Basilio Baltasar
Es una presunción del imaginario nacionalista creer que existe una casta propietaria del país. En realidad, todo el universo identitario gira alrededor de esta idea: un abolengo legítimo se remonta a un tiempo envuelto en brumas tan espesas como incuestionables. Es el fundamento mágico de un discurso hilvanado para un orador, no para la discusión política de la ciudadanía. Al parecer hubo un ancestro que, al llegar el primero, acuñó la denominación de origen. Sus descendientes son naturales del país; el resto, hijos de emigrantes.
El sencillo reproche del ex presidente Jordi Pujol contra el actual presidente de la Generalitat catalana José Montilla despliega toda una parafernalia de autoridad y enfado. Al reclamar a Montilla un mayor "grado de integración" en Cataluña, Pujol se presenta como miembro del tribunal que certifica o deniega la categoría de los habitantes de Cataluña.
No se sabe qué requisitos regulan los diferentes grados de "integración" pero la convicción censora de Jordi Pujol permite intuir la existencia de un manual cuyo contenido sólo conocen los más puros integrantes de la casta propietaria. Los únicos que pueden conceder el definitivo certificado de autenticidad nacional.
La anécdota es insignificante pero reveladora y pertenece a la crónica todavía no escrita de la conmoción sufrida por la burguesía catalana ante el insólito resultado del sufragio universal: un charnego en el sillón presidencial de la Cataluña original.