Basilio Baltasar
El sarcasmo que los voceros de la derecha española le dedican no revela nada sobre el extraño proceder del Presidente español. ¿Hará falta un experto que nos ayude a discernir las claves ocultas de su pensamiento político?
Antes del pasado verano los íntimos colaboradores de Zapatero en la Moncloa le aconsejaron adelantar la fecha de las elecciones generales. Se trataba de evitar el riesgo de la crisis económica que, ya entonces, los más lúcidos se atrevían a temer. Un vuelco inesperado en la boyante tendencia económica haría temblar la columna vertebral del discurso político. Y era preciso proteger el más destacado rasgo de identidad acuñado por Zapatero: el optimismo, el vigor de la buena voluntad de poder.
Al parecer, Zapatero se opuso vehementemente a aprovecharse de las prerrogativas del cargo. Como su doctrina le impele a ejercer a toda costa una ejemplar actitud de principios, decidió respetar el plazo máximo y convocar las elecciones el 9 de marzo. Lo hizo -dicen que dijo- por "pedagogía política". Esto es, para enseñar a los ciudadanos cómo deben hacerse las cosas.
Esta preocupación del Presidente por la didáctica pública adopta modos y expresiones que no siempre llegan a entenderse. Pero permite identificar iniciativas que de otro modo parecerían caprichos personales.
La Alianza de las Civilizaciones, por ejemplo. Que se haya celebrado en Madrid y en período electoral esta esperada cumbre no se debe a que la agenda intercultural del Presidente forme parte de las preocupaciones urgentes del ciudadano español. De hecho, por loable que sea el esfuerzo invertido en construir espacios de diálogo y reconocimiento, resulta que al ciudadano convocado a las urnas le parece ornamental e indescifrable la propuesta liderada por Zapatero en la escena internacional.
El podio prestado a Erdogan para ensalzar la paz entre culturas y religiones contrasta vivamente con las incursiones del ejército turco en el norte de Iraq -con el permiso de Estados Unidos y de la OTAN- persiguiendo a guerrilleros kurdos pero acribillando al que se ponga por delante.
Tampoco se entiende, por buena que sea la voluntad puesta en ello, el significado de la tolerancia proclamada por la Alianza cuando las señoras invitadas deben asistir a las sesiones embozadas con un velo, cumpliendo así las normas que ordenan el lugar de la mujer en este extraño mundo de patriarcas airados.
Pero si todo comportamiento gubernamental es pedagogía política no debe rechazarse de un plumazo la contradicción del que nos convoca a compartir una política de buenos sentimientos.
Al día siguiente de clausurarse las rimbombantes sesiones de la Alianza de Civilizaciones, la primera medida del consejo de ministros del gobierno de España fue venderle a Marruecos un artefacto que, según dicen los periódicos, consta de "ocho juegos de lanzadores de bombas de aviación". La venta se considera una "prueba de hermandad" dada por España a Marruecos pues en lugar de cobrar 86.848 euros -su precio de mercado- se facturará un euro simbólico.
La proximidad entre las dos operaciones gubernamentales -la cumbre de la Alianza de Civilizaciones y el obsequio de armamento al vecino marroquí- podría considerarse una exagerada muestra de desfachatez, pero hoy nos sentimos obligados a descifrar el significado de una pedagogía política más astuta de lo previsto.
¿Qué pretende decir con tan sutiles gestos el gobernante?
Al escéptico que no comulga con fervores utópicos le descubrirá el anverso de la retórica publicitaria gubernamental: los buenos deseos no nos eximen de cumplir complicidades temporales.
Al adversario que ridiculiza el alarde de las buenas intenciones le da una lección de realismo político: soy más de lo que imaginas.
Al ingenuo que no acaba de creérselo le da un par de palmaditas en la espalda: algún día lo entenderás todo.