Basilio Baltasar
El breve ensayo de John Lukacs publicado por Turner es una elegante lamentación del tiempo presente y, ya en las páginas finales del libro, una sarcástica reivindicación de sí mismo. No
está exenta de ese inconfundible murmullo humorístico que distingue a una inteligencia cínica (en la más griega de las acepciones) y por ello puede mostrarse resueltamente hostil con los colegas y editores que le han defraudado.
Esos que se han negado a citar sus numerosos y radiantes ensayos históricos, ya sea por rivalidad o temor, envidia o simple malevolencia (esa forma de ociosidad tan productiva en
la comunidad intelectual), están socavando los notables logros de la tradición cultural de occidente. O esto al menos es lo que nos da a entender.
La negligencia de las revistas especializadas, abrumadas por la abundancia de una bibliografía
descomunal, la especialización fragmentaria de los expertos en un solo asunto, las exigencias políticas de la carrera académica y el indolente abandono de los requisitos imprescindibles a un historiador -veracidad y honestidad-, contribuyen a consumar el más grave deterioro cognitivo de nuestra civilización: la pérdida progresiva de nuestra capacidad de atención.
El prolífico y radiante historiador norteamericano (nacido en Hungría en 1924) se pregunta en este reconfortante pero demoledor ensayo qué quedará de nuestra tradición culta y libresca. Qué futuro le espera a la Historia y cuál será el destino de los historiadores. Cuánta inteligencia sobrevivirá a la desparramada confusión contemporánea.
Reconocido autor de deliciosos relatos históricos (Cinco días en Londres, Sangre, sudor y lágrimas), Lukacs es un pensador que venera la literatura. Como historiador no deja de indagar la naturaleza de los hechos que estudia pero como escritor tan sólo quiere acompañar al lector en la delicada resurrección del tiempo pasado. Lukacs identifica los sucesos verdaderamente
significativos y centra toda su energía en lo que ya es el registro vertebrador de su método: "lo que piensan y creen las personas constituye la esencia fundamental de lo que sucede en este mundo".
Lukacs acoge con escepticismo la influencia de una tecnología que propicia la dispersión, la
superficialidad, y la conformidad con unas fuentes cada vez menos sujetas a la verificación.
Le asombra la ingenuidad con que muchos de sus estudiantes, que apenas leen libros, dan por buena la información que repliegan en Internet. Y no puede dejar de preguntarse una y otra vez a dónde nos conducirá el desenlace de nuestro suspense cultural. "La larga transición de la era verbal a la gráfica nos conduce a una nueva forma de barbarie llena de nuevos peligros".
Otra de sus observaciones adquiere en estos momentos su especial lucidez: "hay que darse cuenta de que las personas no tienen ideas. Las eligen".
Por breve que sea su recusación no deja de sonar con estruendo la descripción que hace de nuestra época: "desde 1920 la publicidad gobierna la opinión y los sentimientos de la mayoría". Y más adelante, sentencia: "lo que marca el devenir histórico de las sociedades no es la acumulación de capital, es la acumulación de opiniones".
Para Lukacs el historiador es sobre todo el investigador de la mentalidad dominante en cada
época. Y la huella de estas ideas, sensaciones, impresiones y creencias ha sido brillantemente captada por los novelistas. La novela y la Historia, dice, se criaron juntas. Y un Historiador, por ejemplo, del siglo XIX debe leer La cartuja de Parma, Guerra y Paz, Historia de dos ciudades y La Educación sentimental.
Sus reflexiones sobre la novela son augurios imprescindibles y no deja de ser alentador que de este mundo nuestro en transformación Lukacs espere la llegada de un escitor que finalmente renueve el género narrativo por excelencia y sepa elaborar lo que nuestra época necesita.
Como especialista en su campo, Lukacs está libre de muchas contemplaciones y no le importa arremeter contra lo que considera un intento fallido de hacer literatura histórica. (Contra Roth por su Conjura contra América y contra Mailer por su meta ficción sobre Hitler). "Muchos de estos libros, dice, quedan viciados cuando incorporan, tuercen, deforman y atribuyen pensamientos, palabras y actos a unos hombres y mujeres que existieron de
verdad".
Creo que invitaré a Javier Cercas y a Jordi Gracia a leer este libro. Sin duda será de su agrado,
y cada uno por sus respectivos motivos, acometer alguna refutación convincente.