Clara Sánchez
Para celebrar la victoria de Obama me he aventurado a los cines de enfrente de mi casa, donde todo lo que ponen es bastante comercial, pero no tenía gana de ir más lejos. De la cartelera elegí Transsiberian, de la que en alguna parte había leído que es un buen producto de serie B y que es entretenida, ¡ah! y que recordaba a Frenético. La situación pedía a gritos una bolsa gigante de palomitas. Más o menos sabía a lo que iba: una pareja de norteamericanos, Roy (Woody Harrelson) y Jessie (Emily Mortimer) emprende un viaje desde Pekín a Moscú en el Transiberiano, donde se van a encontrar con todo tipo de gente extravagante, que es como un extranjero ve a la gente de otros países, entre ellos con Carlos (Eduardo Noriega) y su pareja. Ambiente extraño y claustrofóbico, sensación de peligro, bellos paisajes de la estepa siberiana, frío. Cuánto juego han dado los trenes en el cine y siguen dándolo, aunque en esta película el tren es una máquina casi fantasmal. Y no lo voy a comparar con un viaje en el tiempo ni en la vida de los personajes de la historia. Sólo diré que se le ha sacado jugo sin cargar las tintas, sin correrías desenfrenadas por los vagones.
El comienzo de la película con Ben Kingsley es de altos vuelos, clásico, sereno, con fuerza, nada de serie B. Lástima que el final con Abby en la nieve rice el rizo. Pero todo lo de en medio (salvo algún fleco) está bien tensado y sostenido por la interpretación de los actores, de la que destaco la de Eduardo Noriega. Y en el fondo todo lo anterior es un pretexto para hablar de él. Me ha encantado verle maduro, dueño de sí, natural, inquietante, seductor cuando quería y aborrecible cuando quería. Mirada turbia, cínico, campechano, muy español.
Le había perdido la pista, me había olvidado de Eduardo Noriega y ahora me reencuentro con un gran actor, cuya presencia es dominante en comparación con el resto de actores. Y eso que todos están bastante bien. Kingsley, por ejemplo, nos ofrece un buen repertorio de matices psicológicos y Harrelson se mete como un guante en el papel de hombre medio y tirando a anodino que puede llegar a ser un héroe en determinados momentos. Y lo mismo Emily Mortimer, e incluso el personaje más cogido por los pelos de Abby. Pero hay un resquicio en ellos por donde asoma su gran profesionalidad. Y este es el tremendo logro de Noriega, que ha logrado olvidarse de su profesionalidad y que nos olvidemos todos. Parece un pasajero de verdad, un mochilero con un anillo en el dedo gordo de la mano que no le tiene miedo al riesgo. Se nota que ha aportado mucho al personaje de Carlos, y que está muy por encima de su guapura. Se nota que ha aprendido mucho y que va por todas.
¡Ojo! con Eduardo Noriega. Está dando un salto.