Clara Sánchez
En aquellos tiempos de los que hablaba ayer, un cigarrillo entre los dedos de una mujer resultaba mucho más expresivo que entre los de un hombre. Que un hombre fumase no significaba nada, salvo el estilo de cada uno, que fumase una mujer significaba mucho, significaba que no se conformaba con no hacer lo que hacían ellos.
Hay que decir que con estas mujeres a lo Gloria Grahame los hombres no solían casarse, no las elegían como madres de sus hijos. Estaban destinadas a ser la chica del gangster, la amante, la perversa, la parásita, que no sabía hacer pasteles, ni coser, ni criar a los hijos, ni comprender al marido, estaban destinadas a flotar como los bellos genios de una lámpara mágica. Y cuando pretendían ser de carne y hueso y crear una familia y tener un hijo y al mismo tiempo vivir a fondo, con riesgo, les ocurría como a Susan Hayward con ¡Quiero vivir!, que acababan en la silla eléctrica.