, otro destacado pensador letrinal. Una vez estaba yo de excursión con Bello Portu por Hendaya, y fuimos a ver el hotel donde estuvo exiliado Unamuno. Hay una placa con poema en la entrada y Bello Portu, que fue promotor del monumento y se sabía de memoria todos los sonetos unamunianos, me recitó unos pocos, entre ellos, el “Dónde” famoso porque fue la respuesta de Unamuno a la petición de unos estudiantes franceses que querían traducir y publicar un soneto suyo. Con unamunesca contumacia les propuso ese que justamente, me explicaba Bello Portu, era imposible de sonetear en francés, idioma más bien pobretón que apenas dispone de un où de silábica viudedad allá donde el español unamuniano redondeaba sus dóndes, de dóndes, y adóndes relativos y absolutos para envidia y desesperación de la Sorbona. También me recitó con maestría el de la vejiga, vieja enemiga, y a mí me daba la risa. Bello Portu me miraba reprobador: ríase hombre, ya le vendrá el tío Paco con la rebaja. Y, en efecto, esta misma primavera estuve en un tris de palmarla de apendicitis perforada gangrenosa, una muerte letrinal, si bien se mira. De incontinencia letrinal murió La Boetie, y la vieja enemiga acabó con Montaigne, Voltaire y Fernando el Católico.
Entonces, ¿por qué ven obsesivamente la culpa letrinal en la mujer? Quizá sea envidia sempiterna, porque se trata de una misoginia crónica cultivada por fanáticos de podredumbre con un irrefrenable gusto por el horror pestilente, una insaciable aspiración por sentirse traedor de un cadáver, ser un refinado sumiller de la supuración, un hipocondríaco del miasma, voyeur de la tragedia excretal en un universo fétido. Y con todo se trata de misóginos que a ratos tienen mucha gracia en su misma exageración, ahí tenemos a Quevedo. El pensamiento letrinal bien podría ser tan antiguo como la poesía.