
Eder. Óleo de Irene Gracia
Basilio Baltasar
Cuando haya pasado el tiempo, y las convulsiones de hoy sean recordadas como el fruto amargo de un mal sueño, quizá podamos pararnos a considerar la convicción con que Obama elaboró su discurso político.
Para hacer frente a la crisis el Presidente de los USA reclama una ley contra los excesos de la avaricia, restaura la autoridad que regulará la disciplina financiera y moviliza los recursos económicos destinados a impedir que el tejido social se deshaga en mil pedazos. Al mismo tiempo anuncia la regeneración de una sociedad obligada a dar lo mejor de sí misma.
No se trata tan sólo de presidir un programa gubernamental aprobado por la mayoría de la Cámara de representantes. Obama impulsa una movilización que haga factible lo que parece imposible. La cordialidad que ofrece a los gerifaltes del mundo, sin evidenciar la diferencia que los distancia, es parte esencial de esa reinvención moral implícita en su estilo de hacer política. Obama habla a los que desean escuchar pero se dirige especialmente a los que pueden comprender la magnitud de un inaplazable desafío ético. La idea que sostiene su vigorosa puesta en escena es una constante apelación al sentido común: o acabamos nosotros con el conflicto o el conflicto acabará con nosotros.
Nos encontramos al borde de una catástrofe (millones de parados sin nada que llevarse a la boca son un paisaje escalofriante) y sólo una convicción de este calibre podrá encauzar las necesarias voluntades, esperanzas y paciencias.