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Escrito por

Yoani Sánchez

Yoani Sánchez es licenciada en Filología. Reside en La Habana y combina su pasión por la informática con su trabajo en el Portal Desde Cuba. Fue premiada con el premio Ortega y Gasset de Periodismo por su blog Generación Y, que más tarde ha ganado el Premio BOBs al Mejor Blogs del Mundo de 2008 y el Premio del Jurado en Bitácoras.com 2008.

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El último objeto de culto

Hace varios años se proclamó el inicio de la ?Revolución Energética?. Los medios oficiales anunciaron la inmediata distribución de ollas de presión que, a pesar de funcionar con electricidad, reducirían el consumo nacional de petróleo. La industria estatal comenzó a producir masivamente las necesarias juntas de goma para las tapas, que hasta ese momento eran confeccionadas sólo por productores privados y vendidas en los mercados informales a precios de abuso. Con la meticulosa precisión de una operación militar, salieron a la calle decenas de camiones a distribuir los nuevos equipos. ?Adquiéralo ahora y pague después? era la consigna, que no logró acallar a los escépticos y a quienes preguntaban cómo obtener ?sin tantas dificultades? los alimentos para poner dentro de la nueva tecnología. Sin embargo, era un momento de esperanza generalizada que ?como el amor? parecía estar entrando por la cocina. Ocurrió lo mismo que con otros proyectos anteriores: al principio la distribución marchaba bien, pero al pasar los meses, ni las ollas llegaron a todos los rincones ni en todas partes fueron bien recibidas. En algunas zonas donde se vendían, era retirado inmediatamente el servicio de gas licuado y las interrupciones eléctricas ocurrían en los momentos más inoportunos. Por otra parte aconteció algo que los entusiastas no habían podido prever, existían personas que no podían pagar aquellos efectos electrodomésticos. Aún hoy se pueden ver las listas de los morosos, colocadas a la vista pública en los mismos mercados donde se comercializaron las sofisticadas cazuelas. Aquellas ollas, que fueron el último objeto de culto del paternalismo gubernamental, dejaron de venderse y lo mismo ocurrió con las juntas de gomas, que hoy ?otra vez? los artesanos alternativos nos ofrecen en plena calle al precio que impone la demanda. * He recuperado mi condición de bípeda, abandonado la muleta y de regreso a los temas de mi cotidianidad. Gracias a todos los que me tendieron su mano solidaria, el bálsamo del apoyo y la efectiva medicina de su amistad. Aquí y aquí les dejo una breve historieta de lo ocurrido aquel viernes 6 de noviembre.



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15 de noviembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Seres de la sombra

Después de lo ocurrido el pasado viernes, he decidido sacar a la luz

una serie de fotos de personas que me vigilan y acosan. Mi relación con el cine siempre fue desde las butacas, en la penumbra de una sala donde se escuchaba el sonido de un viejo proyector. Se mantuvo así hasta que comencé a vivir mi propia película, una especie de thriller de perseguidores y perseguidos, donde me toca a mí escapar y esconderme. El motivo de tan repentino cambio de espectador a protagonista ha sido este blog, ubicado en ese amplio espacio -tan poco abordado por el celuloide- que es Internet. Me desperté hace dos años con ganas de escribir el verdadero guión de mis días y no la comedia rosa que mostraban los periódicos oficiales. Pasé entonces de ver las películas a habitarlas. Tengo mis dudas si algún día veré bajar el telón y podré salir viva del cine. El largo filme que vivimos desde hace varias décadas en Cuba no parece cercano al momento de mostrar los créditos y apagar la pantalla. Sin embargo, los espectadores ya no están tan interesados en la cinta interminable que le muestran los proyeccionistas autorizados. Más bien parecen cautivados por la visión de quienes toman un blog o una página en blanco y graban en ellos las preguntas, frustraciones o alegrías de los ciudadanos. Creyéndome Kubrick o Tarantino, he comenzado a dejar testimonio de esas criaturas que nos vigilan y acosan. Seres de las sombras, que como vampiros se alimentan de nuestra alegría humana, nos inoculan el temor a través del golpe, la amenaza, el chantaje. Individuos entrenados en la coacción, que no pudieron prever su conversión en cazadores cazados, en rostros atrapados por la cámara, el teléfono móvil o la retina curiosa de un ciudadano. Acostumbrados a acopiar pruebas para ese expediente que todos tenemos en alguna gaveta, en alguna oficina, ahora les sorprende que nosotros hagamos el inventario de sus gestos, de sus ojos, la meticulosa relación de sus atropellos.



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12 de noviembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La culpa de la víctima

Después de una agresión, hay ciertos miopes que culpan a la propia víctima por lo ocurrido. Si es una mujer que ha sido violada, alguien explica que su falda era muy corta o que se contoneaba con provocación. Si se trata de un asalto, los hay que sacan a relucir el llamativo bolso o los brillantes aretes que despertaron la codicia del delincuente. En caso de que se haya sido objeto de la represión política, entonces no faltaran quienes aleguen que la imprudencia ha sido la causante de tan ?enérgica? respuesta. La víctima se siente -ante actitudes así- doblemente agredida. Las decenas de ojos que vieron como a Orlando y a mí nos metieron a golpes en un auto, preferirían  no testificar, sumándose así al bando del criminal. El doctor que no levanta un acta de maltratos físicos porque ya ha sido advertido de que en este ?caso? no debe quedar ningún documento probando las lesiones recibidas, está violando el juramento de Hipócrates y haciendo un guiño cómplice al culpable. A quienes les parece que debería haber más moretones y hasta fracturas para empezar a sentir compasión por el atacado, no sólo están cuantificando el dolor,  sino que le están diciendo al agresor: ?tienes que dejar más señales, tienes que ser más enérgico?. Tampoco faltan los que siempre van a alegar que la propia víctima se autoinfligió las heridas, los que no quieren escuchar el grito o el lamento a su lado, pero lo resaltan y lo publican cuando ocurre a miles de kilómetros, bajo otra ideología, bajo otro gobierno. Son los mismos descreídos a los que les parece que la UMAP fue un divertido campamento para combinar la preparación militar y el trabajo en el campo.  Esos que aún siguen creyendo que haber fusilado a tres hombres está justificado si de preservar el socialismo se trata y  que cuando alguien golpea a un inconforme, es porque este último se lo buscó con sus críticas. Los eternos justificadores de la violencia no se convencen ante ninguna evidencia, ni siquiera ante las breves siglas E.P.D. sobre un mármol blanco. Para ellos, la víctima es la causante y el agresor un mero ejecutor de una lección debida,  un simple corregidor de nuestras desviaciones. Breve parte médico: Estoy superando las lesiones físicas derivadas del secuestro del viernes pasado. Los moretones van cediendo y ahora mismo lo que más me molesta es un dolor punzante en la zona lumbar que me obliga a usar una muleta. Anoche fui al policlínico y me han puesto un tratamiento contra el dolor y la inflamación. Nada que mi juventud y mi buena salud no puedan superar. Afortunadamente, el golpe que me di cuando pusieron mi cara contra el piso del auto no ha afectado mi ojo, sino solamente el pómulo y las cejas. Espero estar recuperada en pocos días. Gracias a los amigos y familiares que me han atendido y apoyado, se están desvaneciendo incluso las secuelas psíquicas, que son las más difíciles. Orlando y Claudia todavía están bajo el shock, pero son increíblemente fuertes y también lo lograrán. Ya hemos empezado a sonreír, que es la mejor medicina contra el maltrato. La terapia principal sigue siendo para mí este blog y los miles de temas que todavía me quedan por tocar en él. (Nota del editor: post dictado por teléfono)



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9 de noviembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Secuestro estilo camorra

Click here to view the embedded video. (Nota del editor del blog: Video de la manifestación a la que Yoani fue impedida de participar) Cerca de la calle 23 y justo en la rotonda de la Avenida de los Presidente, fue que vimos llegar en un auto negro ?de fabricación china? a tres fornidos desconocidos: ?Yoani, móntate en el auto? me dijo uno mientras me aguantaba fuertemente por la muñeca. Los otros dos rodeaban a Claudia Cadelo, Orlando Luís Pardo Lazo y una amiga que nos acompañaba a una marcha contra la violencia. Ironías de la vida, fue una tarde cargada de golpes, gritos y malas palabras la que debió transcurrir como una jornada de paz y concordia.  Los mismos ?agresores? llamaron a una patrulla que se llevó a mis otras dos acompañantes, Orlando y yo estábamos condenados al auto de matrícula amarilla, al pavoroso terreno de la ilegalidad y la impunidad del Armagedón. Me negué a subir al brillante Geely y exigimos nos mostraran una identificación o una orden judicial para llevarnos. Claro que no enseñaron ningún papel que probara la legitimidad de nuestro arresto. Los curiosos se agolpaban alrededor y yo gritaba ?Auxilio, estos hombres nos quieren secuestrar?, pero ellos pararon a los que querían intervenir con un grito que revelaba todo el trasfondo ideológico de la operación: ?No se metan, estos son unos contrarrevolucionarios?. Ante nuestra resistencia verbal, tomaron el teléfono y dijeron a alguien que debió ser su jefe: ?¿Qué hacemos? No quieren subir al auto?. Imagino que del otro lado la respuesta fue tajante, porque después vino una andanada de golpes, empujones, me cargaron con la cabeza hacia abajo e intentaron colarme en el carro. Me aguanté de la puerta? golpes en los nudillos? alcancé a quitarle un papel que uno de ellos llevaba en el bolsillo y me lo metí en la boca. Otra andanada de golpes para que les devolviera el documento. Adentro ya estaba Orlando, inmovilizado en una llave de kárate que lo mantenía con la cabeza pegada al piso. Uno puso su rodilla sobre mi pecho y el otro, desde el asiento delantero me daba en la zona de los riñones y me golpeaba la cabeza para que yo abriera la boca y soltara el papel. En un momento, sentí que no saldría nunca de aquel auto. ?Hasta aquí llegaste Yoani?, ?Ya se te acabaron las payasadas? dijo el que iba sentado al lado del chófer y que me halaba el cabello. En el asiento de atrás un raro espectáculo transcurría: mis piernas hacia arriba, mi rostro enrojecido por la presión y el cuerpo adolorido, al otro lado estaba Orlando reducido por un profesional de la golpiza. Sólo acerté a agarrarle a éste ?a través del pantalón? los testículos, en un acto de desespero. Hundí mis uñas, suponiendo que él iba a seguir aplastando mi pecho hasta el último suspiro. ?Mátame ya? le grité, con la última inhalación que me quedaba y el que iba en la parte delantera le advirtió al más joven ?Déjala respirar?. Escuchaba a Orlando jadear y los golpes seguían cayendo sobre nosotros, calculé abrir la puerta y tirarme, pero no había una manilla para activar desde adentro. Estábamos a merced de ellos y escuchar la voz de Orlando me daba ánimo. Después él me dijo que lo mismo le ocurría con mis entrecortadas palabras? ellas le decían ?Yoani sigue viva?. Nos dejaron tirados y adoloridos en una calle de la Timba, una mujer se acercó ?¿Qué les ha pasado??? ?Un secuestro?, atiné a decir. Lloramos abrazados en medio de la acera, pensaba en Teo, por Dios cómo voy a explicarle todos estos morados. Cómo voy a decirle que vive en un país donde ocurre esto, cómo voy a mirarlo y contarle que a su madre, por escribir un blog y poner sus opiniones en kilobytes, la han violentado en plena calle. Cómo describirle la cara despótica de quienes nos montaron a la fuerza en aquel auto, el disfrute que se les notaba al pegarnos, al levantar mi saya y arrastrarme semidesnuda hasta el auto. Logré ver, no obstante, el grado de sobresalto de nuestros atacantes, el miedo a lo nuevo, a lo que no pueden destruir porque no comprenden, el terror bravucón del que sabe que tiene sus días contados.



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7 de noviembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Cuestión de tonos

?Te paré porque eres blanca?, me dice el taxista después de chirriar las gomas en la calle Reina, cerca de la medianoche. De sus gruesos labios de mulato salen las justificaciones ?una tras otra? de por qué no acepta clientes ?de color? a estas altas horas. Busca complicidad en mí, que nací en un barrio mayoritariamente negro y me encantan las pieles color canela. Apenas lo escucho. Me molestan especialmente los que discriminan a sus iguales: el custodio del hotel que increpa al cubano pero deja pasar a un turista que grita y gesticula; la prostituta que se va ?por diez pesos convertibles? con un canadiense que le duplica la edad, con tal de no parecer ?derrotada? por aceptar a un compatriota; el santiaguero que una vez instalado en La Habana se burla del acento de quienes vienen de su propio pueblo. Muchas veces me levanto y tengo ganas de ser mestiza como Reinaldo o como Teo, porque cuando miran mi nariz recta y mi pellejo blancuzco creen que me ha sido fácil. Nada de eso. Hay muchas formas de ser apartado, pues junto al racismo conviven aquí la discriminación por origen social, la estigmatización por filiación ideológica y la exclusión si no se pertenece a un clan familiar con poder, influencia o relaciones. Qué decir de la subestimación que se recibe en una sociedad machista al tener un par de ovarios enclavados en medio del vientre. De ahí que me incomode tanto la disertación del chofer, que ha detenido el auto ante la palidez de mi piel. Tengo ganas de bajarme, pero es tarde, muy tarde. ¿A qué te dedicas? me pregunta bajo el semáforo de la calle Belascoaín. Soy blogger ?le advierto? y las luces de la avenida Carlos III me dejan ver su cara de suspicacia y temor. ?Fíjate, no vayas a contar lo que acabo de decirte?, indica cambiando el tono complaciente que tenía al recogerme en medio de la penumbra. ?No quiero que después publiques en Internet boberías sobre mí?, me aclara mientras se toca la entrepierna en un gesto de poder. El pelo lacio ha dejado de ser un motivo para confiar en mí, ya mis ojos no le parecen tan almendrados y cuando le explico ?con mis delgados labios? los temas que abordo en el blog, es como si lo amenazara, navaja en mano, un peligroso delincuente. Compruebo entonces que su espectro clasificatorio no sólo estigmatiza algunos matices de color, sino también ciertas tendencias de opinión, esos tonos que no se llevan sobre la epidermis pero que provocan también ?en esta Isla? muestras de segregación y rechazo.



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4 de noviembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Final de partida

Estamos en medio del festival de teatro y eso ayuda a escapar de la aburrida programación televisiva y las limitadas opciones recreativas ?casi todas en pesos convertibles- de la noche habanera. Guiados por el drama y la comedia, intentamos disipar los problemas cotidianos, las desazones y las dudas que este guión del absurdo en que vivimos nos genera. Pero en esas salas en penumbras no siempre se logra la evasión, sino que pueden encontrarse las claves para volver sobre nuestra realidad y reinterpretarla. El sábado se exhibió en el pequeño local del teatro Argos ?calle Ayestarán esquina a 20 de mayo- la obra de Samuel Beckett ?Final de partida?. Fuimos temprano para alcanzar espacio en las rústicas gradas de madera. Créanme que estar casi dos horas sin apoyar la espalda y sobre una dura tabla sólo se puede resistir si se trata de una magnífica puesta en escena. Pues bien, la de antenoche era del tipo que hace olvidar los calambres y el dolor en la cervical. Y no porque moviera al divertimento o a la risa, sino por generarnos esa angustia que nos mantiene en vilo, esa desazón humana que nos hace reparar en todo lo que nos falta. Un anciano ciego y agonizante mantiene una relación de maltrato y sumisión con su sirviente, al que encierra en la rutina y el chantaje. Sobre una silla de ruedas, el caprichoso convaleciente quiere controlar todo lo que ocurre y utiliza los ojos de su súbdito para estar al tanto. Una enfermiza gratitud y la incapacidad de imaginar otras circunstancias de vida, hacen que Clov esté atado a su amo Hamm y que posponga el día de alcanzar su independencia. Desde una sucia ventana se ve el mar, señal de todo lo vedado que existe afuera, de todo lo que nos está prohibido experimentar. Caminamos luego hasta la casa, traspasados por el desasosiego que nos dejó la puesta en escena. Fueron demasiado fuertes las paredes pintadas de negro, los gritos del déspota reclamando atención y asomarnos ?con tanta crudeza y familiaridad- a ?la naturaleza incalificable de las relaciones de poder, su misterio y su ritual de culpas, chantajes, imposiciones, perdones, manipulaciones??*. * Palabras de Carlos Celdrán, director de Argos Teatro, en el catálogo de la obra ?Final de partida?, interpretada por Pancho García, Waldo Franco, José Luís Hidalgo, Verónica Díaz.



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2 de noviembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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A puertas cerradas

Click here to view the embedded video. No sé por dónde comenzar a contar lo ocurrido en el debate de ayer, sobre Internet, organizado por la revista Temas. Sin dudas, la peluca rubia que me encasqueté me permitió colarme por la controlada entrada del centro cultural Fresa y Chocolate. Eso y los zapatos altos, los labios pintados, las argollas brillantes y un bolso enorme de color hiriente, hicieron que me trasmutará en un ser bastante diferente. Algunos amigos llegaron a decirme que me veía mejor así, con la falda apretada y corta, el contoneo sensual y las gafas de armadura cuadrada. Lo siento por ellos, el personaje que interpreté duró poco tiempo y hoy he vuelto a mi despeinada y aburrida apariencia. A Claudia, Reinaldo, Eugenio, Ciro y otros bloggers no les permitieron la entrada. ?La institución se reserva el derecho de admisión? y mis colegas del ciberespacio mostraron la impertinencia de quienes ya han sido excluidos de otros lugares, pero no quieren retirarse abochornados y en silencio. Adentro, yo lograba atrapar una silla a un costado del panel de los expositores. Algunos ojos diestros en mi enclenque fisonomía ya me habían detectado y una cámara me filmaba con la insistencia de quien prepara un expediente. Un joven escritor pidió la palabra y lamentó que tantos hubieran sido impedidos de entrar; después vino alguien y mencionó términos como ?enemigo?, ?peligro?, ?defendernos?. Cuando finalmente fui llamada, aproveché para preguntar qué relación había entre las limitaciones con el ancho de banda y las tantas webs censuradas para el público cubano. Aplausos cuando concluí. Juro que no cabildeé ninguno de ellos. Después llegó una profesora universitaria que cuestionó el por qué yo había recibido el premio Ortega y Gasset de periodismo. Todavía no he logrado encontrar la relación entre mi pregunta y su análisis, pero los caminos de la difamación son así de torcidos. Al terminar, varios se me acercaron para abrazarme, una mujer apenas con el roce de una mano me dijo ?felicidades?. El fresco de una noche de octubre me esperaba afuera. Si a todos los que no dejaron acceder hubieran logrado participar, aquello habría sido realmente un espacio de polémica sobre la red. Lo que ocurrió me pareció mustio y maniatado. Sólo uno de los conferencistas mencionó conceptos como Web 2.0, redes sociales y Wikipedia. El resto era la vacuna anticipada contra la perversa web, las repetidas justificaciones de por qué los cubanos no podemos acceder masivamente a ella. Tomé mi móvil y twitteé con premura ?creo que lo mejor es organizar otro debate sobre Internet, sin los lastres de la censura y la exclusión?. Hoy en la mañana, con las ojeras de haber dormido apenas tres horas, estaba entregando manuales técnicos en la segunda sesión de nuestra Academia Blogger. Algunas de las imágenes de este video me las hicieron llegar manos amigas y solidarias que estaban en el interior de la sala.



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31 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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En ausencia y con cariño

He olvidado la última vez que lloré, aunque no soy especialmente fuerte con los vaivenes de la vida, más bien me considero sensiblera y dada a la lágrima. Sin embargo, desde hace más de un año me he propuesto ser feliz a toda costa, darme tragos de placidez a la espera de tiempos peores. Me resisto a que me desdibujen la sonrisa, a que me conviertan en una paranoica que siempre mira sobre sus hombros para ver si la persiguen. Esa infantil inclinación al retozo me ha permitido sobrellevar las negativas de viaje, el círculo radiactivo en el que intentan envolverme, los insultos, las campañas de difamación, el control de la policía política y hasta la neurosis de posibles micrófonos en mi casa. He tratado de celebrar incluso lo que me han quitado, como la posibilidad de viajar, asistir a la ceremonias de diversos premios, acceder a Generación Y desde las redes cubanas, contactar con muchos de mis amigos, entrar en eventos culturales en mi propio país y presenciar el lanzamiento de mis libros. Precisamente hoy estoy ebria de satisfacción porque una compilación de mis textos, titulada ?De Cuba, com carinho??, se presentará esta tarde en Brasil. Atenta a las tres horas de diferencia que me separan de Rio de Janeiro, voy a festejar a las cinco de la tarde la bella edición de mis posts en portugués. Se me verán los dientes a varios metros de distancia, no sólo porque los tengo grandes y separados, sino por la carcajada permanente que llevaré colgada en la cara. Una risa corrosiva que no pueden entender los adustos rostros de quienes me han impedido llegar hasta allá; puñalada de regocijo que corta y atraviesa a quienes no saben manejar la inesperada alegría del cautivo.



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29 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Lo que nos prometieron

Llevaba yo un uniforme blanco y rojo, tenía diez años y el tema del?bloqueo? apenas era mencionado en los ideologizados libros que me entregaban en la escuela. Eran los tiempos del optimismo y creíamos que  las vacas F1 darían suficiente leche para inundar todas las calles del país. El futuro tenía esos tintes dorados que no acababan de mostrarse en nuestra despintada realidad, pero éramos un tanto daltónicos como para notarlo. Creíamos haber encontrado la fórmula para estar entre los pueblos más prósperos del planeta, de manera que nuestros hijos habitarían un país con oportunidades para todos. Desde la tribuna, un barbado líder levantaba su dedo desafiante hacia el Norte, pues contaba con la pértiga del subsidio del Kremlin para saltar cualquier obstáculo en la construcción del comunismo. ?A pesar del bloqueo?? nos decía, con la misma convicción que años antes nos había hablado de diez millones de toneladas de azúcar, sembrados de café alrededor de las ciudades y una supuesta industrialización del país que nunca llegó. Tuvimos que recortar los sueños cuando la tubería de petróleo y rublos se secó abruptamente. Llegaron los años de comenzar a explicar el descalabro y de compararnos con las naciones más pobres de la zona, para sentirnos ?sino felices- al menos conformes. Al comenzar mi adolescencia, el tema de las limitaciones comerciales estaba en casi todas las vallas del país. En las marchas políticas ya no se gritaba ?Cuba sí, yanquis no? sino una nueva consigna de difícil rima ?Abajo el bloqueo?. Yo miraba el plato casi vacío y no podía concebir cómo habían logrado sitiarnos las malangas, el jugo de naranja, los plátanos y los limones. Me formé repudiando el bloqueo, no porque me tragara aquello del país que pudimos ser y nos lo habían impedido, sino porque todo lo que no funcionaba intentaban explicarlo señalando hacia él. Si mis amigos se iban en masa del país, era por la política de hostigamiento de Estados Unidos; si en el hospital de maternidad las cucarachas caminaban por la pared la culpa partía de los norteamericanos; incluso si en una reunión expulsaban de la universidad a un colega crítico, nos explicaban que éste se había dejado influir ideológicamente por el enemigo. Hoy todo comienza y termina en el bloqueo. Nadie parece recordar aquellos tiempos en que nos prometieron el paraíso, en que nos dijeron que nada ?ni siquiera las sanciones económicas- iba a impedir que dejáramos atrás el subdesarrollo.



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28 de octubre de 2009
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