Clara Sánchez
Cruzaba ayer la Plaza de Oriente de Madrid cuando oí que una chica le decía por el móvil a alguien: "Acabo de llegar a Santander, vuelvo mañana". Tenía pinta de mosquita muerta e iba andando deprisa hacia algún lado. ¡Menuda historia!, pero no la única, la gente miente más que habla y desde que aireamos nuestros trapos por el móvil lo podemos comprobar en cualquier parte. Antes, cuando el teléfono era fijo, su uso era privado y uno hablaba en casa, en el trabajo en voz baja si no se hablaba de trabajo, dentro de una cabina…, en cambio ahora no nos reprimimos y contamos bien alto, como si todos los demás llevasen tapones en los oídos, nuestros asuntillos de pareja, infidelidades o bellos sentimientos, como esa señora que se despedía de su hijo en el tren diciéndole: "Hijito, le cubro con mi sangre y le pongo ángeles alrededor", una de esas frases que aunque no quieras, aunque vayas leyendo, aunque te importe un pimiento lo que te rodea, la oyes. Oyes a la fuerza trozos de conversaciones, de vidas, de verdades y mentiras. De una sala de máquinas tragaperras salía una señora mayor diciendo: "Ya llego, la farmacia estaba hasta los topes".