Basilio Baltasar
La pérdida de la inocencia hace inevitable la pérdida del pudor. Una vez extraviada la ciega confianza del espíritu en sí mismo se desencadena una interminable sucesión de actos vergonzosos. De ahí que tanto lo ingenuo como lo púdico no pueden seguir siendo, a lo largo de la vida, virtudes instintivas. Sólo elaborándolas como impostura, como consciente restricción del ser, se recupera la elegancia metafísica que, asociada a la belleza, tanto nos deslumbra.
En su ausencia, el espectáculo social sólo es previsible. Ahora, en Paris, dos escritoras se intercambian amargas acusaciones de plagio y presunción. Camille Laurens lamenta furiosamente haber sido víctima de un "plagio psíquico" y exige al editor de las dos autoras, Paul Otchakovsky-Laurens, que elija de una vez: o ella o yo.
Marie Darrieussecq, que también ha escrito sobre las angustias de ver morir a un bebé, reclama su derecho a escribir sobre cuánto le plazca y publica un ensayo (Rapport de police) acusando a Laurens de padecer un viejo síndrome: el deseo de ser plagiada.
La trifulca saca a flote las viejas polémicas sobre el derecho del escritor a utilizar su propia vida como hilo argumental de la novela: ¿hay invención o sólo transcripción de anécdotas? ¿Es la literatura un mero oficio narrativo o una rara creación de construcciones singulares?
La disputa mundana, sin embargo, sólo se fija en lo esencial: un hombre entre dos mujeres celosas.