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Siempre nos quedará Toulouse

Por 5 de julio de 2009 Sin comentarios

Eder. Óleo de Irene Gracia

Basilio Baltasar

 

Grandes lienzos decoran la primera planta del palacio municipal con escenas históricas y costumbristas entumecidas por el paso del tiempo. Las escaleras que un día ascendieron mandatarios presuntuosos, hoy las suben algunos curiosos despistados. Contemplan el antiguo salón de baile como si fuera el decorado de una vieja película y se miran de reojo en los descomunales espejos temiendo dejar en ellos una huella demasiado clara de su figura. Sin muebles ni boato, los altos techos y las volutas ornamentales que se rizan sobre nuestra cabeza resaltan la nimiedad del visitante, como si fuera un intruso consentido por el repentino desfallecimiento de la Historia. Aún así, le pregunta a la amable muchacha encargada de vigilar el Capitol: ¿dónde está Jean Jaurés? Ahí mismo, responde sin dejar de sonreír, en el Paseo de los Soñadores, el que lleva gabardina y canotier. El visitante retrocede para abarcar de un lado a otro el gran mural: en la orilla del Garona se levanta la fachada neoclásica de la Escuela de Bellas Artes, el poderoso contrafuerte que previene las crecidas del río y la frondosa arboleda. A este lado, junto al apacible discurrir de las aguas, pasean concentrados en sus pensamientos algunos ciudadanos ilustres de la ciudad, librepensadores ensimismados, alimentando con el susurro de una conversación siempre inquisitiva la fortaleza de su discurso político. Entre ellos, Jean Jaurés, el socialista que injertó en la República Francesa el nervio de su modernidad: la ley de laicidad que separó definitivamente a la Iglesia del Estado y convirtió al país vecino en esa república de maestros que tanto hemos admirado.

Las extrañas simetrías que impone el tiempo han querido que la misma orilla del río sea desde el pasado sábado el Quai de l’exil republicain espagnol. En la evocadora resonancia mucho tienen que ver los concejales socialistas de Toulousse, algunos de ellos hijos de los republicanos españoles que con su alcalde Pierre Cohen a la cabeza recuerdan lo que el descuido podría condenar a una penoso olvido: 1. la hospitalidad de la villa tolosana convirtió en ciudadanos a los perseguidos españoles (¡casi un 10% de su población); 2. Los republicanos vivieron el largo exilio como un refugio temporal, no como una derrota.

Se lo digo a Domingo García Cañedo, director del Instituto Cervantes, mientras almorzamos en casa de nuestros comunes amigos tolosanos, Catherine y Jöel, a la derrotada España sí le convendría examinar la dignidad moral con que puede sostenerse un legado existencial durante 70 años para calibrar la magnitud de lo perdido en el interior del país. Es cierto, que el sistema parlamentario restaurado en la España de los 70 supone una cierta retribución a la generación de nuestros padres y abuelos, pero la adocenada y destartalada cultura política de una ciudadanía entregada al jolgorio del consumo… ¿qué tiene eso que ver con la tradición de la enseñanza pública republicana?

En la fiesta que se celebra en el Quai de l’exile republicain espagnol, después de los vibrantes discursos (Alfonso Guerra recuerda a los anarquistas, socialistas y comunistas españoles que encontraron cobijo en Toulouse pero que ganaron su ciudadanía a pulso como miembros activísimos de la Resistencia) tengo ocasión de escuchar por primera vez en directo a Vicente Pradal, compositor y cantante, a su hijo Rafael, pianista virtuoso que recuerda con su ejecución las evocadoras digresiones musicales de Keith Jarret y de Chano Domínguez, y la conmovedora voz de su hija Paloma. Un prodigio sinfónico que surge de la reinvención del flamenco exento al fin de esa desgarradora queja implorante del drama español.

Podrá rastrearse la estela de los artistas españoles criados en Francia en la elegante bailora Fany Fuster, elaborada síntesis (como me dice la madre de Vicente Pradal, Claire, la viuda del pintor Carlos Pradal) de técnica tradicional, humor y creatividad.

Más tarde recordaré que al elegir Toulouse, las columnas de los perseguidos españoles seguían el rastro de un ilustre predecesor: Francisco Sánchez (1551-1623) judío español, médico y filósofo que, huyendo de la insaciable Inquisición española, desarrolló en su elocuente obra una de las más certeras y subversivas corrientes del pensamiento filosófico, el escepticismo que constituiría uno de los pilares reflexivos de la Modernidad. Francisco Sánchez enseñó en la misma Universidad de Medicina de Toulouse donde poco antes estuvo otro español, Miguel Servet.

Siempre nos quedará Toulouse.

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Basilio Baltasar

Basilio Baltasar (Palma de Mallorca, 1955) es escritor y editor. Autor de Todos los días del mundo (Bitzoc, 1994), Críticas ejemplares (BB ed; Bitzoc), Pastoral iraquí (Alfaguara), El intelectual rampante (KRK), El Apocalipsis según San Goliat (KRK) y Crítica de la razón maquinal (KRK). Ha sido director editorial de Bitzoc y de Seix Barral. Fue director del periódico El día del Mundo, de la Fundación Bartolomé March y de la Fundación Santillana. Dirigió el programa de exposiciones de arte y antropología Culturas del mundo (1989-1996). Colabora con La Vanguardia y con Jot Down. Preside el jurado del Prix Formentor y es director de la Fundación Formentor.

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