Lo ideal para comenzar este descenso de 100 peldaños es hacerlo tratándolos como si fuesen una obra de ficción. Esto es, abriendo un círculo. Comenzaremos a dibujar la circunferencia que lo limita; para ello "lo mejor será escoger el camino de Galta, recorrerlo de nuevo", con Octavio Paz. El deslumbrante libro al que pertenecen esas palabras, y con las cuales comienza, El Mono gramático, es una inflexión de toda la literatura; es el libro en busca de sí mismo: la narración en él avanza y vuelve, se corta y regresa. Como el famoso soneto de Lope de Vega o los Cantos de Maldoror de Lautréamont, Octavio Paz se lanza de modo sistemático y exento a la metaescritura de una obra autogenerativa. El protagonista, Hanuman, antigua leyenda de la tradición hindú, es según los textos aquel que creó el lenguaje; teje y desteje el camino a Galta, que es el camino del libro. Casi todas las culturas antiguas recogen una leyenda parecida, por la cual un dios lega a los hombres el lenguaje: los egipcios con Toht (ver Platón, Timeo), los fenicios con Oannes, los cristianos con el pasaje del Génesis 2, 19, los persas con los dioses esclavizados por Tehmurasp. La creación es un texto insensato de los dioses, se nos dice. Si para Von Kleist caminar a Postdam era morir, caminar hacia Galta es para Paz gestar, nacer; caminar es leer, porque se descifran los signos de un trozo de mundo. Se crea un universo. La realidad es metáfora, y a la inversa: metáfora de otra metáfora, como entrevieran Demócrito y Neruda. El libro tiene la estructura de la selva que rodea el camino, silva prosificada. Como ella, en sus cambios permanece inmóvil: los árboles (los párrafos) son distintos, pero la selva -la espesura- es la misma. Las hojas (las palabras) diferentes, pero idéntico su efecto. Caminar es irse por las ramas. Irse quedando, regresar, avanzar hacia el fin, hasta saber que no hay fin. El hecho de que Galta exista no significa que ya no exista el principio del camino a Galta. Cabe (se debe) comenzar de nuevo, puesto que hay un principio. Sabemos que hay efecto porque hay causa y viceversa. Podríamos estar dando vueltas así quinientas páginas, extrayendo reflexiones y añadiendo selva; pero no es necesario: el lector comprende ya que la gramática, como dice Paz y antes que él estableció Alfonso Reyes, es la interpretación del mundo. Comprende que él desbroza el camino a Galta de este libro y comienza el suyo; no le sorprende que abramos con "mis gramatiquerías" (Borges) este párrafo y un largo camino de otros muchos, que será a la vez lectura de un mundo y su interpretación. No le cabe ya ninguna duda de que lo que importa, en literatura, es caminar, ya sea escribiendo o leyendo, que son dos zapatos distintos con los que dar los mismos pasos. El camino: el paseo. Como el paseo de Robert Walser, como la rosa de Silesius: pasear, escribir. Son sin por qué.
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