
Eder. Óleo de Irene Gracia
Basilio Baltasar
El reportaje del periodista Brunnquell sobre los paraísos fiscales -emitido por Radio Televisión Española en su programa Documentos TV- precedió muy oportunamente a la cumbre del G-20.
Brunnquell nos cuenta su visita a los principales enclaves de impunidad fiscal y sus conversaciones con los directivos, abogados, gestores, testaferros y gerentes encargados de administrar esa extraña figura jurídica llamada "secreto bancario".
Con una desbordada gentileza los representantes de estas repúblicas monetarias lamentan la mala imagen que enturbia su eficiente oferta de servicios financieros. Al parecer, décadas de denuncias hechas por grupos de ciudadanos alarmados han convencido a la opinión pública del perturbador efecto causado en la economía global por estos territorios de impunidad.
La más notoria, sin ir más lejos, es el peso que los capitales huidos imponen al ciudadano de a pie: los asalariados o los empresarios ajenos a estas prácticas deben soportar el peso de los servicios públicos que aquellos se niegan a pagar.
Hasta ahora han sido solitarios periodistas o grupos "radicales" los que han puesto en evidencia la amnistía fiscal permanente que las grandes corporaciones, burlando sus responsabilidades sociales, conseguían para sus accionistas.
De ahí el extraordinario y extraño desenlace de esta histórica cumbre del G-20. Aunque los analistas han sorteado con escepticismo valorar las consecuencias inmediatas de los compromisos declarados, lo cierto es que es insólita la voluntad política de los jefes de gobierno por acabar con el secreto bancario y con los paraísos fiscales.
Sigamos de cerca este programa de acción y veamos cómo se enfrentan nuestros gobiernos a los monstruos que han dejado crecer en sus entrañas.