Basilio Baltasar
El encarnizamiento concitado por Garzón nos ayuda a comprender el hechizo en el que hemos estado viviendo. Que una querella de Falange Española sea admitida a trámite por el magistrado que fundó Jueces para la Democracia debe ser un motivo de sorpresa entre los más crédulos entusiastas de nuestra joven democracia. ¿Cómo se produjo una alianza tan desconcertante?
La persecución desenvuelta por el poder judicial con desparpajo, ejecutada sin temor a la reprobación pública, exenta del pudor que nos impone la cultura democrática, sorda a la escandalizada protesta de la inteligencia europea, llevada a cabo como si de una venganza se tratara… ¿de dónde procede?
Los que anhelan la rápida inhabilitación del juez Garzón consideran inaceptable que se haya atrevido a cometer una transgresión sacrílega: desenterrar a los fusilados de la Guerra Civil. Que una tarea que pertenece de oficio al juez de turno -identificar los restos mortales de un desconocido- se considere un agravio contra los pactos de la Transición, nos da una idea de lo que algunos creyeron haber pactado.
Con su desorbitado celo, los enemigos de Garzón, desde Falange hasta la izquierda, desde la política hasta la magistratura, renuevan el aborrecible tufo de la maldita Guerra de España y dejan en las espaldas de la próxima generación la tarea de cancelar de una vez la penosa herencia nacional.