
Eder. Óleo de Irene Gracia
Basilio Baltasar
Cuando llega la hora, el suicidio resuelve el enigma del destino. Si leemos el obituario de un autor después de que éste padezca una "larga y penosa enfermedad" nos sentimos inclinados a lamentar la pérdida, pero cuando David Foster Wallace se ahorcó sus obras dejaron de ser brillantes y su talento ya no pudo ser admirable.
En su corta y elocuente vida intuimos la sombra de las pesadillas amargas. Cuando un novelista decide largarse con viento fresco colgado de una soga, sus lectores se quedan en una posición muy incómoda. ¿Por qué me gustan tanto sus obras? ¿Tanto gozo me causa leerlo?
La ácida sagacidad de DFW resultó ser una mirada verdadera. No hubo impostura. No fue una pose. Resulta que el humor de ese tío adornaba al extraño y desolado miedo de su país. Es probable que muchos de sus lectores, en lugar de liberarse, sientan el contagio de este miedo cerval. Pues lo que hay de histérico en el dolor de vivir no es una broma.