
Eder. Óleo de Irene Gracia
Basilio Baltasar
El encuentro con Ibiza le produjo a Walter Benjamin un doble sobresalto: pisar una tierra arcaica excitaba ensoñaciones que inspirarían alguno de sus textos decididamente visionarios; el carácter "realmente hosco" de los habitantes del lugar desvelaba matices incómodos a la anunciada redención del género humano.
El lector puede seguir el hilo de las meditaciones ibicencas de Walter Benjamin leyendo el volumen editado por Pre Textos. Vicente Valero agrupa la correspondencia que Benjamin mantuvo desde una isla extrañamente situada entre las brumas del pasado (púnico y corsario, para más señas) y la apocalíptica catástrofe del Mal que se avecinaba.
En una de las piezas epistolares dirigida a su íntimo amigo Gershom Sholem, fechada en 1933, WB, mecido por la lánguida brisa de los pinares mediterráneos, escribe: "echo de menos las densas sombras con las que las alas de la crisis económica enterrará en pocos años toda esta soberbia de tenderos y veraneantes".
Corresponde a los dos personajes el tono profético de la alocución, tenebrosamente vinculada a la furia anti burguesa que también alentaban los nazis. Pero esta confianza en el poder justiciero de los reveses del destino -esperanza milenarista enquistada en los anales revolucionarios- ya no nos resulta hoy tan fogosamente estimulante. El desastre europeo que se gestaba acabó para Benjamin el día de su suicidio en Port Bou. Y es éste destino el que hoy mismo pesa sobre la conciencia de la cultura europea: la crisis económica no es el síntoma de un sistema obsoleto; es la consecuencia de nuestra falta de pericia.