
Eder. Óleo de Irene Gracia
Basilio Baltasar
Las críticas adversas que en su día recibieron las obras literarias hoy consagradas, ¿de qué nos van a servir? A veces para recordar lo que ciertos libros ponen en evidencia. Que el gusto estético de cada época hace incomprensible lo que tiempo después resulta admirable.
Una nueva lectura de aquellas piezas nos ayuda a entender cómo mutan con el paso del tiempo nuestras preferencias. Lo que fue rechazado, regresa envuelto en un aura de buena reputación. Lo que fue ilegible, revela lo que no supimos ver. Es un escarmiento el que ha educado nuestra moderna precaución.
Las severas críticas lanzadas entonces contra estas ateridas obras maestras fueron juicios sin apelación. Hoy nos sorprende que sus autores no fueran más cautos. Que no sospecharan la envergadura del error. ¿A qué viene tanto atrevimiento? ¿Acaso eran entonces los críticos más osados? ¿No dudaban a la hora de desdeñar los buenos oficios del autor?
Imputamos a la crítica contemporánea un exceso de amistad con los autores que reseña, una promiscua familiaridad con sus editores o una complacencia perezosa con la corriente comercial que inunda las librerías. Pero quizá los críticos sean el inevitable fruto de la posmodernidad que tantas veces ha meditado su propia historia. Quizá los críticos hayan aprendido a relativizar su propia mirada, sus modelos de referencia, sus gustos personales. Quizá teman el juicio de la posteridad. Pasar a la historia como aquél que no supo ver la verdad que tenía en las manos. Quién sabe.