
Eder. Óleo de Irene Gracia
Clara Sánchez
Si a estas alturas hay alguien que no conozca a Alfons Cervera, le diré que es un escritor valenciano que hace una literatura universal, de hecho ha calado tan hondo en Francia que casi nos lo tienen secuestrado por allí. La verdad es que nunca he visto, literalmente hablando, a Alfons separado de los libros, porque siempre mantenemos nuestras charlas firmando en una caseta, caminando entre el calor de una feria del libro, hablando de lo que estamos escribiendo o de lo que escribiríamos con lo que nos está pasando en la vida. Alfons se pasea por este mundo de las letras con el aire suelto y desprendido de quienes no van cargados de equipaje, con su pelo ligeramente rizado, ligeramente rebelde, ligeramente largo, lo que le aleja un poco de nosotros hacia ese mundo suyo, propio e intransferible con el que escribe lo mejor de su narrativa. Y sin embargo, es una de las personas más cercanas y humanas que he conocido. No necesita cargar las tintas ni en su manera de ir por la vida ni en su manera de escribir para tener una personalidad propia.
Pero para conocerle mejor, para entrar en sus emociones y recuerdos, para lograr tocar esa sensibilidad que seguramente le ha hecho escritor, se podría empezar leyendo su última novela, Esas vidas (Montesinos, 2009), en la que la figura de su madre se convierte en una forma de mirarse y entenderse a sí mismo. Un libro en que el aprendizaje de la vida y de la literatura se funden milagrosamente. Y no diré más porque llega un momento en que en lugar de hablar hay que leer.