
Eder. Óleo de Irene Gracia
Basilio Baltasar
Siguiendo el guión que le corresponde como jefe de la oposición parlamentaria, Mariano Rajoy hace su trabajo: reprocha al gobierno el alcance de la crisis económica, le conmina a resolver el paro sangrante, la recesión, la política crediticia, la deflación. Rajoy exige medidas contundentes. Reclama al ejecutivo iniciativas que corrijan la tendencia al deterioro social y espera que el malestar redunde en favor de las expectativas electorales de su partido (las europeas y las inminentes autonómicas en Galicia y el País Vasco).
En suma, Rajoy se comporta a la vieja usanza: como si la sociedad de la información no inundara con sus certezas la percepción ciudadana. Se supone que sus asesores le animan a entrar en Facebook y a prodigarse a través de la web de su partido, pero Rajoy lo ignora todo sobre los ciudadanos a los que quiere convencer.
Habla como si su palabra pudiera modificar la tupida madeja de sensaciones que nos impone el espectáculo de la crítica catástrofe financiera internacional. Como si las noticias, las declaraciones, los artículos y los blogs no hubieran demostrado ya lo que todo el mundo sabe: el más patético infortunio de impotencia en el que han incurrido los poderosos rectores, expertos y especialistas, que hoy deben limitarse a agachar la cabeza (Sarkozy, Brown, Merkel) y reconocer que no saben qué hacer para salir del follón en el que nos han metido.
Rajoy desconoce lo hondo que va calando este estado de ánimo global: oleadas de opinión sincronizadas en la gran red de intercambio transnacional verifican a diario el zarandeo que padece un mundo sin rumbo ni timonel. Por primera vez los gobernantes -los arcontes que presumían de saber y poder- deben salir a la palestra como víctimas desazonadas que ni siquiera ocultan el temor que sienten ante la cercanía de lo peor todavía.
Las apariciones televisivas de Zapatero confirman que el origen de la crisis económica pasa por encima de su cabeza presuntuosa y elevándose más allá de sus posibilidades bienaventuradas se remonta hasta esos espacios de impunidad que avergüenzan incluso al presidente de los Estados Unidos.
Curiosamente, esta inutilidad no redunda en su perjuicio. Y esta salvedad es algo que Mariano no puede aprovechar.