Clara Sánchez
Enseñar literatura es una de las tareas más difíciles que existen. Enseñar en general en difícil porque no sólo tienes que trasmitir conocimientos sino el amor por ellos. Y no exagero al decir amor, porque si sólo es cariño se trasmite mucho menos. El desgaste es considerable. Sólo el que ha sido o es profesor sabe el esfuerzo que exige estar a punto una clase tras otra. Se trata de una profesión que ha de ser vocacional porque de lo contrario se puede acabar loco. Yo lo he probado, me he dedicado a enseñar durante bastantes años y puedo decir que después de cuatro horas seguidas acababa completamente agotada como si me hubiese chupado la sangre a mí misma. A veces lo echo de menos y cuando en la Feria del Libro de Madrid se me acercan los alumnos o me los encuentro casualmente en algún sitio me siento compensada por aquella labor, me satisface haber dejado mi grano de arena, y que aquellos estudiantes que se quejaban porque les hacía leer en clase una y otra vez alguna estrofa o algún párrafo y se volvían a casa sin unos míseros apuntes ahora me confirmen que no estaba completamente equivocada y que la lectura forma parte de su vida.