
Eder. Óleo de Irene Gracia
Basilio Baltasar
Después de un terremoto las brigadas de salvamento proceden a demoler los edificios que han quedado en pie. ¡Qué bella y aleccionadora imagen! ¿Podrá inspirar el plan de acción que buscan los jefes del G-20?
De nuestros gobernantes se espera esa contundencia urgente que la nerviosa crónica de la crisis exige en voz alta. Pero los administradores del Estado tantean el terreno y se conforman con salvar la fachada. ¡Las ruinas tambaleantes! En realidad, su titubeo no es una cautelosa verificación de daños, sino simple desconcierto. No saben por dónde empezar.
Nuestros hombres de Estado dejan en evidencia lo que nos temíamos: tres décadas de capitalismo salvaje -esa jerga acerca del gobierno mínimo- han criado una casta política blanda. Entrenada en las peleas intestinas del partido y bregada en campañas electorales, ahora no sabe qué hacer ni cómo enfrentarse a lo real. Su carrera política, la que debía concluir jalonando salones de hijos ilustres, les ha conducido a este maldito comienzo de siglo. Entre el desplome de las Torres Gemelas y el desplome de la Bolsa, no ganan para disgustos.
¿Sabrán responder como es debido o la crisis impondrá el nacimiento de una nueva estirpe política?