Clara Sánchez
Los poderosos siempre han llevado un anillo en el dedo, desde los faraones egipcios a los jefes de la iglesia, pasando por los emperadores romanos. El dios de la mitología nórdica Odin para acceder a la sabiduría que lo caracteriza tuvo primero que conseguir un anillo. Por eso no es de extrañar que la palabra anillo o sortija metida en una página, por sí sola, provoque la idea de encantamiento. Como el que no deja de tener sobre mí una historia que he leído en varios sitios con variantes, pero fiel a lo importante.
Básicamente se trata de un rey que desea que le diseñen un anillo que le pueda ayudar en los momentos difíciles de la vida, que de alguna manera pueda aconsejarle sobre el camino a seguir. Para ello reúne en la corte a todo de tipo de orfebres y sabios, que no aciertan con lo que el Rey desea, porque ¿cómo conseguir un anillo semejante?. No encontraban metales ni piedras preciosas capaces de producir ese efecto, hasta que un súbdito muy anciano se acercó a él y le dijo que le permitiera guardar en el anillo un mensaje de tan solo tres palabras, que le ayudarían a superar los momentos trágicos, pero que no debía olvidarse de leer también en las situaciones más alegres y felices. Y así se hizo. De modo que cuando el reino fue atacado y el Rey tuvo que huir a punto de morir se acordó del anillo y leyó el mensaje que decía: "Esto también pasará". Estas palabras le llenaron de tanta nueva energía y esperanza que fue capaz de partir de cero y fundar un nuevo reino, en el que era incluso más feliz que antes de la desgracia. Su satisfacción no tenía límite, hasta que un día se cruzó con el anciano, que le recordó que leyera dentro del anillo. Y lo que el anillo le dijo fue: "Esto también pasará".