Clara Sánchez
Con la crisis parece que retrocedemos a los tiempos de Atraco a las tres o Los tramposos. Se recicla el timo de la estampita en variadas formas, nos volvemos locos con la lotería, hay que llevar la mano en la cartera y los bolsos debajo del sobaco porque los descuideros se han echado a la calle como nunca y dan lugar a estupendos reportajes televisivos donde podemos ver cómo nos roban. Otros atracos son de puertas para adentro. Por ejemplo, si se compra una casa puede que se lleve una sorpresa cuando se entere de que los electrodomésticos que le han instalado son de segunda calidad, lo que significa que vienen con algún defectillo de fábrica. Esas pequeñas cosas en las que no cae uno. Luego están el recibo del teléfono, de la luz.
Pero la picaresca callejera ha llegado a límites pintorescos: se roba cobre en cualquier sitio. Por cierto, que dos de las instalaciones más saqueadas son las de Telefónica y las compañías eléctricas. Esperemos que no nos lo carguen en el recibo. Para qué ir a buscar el cobre a lejanas y trabajosas minas cuando lo tenemos a mano. También se roba bronce. Si nos apuramos un poco no hemos salido del Neolítico en cuanto a los metales más valorados. Por supuesto en este contexto el oro se ha puesto por las nubes. Vuelven a aparecer los carteles, que tanto me llamaron la atención cuando de pequeña vine por primera vez a Madrid, de "Compro Oro". Pensaba entonces que la persona que compraba oro tendría que ser la más rica del mundo y la más avariciosa puesto que quería más y más oro. Y no andaba desencaminada, una de las mejores inversiones ahora mismo es el oro. Su parecido con el sol y su escasez vuelven a cotizar alto. Y la fantasía se funde con la realidad porque, incluso para el menos soñador, los lingotes, las joyas deslumbrantes y los tronos dorados remiten al mundo de los cuentos.