
Eder. Óleo de Irene Gracia
Basilio Baltasar
La versión cinematográfica de Millennium, la popular novela de Larsson, tiene por delante un largo recorrido entre la audiencia más proclive a dejarse entretener por las historias bien contadas. Los paisajes nórdicos y la particular gramática parda de unos cineastas deudores del omnímodo Bergman añade interés a unos personajes siempre a punto de hundirse en el oscuro abismo interior. Sus lánguidas y huidizas miradas parecen repeler la necesidad de acción que impone el argumento de una trepidante investigación periodística. Un oficio (el nuestro) rehabilitado por un antihéroe tan tenaz como, en ocasiones, ingenuo: un reportero que se la juega al denunciar los trapos sucios (más bien, pestilentes) de los delincuentes de cuello blanco que dirigen las inefables corporaciones financieras. Las pesquisas tropiezan constantemente con el tópico cinematográfico y con un arraigado hábito social: la sociedad perezosa, temerosa y cómplice mira con inquietud, hostilidad y aversión al periodista que no se deja amedrentar. ¡El mito americano regresa a Europa!
El decorado social que acoge la historia del periodista justiciero es el que dio título a la novela de Larsson ("Los hombres que no amaban a las mujeres"): la perturbada obsesión de los que, guiados por un instinto perenne, ofenden, humillan, desprecian, maltratan, golpean, torturan y asesinan a las mujeres.
No fue intención de Larsson investigar de dónde surge esta demoníaca patología de la condición humana pero al desvelar el secreto de las familias decentes ya nos da una idea del agujero al que nos asomamos. En el personaje de Lisbeth Salander -testigo y víctima de mil aberraciones- podrán reconocerse muchas de las protagonistas de este extraño calvario.