Clara Sánchez
Este verano ya he ido tres veces al cine de verano. Está situado en un parque cerca de mi casa y se montan unas colas impresionantes para entrar. A todos nos apetece estar viendo una historia entre las estrellas, con la luna a un lado y el balanceo de las ramas de los árboles. A eso de las once de la noche comienza a hacer fresco y es muy agradable porque parece que lo que ocurre en la pantalla esté más vivo que en una sala de cine.
Desde luego no es recomendable para quienes necesitan concentrarse al máximo para ver una película porque hay gente que habla, que come, que bebe, que fuma o que se queda dormida. Por fortuna aún no he oído a nadie roncar. En el cine de verano se ve cine de una manera muy ligera, sin solemnidad, pero tiene algo especial cuando las caras de los actores te miran colgados en la noche, en la noche auténtica.