
Eder. Óleo de Irene Gracia
Basilio Baltasar
Los ensayos de Giorgio Agamben que publica Anagrama deberían recetarse como si fueran un complejo vitamínico. Desde luego, la ingestión no será fácil y probablemente produzca alguna de esas inevitables complicaciones que hoy caracterizan la digestión intelectual. Pero ¿acaso no es eso lo que le hace falta al mundo? Aquejada de simplicidad la opinión asiste perpleja al espectáculo trágico de nuestro tiempo sin entender de dónde procede tan súbita catástrofe. Sin recordar que siempre hemos vivido abrazados a la causa de nuestra destrucción.
El libro contribuye a que la filosofía, como suele decirse, regrese con renovado ímpetu a la "conversación de la humanidad" pero no en balde señala algunas diferencias decisivas entre la reflexiva exploración del laberinto cultural y los ensayos divulgativos escritos para inspirar a un público desorientado. Agamben, y sea dicha la advertencia para evitar reclamaciones, exige a su lector esfuerzo y una informada memoria.
Hay una profusa producción de textos que pasan desapercibidos por los que abominan de los especialistas de la cosa en sí, pero todos ellos desbrozan significativas observaciones sobre nuestro fuste torcido. Warburg, Kommenerell, Milner, Jesi o Segalen, entre otros, son hilvanados por Agamben para dar cuerpo a una especie de antropología metafísica que, a fin de cuentas, renueva el aparentemente agotado expediente de la condición humana.
La potencia del pensamiento debería aparecer en una nueva lista de libros recomendados. Una especie de hard-books elaborada para violentar la complacencia de la cultura contemporánea, mecida por todo cuanto arrullo suene a melódico estribillo.