Clara Sánchez
Pero mientras tratamos de entender, las víctimas caen una tras otra de una manera casi irreal, las cifras se disparan. ¿Cómo puede haber tantos hombres que quieran matar a sus mujeres? Son demasiados. Se podría decir que estamos padeciendo una epidemia de maltratadores sangrientos. En las historias policíacas nos tienen acostumbrados a que se mate para conseguir algo o para eliminar algún obstáculo que se interponga en sus deseos. Pero en el caso de estos criminales las causas que más o menos se aducen suenan a insuficientes para que alguien dé un paso tan atroz: machismo, inseguridad, baja autoestima, desorientación vital porque la mujer ha movido ficha en el mundo, bebida, celos, nervios, ira. Parece que si se comprende el móvil de un asesinato se puede integrar mejor en el conocimiento de la naturaleza humana. Precisamente el éxito del género policiaco consiste en que detrás del homicida hay un móvil, una intriga, que una vez descubierto e identificado deja satisfecho al lector porque, aunque le repugne, entiende el hecho. Sin embargo, en las muertes por "violencia de género", en que el criminal de antemano, a pesar de que escape, no va a ganar nada, "el porqué" queda encerrado en una mente oscura e impenetrable para los demás. O quizá este mal tenga un nombre tan simple y rotundo como crueldad. Una crueldad exacerbada que elige un objetivo contra el que descargar. Cuanto más débil es la víctima más cruel es la crueldad. Los hay que apalean perros indefensos hasta dejarlos moribundos, que ahorcan galgos. Los hay que maltratan a sus hijos. Y además parece que la crueldad engancha porque no pueden pasarse sin ella. La pregunta es si la crueldad es una enfermedad y si somos capaces de curarla. De momento, en esta campaña electoral no aprovechemos estas víctimas para arrimar el ascua a nuestra sardina.