
Eder. Óleo de Irene Gracia
Basilio Baltasar
Uno de los singulares logros de Savater es haber dado a su pensamiento las cualidades que escasean en el solar ibérico: transparencia, humor y gozo. Es un estilo (pocas veces un hombre ha sido tan coincidente) y también una prosa, pero, sobre todo, un manual de vida: un hedonismo que da guerra, un ingenio generoso, un sarcasmo cada vez más embridado.
Quizá sea éste el signo de los hombres destinados a librarse de la decrepitud: la virtuosa ironía (que magistralmente elogió Kierkegaard).
Parece que después de haber sido muy temido por su habilidad polémica, Savater, después de dar la vuelta completa al ruedo con las dos orejas y el rabo, ha optado por interlocutores más sublimes.
De ahí que resulte tan ejemplar la apropiación que hace de Arthur Schopenhauer. Un ejercicio de ventriloquia del que no conseguimos sacar nada concluyente: ¿Nos habla el venerable filósofo alemán a través de su médium Savater? ¿O es Fernando el que gesticula metido en la piel del viejo maestro?
La obra de teatro se escribió hace más de veinte años por encargo de Pilar Miró y ha sido para esta edición completamente reescrita. Como no vi en su día la puesta en escena de la obra ni he leído el manuscrito original, no puedo contar al lector cuáles son los cambios llevados a cabo por el autor, aunque sí parece conservarse el asunto al que alude el título de la obra:
"es como si al entrar en la vida -dice Schopenhauer en Savater- hubiésemos dado un paso en falso, un traspié…"
La escena de este entremés transcurre en casa de Schopenhauer, en Frankfurt, mientras la joven escultora Elisabet Ney finaliza con unas últimas cinceladas el busto del maestro. No exenta de coquetería, la charla transcurre junto a la efigie silente de un Buda, entre el vigoroso anciano, resignado a contemplar la belleza de la joven, y el sagaz desparpajo con que esta sabe sonsacarle sus puñeteras sentencias.
El repaso que entre los dos hacen al traspié que todos dimos es bastante completo: el amor, la muerte y el matrimonio, la verdad, la filosofía y los celos, los farsantes, los charlatanes y la fama, la posteridad, la armonía y la melodía, los bandidos, la política y los toros… También hay espacio para una parodia de los tipos insoportables: el amigo pesado, el ocioso cotilla, el petimetre que se pavonea… La gracia del diálogo responde fielmente a la pícara mirada con que el Filósofo aparece en alguno de sus retratos.
No sin orgullo por el elogio tardío que empieza a recibir su magna obra, con cierta sorna y una infatigable curiosidad, el filósofo alemán se lo pasa la mar de bien con su vivaracha compañera. La cosa promete más todavía cuando aparece en escena un caballero español, Don Rodrigo de Zúñiga, que acaba dirigiendo un conjuro espiritista para convocar al alma de Mariano José de Larra. Schopenhauer, que fallecería un año después de esta escena imaginaria, quiere saber qué hay detrás de eso que llamamos muerte. "¡Es preciso saberlo!".
Pero esta estimulante resurrección del filósofo, comparable a la que puso en escena hace unos años Flotats con Descartes y Pascal, ya va concluyendo. Es una pena que Savater no se prodigue en un género que maneja con tanta soltura, pues el resultado es excelente y regocija a los que desean saber cómo sienten, hablan y sonríen los graves filósofos de antaño.