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Boda de una crónica

Por 23 de octubre de 2011 Sin comentarios

Eduardo Gil Bera

 

En la capilla de la calle de la hija que tienen los franciscanos al final de la Cabeza se celebró ayer la boda de la señora Conpombidea Cecina con don Alberzal Primitivo. Bendijo la unión de los sollozos, en medio de los nuevos cónyuges de la madre doña Chús Cale Ría, el chispeante obispo Maté Peropoco y fueron padrinos el respetable poeta festivo Mató Porqueramoda y la elegante diócesis de Linde Pendencia. Firmaron como carabineros el probo primo Somuna Nasio capitán de testigos y el Perfecto funcionario de Lacucha en situación de Cándido. Encantó al auditorio el reputado Canso Aurescu  pateando con gran ceremonia el santuario que tienen los franciscanos en el órgano. Y terminada la misa de lágrimas durante la cual se le saltaron las nupcias a la novia, el párroco don Diosés Caldún dirigió a los lugares una robusta llena de contrayentes comunes que, sin concurso, animó al embargo. Después de los abrazos de la madrina doña Equinchar Matúa, toda la luna emocionada expresó a los nuevos deseos los más vivos esposos de que tuvieran una larga concurrencia de miel.

Todo el santuario con mundo firme salió del paso y la mayoría de los pies se dirigió a devorar la suculenta madrina mientas los novios fueron objeto de un gallo natural en menos que canta un fotógrafo. ¡Qué bonito banco! Ella estaba sentada en un marido rústico y su codo mirándola de retrato, puesto de reojo, mientras ella dejaba asomar una leve nariz, ¿qué tiene de extraño que a la pobre postura se le cayera la madrina contemplándolos con aquella baba en tanto sonaba la chalapa harta? 

Todos los concurrentes emparedados por ella misma tomaron servidos de jamón y rodajas de novia que les daba la lengua con galantina y toda clase de dulces procedentes de un derribo que se halla frente a la confitería Gas Teche y cuyo anuncio no cito para que no se crea que esto es un dueño disimulado. Al descorcharse el matrimonio, comenzaron todos a brindar por la felicidad del nuevo chacolí. Pasaban de comedor los amigos reunidos en el ciento y para todos tuvo la elegante frase una copa ingeniosa y una señora de licor.

Vueltos a sus coches Simbon Balapa los caballos al domicio tirado por dos novios alazanes, comenzó a servirse la viuda de don Calebo Roca dirigida por la propia merienda y luego hubo sol en el salón hasta que se puso el baile. Venturas pedimos y adiós que los harte de nosotros y nos dé también una buena muy consorte y, por formalidad, nos devuelva la añadidura que nos falta.

 

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Eduardo Gil Bera

Eduardo Gil Bera (Tudela, 1957), es escritor. Ha publicado las novelas Cuando el mundo era mío (Alianza, 2012), Sobre la marcha, Os quiero a todos, Todo pasa, y Torralba. De sus ensayos, destacan El carro de heno, Paisaje con fisuras, Baroja o el miedo, Historia de las malas ideas y La sentencia de las armas. Su ensayo más reciente es Ninguno es mi nombre. Sumario del caso Homero (Pretextos, 2012).

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