Basilio Baltasar
No se sabe si el mercado es una constelación de cuentas bancarias irritadas o la impaciencia estratégica de sus titulares, pero como sismógrafo es infalible. Los gobiernos tienen en la Bolsa un interlocutor susceptible que reacciona sin tapujos. O me gusta o no me gusta lo que haces. ¿Te enteras? Lo singular de este diálogo es que al otro lado del teléfono no hay nadie. Nadie a quién pedir paciencia, nadie a quién intrigar con un buen argumento. Las decisiones de los gobernantes, hasta las más cruentas, tienen algo de corazonada. ¿Funcionará? Se preguntan, siempre con cierto titubeo. Al fin y al cabo les preocupan sus votantes. ¿Cómo retribuir al contribuyente? Los que pagan impuestos esperan un buen servicio público. Escuela, sanidad, seguridad, desempleo, jubilación… Al fin y al cabo se trata de eso ¿no? Su cuantía y calidad, sin embargo, están sometidas a la ilusión. Los votantes tienen su corazoncito y muy poca objetividad. Un buen gobernante es aquél que consigue administrar sus deseos, encauzarlos, ralentizarlos, excitarlos. Es un hacha obteniendo treguas y manejando la situación. Puedo prometer y prometo, etc… Con la Bolsa es otra cosa. ¿Rescate de Grecia? ¡Y un cuerno! El mercado, amigo mío, ¿acaso no es la más fría de las bestias frías? ¡Quién se lo iba a decir a Nietzsche!