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Achab es Achab para siempre

Por 11 de octubre de 2013 Sin comentarios

Eder. Óleo de Irene Gracia

Basilio Baltasar

 

Moby Dick, de Hermann Melville se publicó en 1851. El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad, 48 años después, en 1899.

¿En qué se parecen el relato de Marlow y el de Ismael?

El neoyorquino Melville creyó haber hecho el ridículo y murió olvidado por
todos los que lo consideraron un escritor insignificante.

Sin embargo, la posteridad le rinde tributo por su obra maestra.

Para escribir Moby Dick le resultaron muy útiles a Melville sus aventuras de marinero a la deriva y su estancia con los caníbales de las Islas Marquesas, pero sobre todo le sirvió su pasión por la Biblia, y por Shakespeare.

Para los que no recuerden el argumento les diré que Ismael ("Llamadme
Ismael") llega al puerto de Nueva Bedford y de ahí viaja hasta la isla de
Nantucket, colonizada por los cuáqueros, para enrolarse en el primer barco
ballenero que lo admita entre su tripulación.

Ismael se embarca en el Pequod junto a los personajes que le acompañarán en
su desgraciada travesía. Entre los oficiales: Starbuck, el hombre recto y
honesto, Stubb, el de invulnerable despreocupación, y Flask, el indolente y
mediocre.

Entre los arponeros: Queequeq, el caníbal que se convertirá en el más fiel
amigo protector de Ismael; Tashtego, el indio avezado y sin miedo, Daggoo,
negro de gran estatura y fuerza, y Fedallah, el misterioso protegido del
capitán Achab.

Una tripulación, dice Ismael, "que parecía especialmente escogida por alguna
fatalidad infernal para auxiliar a Achab en su viaje monomaníaco".

Achab es el protagonista perfecto de Moby
Dick
. La figura que rige el drama de un viaje a ninguna parte. Los otros
personajes son comparsas de su despiadada obsesión.

Achab está al mando del navío pero en lugar de comportarse como el capitán
del Pequod se mueve en cubierta como si fuera un arconte del destino.

Según Peleg, copropietario del barco, Achab "es una especie de enfermo,
aunque no tiene aire de serlo. En verdad, no está enfermo, pero tampoco está
bien. Es un hombre raro. Es un gran hombre, no es religioso pero se parece a un
dios".

Y añade:

"Ha clavado su lanza en enemigos más poderosos y extraños que las
ballenas".

Ismael observa que el capitán lleva el nombre de un rey perverso de la
antigüedad, ese que cuando murió asesinado, ningún perro quiso lamer su sangre.

Achab, tan premonitoriamente bautizado, es el capitán del Pequod pero su
propósito no es capturar ballenas sino dar caza a la bestia que, en una antigua
incursión ballenera, le arrancó una de sus piernas y lo transformó en un
imbatible monstruo de rencor; el obcecado, vengativo, temerario, inflexible, cruel
y feroz capitán Achab.

Este drama metafísico en medio del océano no es una aventura, no es un
episodio de la lucha del hombre contra la naturaleza: es una parábola sobre el
poder del odio, sobre el modo en que los hombres acuden furiosos en busca del
destino que los destruirá.

Ismael nos desvela en su relato una de las cualidades del odio: la reacción
mimética que produce.

"En mi había un sentimiento de simpatía místico y vehemente; el odio
inextinguible de Achab parecía mío. Con oídos ávidos escuché la historia de ese
monstruo asesino contra el cual yo y los demás habíamos prestado juramento de
violencia y venganza".

El barco se hunde, todos se ahogan. Excepto Ismael, el único superviviente
de la extraña cacería, el único que regresó para contarlo. "Solo yo regresé
para contarlo", dijo Job. Ismael es el cronista del viaje emprendido por Achab
contra sí mismo.

Cuando Starbuck se enfrenta a la empecinada locura de Achab, exigiéndole
que deje de perseguir al monstruo, que acabe de una vez con la locura que será
la perdición de todos, Achab le responde con unas palabras de formidables
resonancias bíblicas pero que a nosotros inevitablemente nos recuerdan a Borges:

"Achab es Achab para siempre. Esta escena está escrita, es inmutable. Tú y
yo la hemos ensayado un millón de años antes de que se extendiera este océano."

La conciencia trágica que tiene Achab de sí mismo nos recuerda la lucidez
de los dramaturgos griegos. Achab conoce la desdicha de su odio vengativo pero su
conciencia abarca todo lo imaginable.

"¿Se me niega el último orgullo del capitán naufrago más despreciable?
¡Ahora siento que  mi mayor grandeza está
en mi mayor dolor! ¡Acudid desde los confines más remotos, olas audaces de toda
mi vida pasada! ¡Formad la ola inmensa y única de mi muerte!

Para los que leyeron la novela y vieron a muy temprana edad la versión
cinematográfica que John Huston y Ray Bradbury hicieron de Moby Dick, y
recuerdan las alegorías que se han ido haciendo sobre la ballena y Leviatán, como
si el memorioso cetáceo fuera una alegoría del Mal, coincidirán en reconocer que
el verdadero motivo de espanto a lo largo de la travesía es el rencor del capitán
Achab.

Es probable que el lector, en la medida en que hace suyo el largo monólogo
de Ismael, quiera saber todavía más y vaya descubriendo el misterio de una
antigua sospecha. 

Conrad desvela claramente en su relato lo que Melville tan
solo insinúa en el suyo: nosotros somos el origen del horror.

El único protagonista de la novela al que no se oye hablar ni una sola vez
a lo largo del relato es la ballena. Tan solo es una presencia poderosa
alentada por una fuerza indestructible.

Pero otra novela, la de Mary Shelley, la autora del mito del doctor Frankestein,
nos proporciona la voz que Melville no quiso darle a Moby Dick. El cadáver
resucitado y apañado por Frankestein dice:

"¿Por qué he de respetar yo a quién no me respeta? Haz que el hombre en vez
de odiarme, me acepte e intercambie conmigo sus bondades, y verás que en lugar
del mal puedo atraer sobre él toda clase de beneficios y bendiciones. Pero sé
muy bien que esto no puede realizarse, porque los sentimientos que animan al
hombre son un muro invencible para nuestra unión".

Para saber cómo nos han influido las obras maestras debo sumergirme en los viejos
recuerdos y reconstruir las huellas dejadas por Moby Dick en mi mente infantil
y esto es lo que encuentro.

1.      Una desconfianza sarcástica hacia la Autoridad. (Sobre todo si
la autoridad nos gobierna con sus obsesiones enfermizas). Es una mezcla de risa
y desdén la que me inspiran las órdenes dadas en el puente de mando: "por ahí
resopla, no, no, por ahí no… ¡más oro para el primero que la vea!"

2.    Una aguda intolerancia hacia los traidores de la amistad. Teniendo en
cuenta que todos nos estamos jugando la vida, la amistad vale tanto en tierra firme como  a bordo de un bote sacudido por un cetáceo.

3.     Una irritada misantropía que nace al recordar la fiel obediencia de los marineros y arponeros obcecadamente dispuestos a morir a cambio del oro que les prometen desde el puente de mando.

4.    Una duradera simpatía por los salvajes (todos los viajes que he hecho por América, Africa y Asia, los emprendí en busca de Queequeq). Recuerden lo que dice Ismael: "la verdad es que estos salvajes tienen un sentido innato de la delicadeza, dígase lo que se quiera de ellos; es maravilloso hasta qué punto son esencialmente corteses". En este apartado se incluyen los caníbales.

5.     Una secreta complicidad con los animales. Sobre todo con
los perseguidos y vejados.

6.    Un desdén mal disimulado por los cazadores. Los asocio en
mi mente infantil con los gobernantes. Gobernantes y cazadores conservan en mi
mente infantil el mismo aspecto.

7.     Una comprensión intuitiva: sólo odian los que no se soportan.

 

Bueno esto es lo que hay en mi mente infantil. En la mente del niño que leyó Moby Dick.

 

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Basilio Baltasar

Basilio Baltasar (Palma de Mallorca, 1955) es escritor y editor. Autor de Todos los días del mundo (Bitzoc, 1994), Críticas ejemplares (BB ed; Bitzoc), Pastoral iraquí (Alfaguara), El intelectual rampante (KRK), El Apocalipsis según San Goliat (KRK) y Crítica de la razón maquinal (KRK). Ha sido director editorial de Bitzoc y de Seix Barral. Fue director del periódico El día del Mundo, de la Fundación Bartolomé March y de la Fundación Santillana. Dirigió el programa de exposiciones de arte y antropología Culturas del mundo (1989-1996). Colabora con La Vanguardia y con Jot Down. Preside el jurado del Prix Formentor y es director de la Fundación Formentor.

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