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Escrito por

Roberto Herrscher

Roberto Herrscher es periodista, escritor, profesor de periodismo. Académico de planta de la Universidad Alberto Hurtado de Chile donde dirige el Diplomado de Escritura Narrativa de No Ficción. Es el director de la colección Periodismo Activo de la Editorial Universidad de Barcelona, en la que se publica Viajar sola, director del Premio Periodismo de Excelencia y editor de El Mejor Periodismo Chileno en la Universidad Alberto Hurtado y maestro de la Fundación Gabo. Herrscher es licenciado en Sociología por la Universidad de Buenos Aires y Máster en Periodismo por Columbia University, Nueva York. Es autor de Los viajes del Penélope (Tusquets, 2007), publicado en inglés por Ed. Südpol en 2010 con el nombre de The Voyages of the Penelope; Periodismo narrativo, publicado en Argentina, España, Chile, Colombia y Costa Rica; y de El arte de escuchar (Editorial de la Universidad de Barcelona, 2015). En septiembre de 2021 publicó Crónicas bananeras (Tusquets) y su primer libro colectivo, Contar desde las cosas (Ed. Carena, España). Sus reportajes, crónicas, perfiles y ensayos han sido publicados The New York Times, The Harvard Review of Latin America, La Vanguardia, Clarín, El Periódico de Catalunya, Ajo Blanco, El Ciervo, Lateral, Gatopardo, Travesías, Etiqueta Negra, Página 12, Perfil, y Puentes, entre otros medios.  

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Recordando a la insustituible Margarita Rivière

Tenía miedo de que en medio de la conversación pública nos pusiéramos a llorar. Y en cambio nos reímos, nos alegramos, fuimos felices por una hora de recuerdos y dulces nostalgias.

En el marco de las Jornadas Literarias de Les Corts, organizadas por el escritor, periodista y dramaturgo Albert Lladó, él me propuso presentar un homenaje a la gran cronista, entrevistadora, novelista y amiga Margarita Rivière. Sería un diálogo público con su esposo y compañero de toda la vida, Jorge de Cominges. Margarita murió hace un año. Además de Jorge, vinieron sus dos hijos, que yo conozco desde la adolescencia.

Margarita fue una de las primeras invitadas en el Máster en Periodismo BCN_NY, de la Universidad de Barcelona, al que llegué hace 18 años como jefe de estudios y del que ahora soy director. Vino en 1998 a presentar su importante libro de entrevistas sobre  nuestro oficio, “El segundo poder”. Me enamoré de su forma de hablar, tan inteligente, tan apasionada, tan modesta. Le propuse a Cuní que ella diera un taller cada año de Entrevistas. Fue una profesora luminosa, mágica. Diez años más tarde, ya con la salud minada, me propuso dejarlo y entre los dos invitamos a Núria Navarro, la excelente entrevistadora, reportera y editora de El Periódico para ocupar su lugar. Núria es una gran profesora, una dignísima sucesora. Creo que ya sospechaba esa mañana que Margarita y yo le estábamos haciendo un “cásting”.

Siempre seguí en contacto con Margarita. Cuando comencé la colección de libros Periodismo Activo de la Editorial de la UB, pensé en una antología de entrevistas de Margarita. Trabajamos juntos, principalmente en su casa, en la selección de entrevistas y le propuse hacer una introducción y un texto breve para presentar cada entrevista.

Cuando llegué este jueves 14 de abril a la Biblioteca Can Rosés, de su barrio de toda la vida, Les Corts, se me ocurrió pedir libros de Margarita Rivière. Tenían ocho de sus 28 libros. Desde un “Diccionario de la moda” hasta “La aventura de ser mujer”, desde un libro para niños con dibujos de Mariscal y su exitoso “Serrat y su época”, hasta su novela casi póstuma, tan valiente, sobre la corrupción catalana, “Clave K”.

Todos los libros estaban trajinados. Todos habían sido sacados y leídos. Varios estaban subrayados. El que tenía más marcas y rayones era el nuestro, Entrevistas. Con los libros en la mano, Jorge y yo repasamos la carrera y la vida de Margarita, que eran uno y lo mismo. Su fantasma, sonriente, brillante, burlón, sobrevolaba la sala. Vinieron amigos, colegas y también sus lectores, que siempre fueron legión.

Recordar a los amigos queridos que nos enriquecieron nos aminora la tristeza, nos hace sentir que todo valió la pena.

Agradezco a Jorge, a Albert, al personal de la biblioteca, a los asistentes por invitarme a esta fiesta del recuerdo. Y los dejo con el prólogo que le escribí desde el corazón hace dos años. Dice así:   

*       *        *

Al comienzo del siglo XXI, ya rozando los 60 años de edad, la prestigiosa periodista de prensa y autora una treintena de libros Margarita Rivière se lanzó a dos nuevas aventuras a la vez.

Aceptó la invitación de Josep Cuní para escribir y leer en antena una columna radiofónica semanal en su programa mañanero de Ona Catalana, y empezó, con el entusiasmo de los principiantes, a escribir periodísticamente en catalán. Como catalana que fue a la escuela durante el franquismo, Margarita no había estudiado su idioma natal formalmente. “Fue como empezar de nuevo”, dice hoy Margarita.  

Unos años más tarde, Cuní juntó en un libro una selección de “textos hablados” de sus tres columnistas estrella. La más veterana era la mítica luchadora antifascista y escritora tantos años exilada Teresa Pàmies. La “niña”, la entonces joven promesa Pilar Rahola. Y “la del medio” era Margarita Rivière. El libro se llamó 3X1: El mundo actual a través de tres generaciones (Rosa dels ventes, 2003). Eran tres mujeres intensas y brillantes, tres voces femeninas para seleccionar trozos de la realidad más inmediata y ayudar a los oyentes a pensar.

Así presentó Cuní a Margarita Rivière en su prólogo a 3X1: “La periodista más sólida del país. Avalada por un trabajo profesional tan amplio como indiscutible en su valor intelectual, la cantidad de libros publicados y su incidencia – también a nivel internacional – echa leña al fuego vivo de una mente despierta, necesitada de preguntarse de manera constante el porqué de todas las cosas y de buscar sin límites razones satisfactorias”.

“Pero eso no es todo”, continúa Cuní. “Porque durante la investigación, y siguiendo su adecuado camino para hallar las respuestas correspondientes a las múltiples preguntas, reflexiona, analiza, teoriza también sobre los diferentes obstáculos que parecen impedirle avanzar. Pero ella los supera con éxito, y arriba a la meta con unas conclusiones que no han dejado al margen ningún detalle por pequeño que sea. Esos detalles son, en definitiva, los que conforman la complejidad de nuestra vida cotidiana”.         

En esta pequeña historia encuentro dos cosas esenciales de Margarita Rivière. En primero lugar, su lanzarse a un nuevo medio y un nuevo idioma a una edad en que muchos colegas se retiran o se limitan a repetir viejas fórmulas. Y este certero elogio de Cuní encuentra en ella la mirada siempre atenta, el fijarse en detalles que otros pasan por alto y el llevar sus observaciones a análisis y teorías.

Así es Margarita Rivière: aventurera y profunda.

*       *        *

Ahora me toca contarles algo de la relación de Margarita Rivière con la entrevista. Explicarles por qué creo que el género y el arte de la entrevista no sería lo mismo en la España del siglo XX sin ella.

Obviamente, como con todos los grandes escritores, las entrevistas de Rivière se defienden solos, no necesitan mi encomio. Ya leerán ustedes su introducción, sus textos de presentación de cada entrevista seleccionada y las entrevistas mismas. Les aguarda una fiesta triple: Margarita ha seleccionado personajes fascinantes, sorprendentes; los ha entrevistado con maestría y ha sacado de ellos más que ninguno o casi ninguno de sus colegas; y finalmente, por su mirada amplia al mundo y al papel del periodista, ha sabido crear texto a texto un cuadro profundo de un mundo en constante cambio, y de un mundo social – Catalunya y también España – en momentos clave de su historia.

Estas entrevistas cumplen con lo que para mí son las reglas básicas de una muy buena entrevista: en ellas se habla de algo que pasa o pasó fuera del momento de la charla, pero también son un momento de apertura y descubrimiento en sí mismo. En ellas pasa algo. Aunque sean breves, tienen un arco dramático, vemos a una mente brillante tratando de entender a su entrevistado, o de entender un tema a través de la persona que tienen enfrente. Se leen como pequeñas obras de teatro con dos personajes.

Margarita Rivière comenzó en esto del periodismo a finales de los años sesenta. Ha publicado más de 30 libros, ha introducido en el periodismo español temas antes no considerados dignos, y hoy aceptados y prestigiosos, como la moda, . Y temas antes considerados tabú, como la experiencia de la vejez y las etapas de la vida de las mujeres

¿Quién escribía sobre la experiencia y la sensibilidad de las mujeres mayores antes que ella? ¿Y quién se había atrevido a dedicar un libro a la menstruación, como hizo Margarita con su hija Clara de Cominges en 2001? ¿Y quién tomó con tanta seriedad como ella el tema de la formación de la Unión Europea y la importancia de la entrada de España en la Europa de los ochenta? ¿Y quién escribió con tanta perspicacia y profundidad sobre la dictadura de la fama en el imaginario mediático del nuevo siglo?

Nadie. Margarita Rivière es insustituible, porque muchos de los temas que ahora consideramos lógicos, como si hubieran estado siempre, fueron puestos sobre la mesa del debate periodístico por ella. ¡Y qué suerte tiene este país de que haya sido alguien con la inteligencia, el rigor y la ética de esta pionera humilde.

*       *        *

Como todo verdadero maestro, no será ella quien se ponga medallas. Por eso me alegra mucho tener la posibilidad de escribir este prólogo. Esperarían ustedes en vano a que ella misma les cuente lo importante que fue para el debate sobre temas de Historia con mayúscula y de vida doméstica. No se me ocurre ningún periodista al que se aplique mejor la máxima de que no hay temas menores, sino escritores menores. 

En su larga trayectoria, Rivière tuvo dos “picos” fundamentales de relación con la entrevista. Uno fue en los ochenta, cuando como parte del equipo fundador de El Periódico de Catalunya, publicó una entrevista diaria (“libraba” los domingos) durante cuatro años. De allí partió a dirigir la delegación en Catalunya de la agencia EFE, una experiencia de la que suele hablar con gratitud y que le dejó, como las demás, muchas enseñanzas.  Y tras ese trabajo enorme, otro aún mayor: cuatro años más de entrevistas diarias en La Vanguardia en los noventa.

Mis alumnos suelen leer a los tres excelentes periodistas que hoy se turnan para hacer las entrevistas de La contra de La Vanguardia. Yo les digo que en los noventa, Margarita Rivière hacía el trabajo de los tres.

Lo más parecido a una autobiografía que ha escrito Margarita es un libro delicioso para una colección de Editorial Síntesis sobre los placeres de la vida. Otros escribieron sobre el placer de leer, de escuchar música, de comer y de danzar. Ella dedicó un libro al profundo y simple placer de ser mujer.

Allí sus lectores aprendimos que para Margarita Rivière, ser mujer es lo mismo que ser periodista, ser observadora de la realidad, tratar de ser hija, esposa y madre, intentar ser catalana y española, estar preocupada por la situación de los desfavorecidos y comprometida con las causas de su tiempo.

 Al argumentar las  razones por las que se lleva bien y armoniosamente con su sexo, la autora se dedicó a contar su historia personal y profesional. Y un capítulo central en esa historia lo componen los años dedicados a la entrevista. En su visión, entrevistar tanto y a tanta gente fue su mejor escuela.

“La gente con la que hablaba en estas entrevistas (…) me enseñaba muchas cosas: todo un mundo aparece detrás de cada persona y a mí todo me interesaba”, confiesa con placer Margarita. “Pero, con la premura y la presión del trabajo, apenas podía digerir toda aquella riqueza humana, lo cual me estresaba muchísimo. De la primera etapa de mis entrevistas diarias me queda, sobre todo, un retrato bastante preciso de mi generación”.

Leyendo esto terminé de entender el método, la unidad que late detrás de su sucesión de entrevistas con personajes tan distintos como los que aparecen en este libro, y que van desde presidentes y líderes revolucionarios, religiosos y sociales hasta pensadores, novelistas, actores, músicos, jueces y condenados. Es un retrato coral de su época.

Así como Josep Pla trazó en su sucesión de perfiles de catalanes ilustres un mapa de su país, así como Joseph Mitchell recorrió las calles de Nueva York pintando un mapa de los seres anónimos de su ciudad, Margarita Rivière plasmó a lo largo de miles de entrevistas una idea colectiva del tiempo que le tocó vivir.

Y, dado que entre sus entrevistados había gente a la vanguardia de la creación artística y científica y la organización de plataformas y estructuras sociales nuevas, también se adentró en el esbozo del tiempo futuro.   

“Me queda también, como fruto de estas entrevistas, la detección de no pocos problemas que se agigantarían con el paso del tiempo”, escribe en El placer de ser mujer. Y los enumera: “la tiranía de la belleza y la eterna juventud, el problema de la vejez, la frustración de las mujeres y la desorientación masculina en general y en la organización del mundo en particular, el papel cada vez más decisivo de los medios de comunicación, la desigualdad del reparto de las riquezas del mundo, las consecuencias de la acción humana sobre la naturaleza, la mercantilización de la ciencia… Tengo la sensación de que todo lo que ahora nos preocupa gravemente ya estaba inventariado y sobre la mesa en aquellos lejanos años ochenta tal como aparece en mis entrevistas”. (pag. 93)

*       *        *

Desde el comienzo de este siglo, Margarita Rivière se liberó del periodismo diario, pero de ninguna manera bajó el ritmo. Si hay algo constante en su carrera es dejar lo que ya sabía hacer muy bien para aceptar nuevos retos, lanzarse a desafíos estimulantes. Así es como aparecieron libros sobre la visión femenina como El mundo según las mujeres, sobre la moda (Lo cursi y el poder de la modas, Premio Espasa de Ensayo), y sobre otro de sus temas estrella: el poder de los medios (El malentendido, Icaria, 2003).  

“Escribir libros y trabajar por mi cuenta me obligó, con la sorpresa de que era un placer casi nuevo y devorador, a descubrir la pasión por la lectura”, cuenta Margarita en El placer de ser mujer. “Organicé mi tiempo para poder leer y lo hice vorazmente, de forma desordenada, pero con la ventaja de que si algo da la experiencia es la capacidad para saber encontrar lo que a uno le interesa (…). La experiencia, en una mayoría de casos, también es un placer, aunque no esté así reconocido”. (pag. 100-101)

Pero también combinó este interés permanente por el discurso periodístico, que la llevaría en los últimos años a la nueva aventura de cursar un doctorado en Sociología en la Universidad de Barcelona, con su debilidad eterna por la entrevista. Y en uno de sus libros más valiosos, El segundo poder, volvió a repasar su carrera como entrevistadora para juntar en un tomo muchas de sus entrevistas con reporteros, editores, pensadores y contadores de historias. Ya lo había hecho en los noventa con su primera colección de entrevistas, La generación del cambio. Así dejó un relato a muchas voces sobre una nueva generación, en este caso centrado en el poderoso e inquietante nuevo mundo del periodismo en la era digital.

Pero hay preocupaciones que no cambian mientras su mirada se posa en las novedades del mundo. Atraviesa la obra de Margarita Rivière una preocupación perenne sobre las desigualdades sociales, sobre la construcción y la destrucción del estado de bienestar, sobre los males del capitalismo crudo y el egoísmo de los poderosos. En 1995 ya definía con rigor y lucidez el mundo que se estaba terminando de formar y que hoy nos atenaza: “¿Quién puede escapar al fundamentalismo laico del dinero?”, se preguntaba y nos preguntaba.

Y como los temas le seguían zumbando como moscardones, así definía en su columna de radio en Ona Catalana el 7 de febrero de 2002 el credo de esa religión atroz que nos rige “con una doctrina: el capitalismo salvaje y duro; con un lenguaje: el de la competición; con unos rituales: comprar y vender para ganar; con unas normas: el interés individual y la victoria del más fuerte; con un premio: el poder, la dominación; con un castigo: la marginación, la sumisión; con un bien: la riqueza; con un mal: la pobreza”. 

En esta mirada doble caben lo grande y lo pequeño. En toda su obra, Rivière nunca deja de pensar que la experiencia humana a ras de calle y las construcciones político-económicas son caras de la misma realidad. Entrevista a los poderosos y los grandes pensadores para que le expliquen el mundo, y habla siempre con las víctimas, con los anónimos, para que nos transmitan cómo se siente, cómo se vive, cómo se sufre la estructura que en la época de la gran periodista se va haciendo más potente y más cerrada.

Después de leer a Margarita Rivière somos algo más sabios, entendemos mejor el mundo que nos rodea y nos entendemos mejor a nosotros mismos.

Y con las entrevistas, el eje y la cadena de la producción periodística de la autora, vamos asistiendo a una larguísima y fascinante conversación con el mundo. A ella nunca le faltan las preguntas. Muchas veces sentimos que las mejores son las “repreguntas”, las que le surgen a partir de algo que está diciendo el entrevistado. Tenemos la sensación de que por más que escriba o grabe, Margarita está siempre atenta, se adelanta a lo que nosotros quisiéramos preguntar.

*       *        *

Esto mismo pasaba en sus clases del Master en Periodismo de IL3-Universidad de Barcelona que tengo el placer y el privilegio de dirigir. Durante una década, Margarita Rivière fue nuestra profesora de entrevistas. A diferencia de los otros profesores, ella no quería que los alumnos le entregaran sus textos por anticipado, no quería verlos con tranquilidad y anotarlos con paciencia en su casa. Quería ser sorprendida ante la entrevista leída delante de todos los alumnos. Su reacción era instantánea, y siempre encontraba cosas que los demás y el mismo autor no habían visto.

Más de una vez yo entré sigilosamente en clase y me quedé en un rincón. Pude presenciar momentos mágicos en los que el estudiante terminaba de leer y ella respiraba hondo y pedía que volviera a leer algo. Podía ser una pregunta, parte de una respuesta, el título, el final. Pero era siempre un momento clave, el momento en que un artículo imperfecto y a veces aburrido adquiría sentido, relevancia, dramatismo, humor. Su oído absoluto había detectado la clave para apreciar ese texto. Y nosotros éramos testigos del momento en que la mente de una gran periodista hacía ‘click’. Sus clases dejaron huellas imborrables en muchos de nuestros ex alumnos.

Espero que esta antología, que trae al presente momentos importantes del periodismo de este país, le recuerden a sus lectores algunos de sus mejores momentos. Y que atraigan a nuevos ‘rivieristas’ que se acerquen desde otros acentos y otros ámbitos a su estilo directo, respetuoso, preciso de entrevistar.

Les invito a leer estas entrevistas, que atraviesan más de tres décadas, como si se tratara de una larga conversación. Margarita Rivière habló con decenas de personajes admirables, extraños, queribles o inquietantes. Pero siempre, en el fondo y muy profundamente, está hablando con nosotros, sus lectores.

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16 de abril de 2016
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El hombre del gramófono

El excelente fotoperiodista Xavier Cervera me preguntó dónde me parecía mejor hacer un retrato mío para que acompañara una reseña de "El arte de escuchar", mi libro de crónicas, reportajes, perfiles, entrevistas y ensayos alrededor de la música clásica.

Sin dudarlo, le propuse encontrarnos en la puerta del Gran Teatre del Liceu, en plena Rambla de Barcelona. El libro contiene un retrato del teatro en el momento en que estaba a punto de reinaugurarse después del devastador incendio de 1994. Y también un perfil del entrañable apuntador Jaume Tribó, el último de su especie. Y el recuerdo de funciones memorables con la incandescente soprano Natalie Dessay. Y las noches de descubrimiento de la ópera y de compartir la vida con mi hijo José Pablo.

Pero no habíamos pedido permiso para hacer fotos dentro de la sala, y no nos dejaron entrar. Nos fuimos al Café de la Ópera, enfrente, donde tantas tardes tomé cortados esperando las funciones. Una vez me había citado ahí con la gran cronista mexicana Alma Guillermoprieto y la persona con la que iba a ir al Liceu me llamó para cancelar. La invité en un arrebato y nos deleitamos con el Andrea Chenier de Giordano, la ópera convulsa sobre la Revolución Francesa.

No había nadie en el piso superior del café, lleno de carteles de óperas del pasado: una Tosca con el cuchillo ensangrentado, una Carmen con flor carmín, una Madama Butterfly en sepia. Pero no: no era lo que estaba buscando.

Entonces Xavier y yo pedimos (ya éramos socios, yo era el personaje de su retrato pero también su colega)  un objeto precioso, de museo, que llamaba la atención en el aparador de la boletería del Liceu, a un costado de la entrada principal. Era una caja de madera con posadiscos de felpa para esos gruesos vinilos de 78 revoluciones por minuto. Una poderosa púa se posaba en los surcos y el sonido salía por una gran bocina. Era un viejo gramófono.

Lo tomé entre mis brazos como a un bebé y salimos al medio de la Rambla. Era pleno invierno, hacía frío pero el sol me daba en la cara. Me tomó fotos de cara y de espaldas al sol. En las de cara, como la que eligió para ilustrar esta preciosa reseña de mi libro por el erudito Mauricio Bach, aparezco entrecerrando los ojos. No tengo suficientes cejas ni pestañas que me protejan. Mis ojos son muy claros. Pero también puede parecer que estoy entrecerrando los ojos para escuchar mejor la música que sale del gramófono de mi imaginación. Para inspirarme, canturreaba "Un bel dì vedremo", de Madama Butterfly.

Esa es la historia de esta foto. Gracias, Xavier. Del nombre de mi libro, "El arte de escuchar", y de lo que te conté de él armaste esta pequeña historia en una foto. Me gusta mucho cómo salí, con los ojos achinados, como si escuchara la música de un gramófono en medio de las Ramblas. 

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6 de abril de 2016
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Testimonios del horror domesticado.

Durante 17 años, las autoridades públicas y fundaciones privadas encargadas de velar por el bienestar de niños en peligro enviaron decenas de infantes a la casa de David Donet en el pueblo de Castelldans, en Lleida. Varias veces al año, un grupo de inspectores profesionales entrevistaba a Donet y a sus niños acogidos y se aseguraba de que todo fuera bien.

Pero el 27 de junio de 2013, a raíz de una denuncia de la madre de otro niño, a quien Donet pedía fotos “insinuantes” por Internet, la policía entró en su casa y encontró miles de fotos, videos y “recuerdos” de relaciones sexuales con varios de sus menores acogidos. Hoy Donet cumple una pena de 51 años de cárcel, después de haber confesado delitos de pederastia y violación de la intimidad de los niños. Los medios locales bautizaron el caso con el nombre de “la casa de los horrores”

Pero pronto algo muy extraño comenzó a emerger: las principales víctimas, ahora mayores, se solidarizaban con su maltratador, lo defendían, querían ayudarlo. Hasta se ofrecían a pagar la fianza. Y lo seguían llamando “padre”. 

¿Qué había pasado en esa casa? ¿Quién era este genio del mal, que durante tanto tiempo había podido engañar a tantos? ¿Cómo contar esta tragedia que produce asco y rabia? ¿Cómo entrar en el corazón de esta historia de maldad, enfermedad, dolor, desamparo, podredumbre sexual y mentes perturbadas? ¿Desde dónde?

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El periodista de investigación Carles Porta pensó que la mejor manera era dejar que las voces principales hablaran, contaran, reflexionaran, recordaran. Sin intermediarios, como si se tratara de una obra de teatro en donde cuatro personajes enfrentan al público a cara descubierta y desgranan en monólogos sus certezas, sus dudas y sus culpas.

Después de entrevistar a decenas de víctimas, testigos, policías y funcionarios, Porta eligió cuatro voces para desgranar esta cadena de desastres: en primer lugar habla el policía que sospechó, luchó para conseguir el permiso judicial para entrar a la casa y encontró las pruebas incriminatorias. Después, la víctima principal, un joven que entró a la casa de Donet a los 11 años y que encuentra normal la forma en que éste lo trataba. En tercer lugar, el monstruo, un hombre suave y gentil. Dice que se arrepiente pero nunca sabremos si de verdad lo siente. Y por último, la directora de una de las entidades que enviaba niños a la casa donde, sin saberlo, muchos de ellos fueron abusados.

Cada uno comienza por contar el momento en que sus destinos se cruzaron. Vemos la escena de la entrada de los policías en la casa y el descubrimiento de un cuarto secreto lleno de cámaras, fotos y cintas de video desde los puntos de vista de todos los personajes y el efecto es perturbador y fascinante: a diferencia de Rashomon, la película de Akira Kurosawa, aquí los hechos son básicamente los mismos. Pero las sensaciones son muy distintas. El policía está asqueado; el criminal está hundido; el niño… es muy difícil describir lo que le sucede en ese momento a la víctima principal, el niño del que Donet se había enamorado, del que había abusado durante años y que ya adulto, había formado una extraña sociedad con su maltratador. Lo escuchamos pero no lo terminamos de entender. Tal vez de eso se trate.

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Escuchando esta historia cuatro veces vamos entrando en un mundo más complejo y ambiguo de lo que suponíamos al principio. Cada uno cuenta su historia de vida, su forma de vivir y sobrevivir, sus sueños y pesadillas. Con gran sensibilidad, Porta trata con igual respeto a los cuatro. Somos nosotros, los lectores, los que condenamos. El libro es un ambicioso viaje a lo profundo del mal.

En la solapa del libro se lo compara con los grandes ejemplos de relatos de crímenes reales, sobre todo A sangre fría, de Truman Capote. Sin embargo, creo que se inscribe mejor en el “testimonio”, una corriente que acaba de darle al periodismo dos de los principales premios literarios.

La bielorrusa Svetlana Alexievich (autora de Las voces de Chernóbil y La guerra no tiene rostro de mujer) ganó el Nobel de literatura el año pasado. La mexicana Elena Poniatowska (famosa por La noche de Tlatelolco y Hasta no verte Jesús mío) ganó el Cervantes en 2014. Las principales obras de ambas dan la voz cantante a los personajes, que le cuentan su historia al lector en primera persona. En estas obras, los monólogos se construyen con pericia desde la arquitectura y el ritmo. La voz literaria se basa en las transcripciones de muchas y largas entrevistas, pero no son un atestado notarial o policial: son a la vez la verdad y un artificio.

Con Le llamaban padre, Carles Porta se inscribe en esta escuela del testimonio, una rama del periodismo literario que tenía grandes referentes en Europa del Este, Latinoamérica y Estados Unidos pero hasta ahora no había atracado en estas costas. Y nos regala una historia atroz, con la que nos costará dormirnos al apagar la luz.

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28 de marzo de 2016
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Que parezca un accidente

La revista científica ScienceMag ha publicado un estudio con resultados aterradores. No sólo certifica que el uso intensivo de combustibles fósiles y la destrucción de hábitats naturales por una sola especie (la humana) están causando la extinción acelerada de muchas especies. También demuestra que, a diferencia de otras eras, ahora éstas desaparecen sin dejar rastro.

“Durante décadas, los paleontólogos han podido cavar la tierra, descubrir fósiles y averiguar las causas de la extinción de las diferentes especies”, pero esto ya no es así. La extinción es tan rápida y las áreas en que sucede resultan tan modificadas por la acción humana que ya no quedarán rastros para que los científicos del futuro busquen las causas del drama que nos rodea. “La extinción ahora es diferente a todo lo que ha ocurrido en el pasado, no solo en el número de especies que se extinguen, sino también en la forma en que está sucediendo: está siendo impulsada por una sola especie”, se lee en el estudio. La nuestra, claro.

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Hasta ahora, yo no había reparado en la relación entre estos dos elementos. Por un lado, las investigaciones de los paleontólogos sobre extinciones remotas, como los dinosaurios, el tigre de Tasmania o el Aguará Guazú en el noroeste argentino. Por el tiempo que tardaron en desaparecer, los sedimentos que se acumularon sobre los huesos que quedan como reliquias de su paso por la tierra y la huella de las causas de su extinción en estos restos, los paleontólogos pueden encontrar respuestas: cómo y por qué.

Por otro lado, nos llega información sobre las extinciones actuales. Desaparición de hábitats, cacería y pesca masiva, cambio climático. Y de esto no quedan marcas. Con las especies desaparece todo el mundo que los rodea, todo el ambiente que los hacía posibles y les daba sustento y cobijo. No queda nada. Ni la memoria ni un trocito enterrado o congelado al que hacerle preguntas.

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Hace poco entrevisté al historiador israelí Omer Bertov, que investigó durante años la rica historia de los judíos en Galitzia, el territorio que hoy queda en Ucrania Occidental. Los judíos eran un tercio de la población, en algunos pueblos más de la mitad. Entre 1941 y 1945 fueron masacrados por los nazis con la ayuda de milicianos locales.

Hoy se construye la identidad ucraniana borrando el pasado, escondiendo 500 años de su presencia y protagonismo en la cultura, la política, la economía, la vida social de Galitzia. Claro: esos milicianos locales son también los que se rebelaron contra las tropas soviéticas. Son los héroes del pasado que los ucranianos de hoy quieren recordar. Mientras, a los judíos asesinados se los vuelve a matar. No queda ni el recuerdo. El libro se llama “Borrados”.

¿Quedarán así borradas las especies que hoy desaparecen cada día, algunas sin que los científicos hayan llegado a estudiarlas jamás? Es peor que las extinciones del Jurásico, porque se puede desenterrar los huesos de los dinosaurios e investigar qué fue lo que las mató.

Con las especies que desaparecieron ayer y que se están extinguiendo hoy mismo, eso no es posible. Como en el caso de los judíos de Europa Oriental, hay razones para ocultar el crimen, para contar el pasado como si hubiera sido un hecho imponderable sin culpables y sin respuesta. Fuimos nosotros. Solo estamos borrando nuestras huellas. Que parezca un accidente. 

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20 de marzo de 2016
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Morehshin Allahyari, resucitadora de estatuas

Hoy la revista cultural EÑE de Clarín publica una versión extendida de mi ensayo a propósito de un proyecto que busca revivir, en impresiones 3D, las esculturas milenarias de Oriente Medio a medida que el Estado Islámico va destruyendo los originales. Un acto de rebeldía artística y tecnológica.

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Después de la Segunda Guerra Mundial, muchas ciudades europeas reconstruyeron sus centros históricos, sus catedrales y sus palacios piedra a piedra, para que se vieran como si los bombardeos nunca los hubieran tocado. Fue una laboriosa y fascinante tarea de reparación emprendida unos años después del final del conflicto.

Berlín, Dresde, Colonia, Varsovia: ciudades milenarias reducidas a escombros por la aviación militar. En las décadas del 50 y 60 del siglo pasado, un ejército pacífico de arquitectos, ingenieros, artesanos y albañiles volvieron a la vida centenares de monumentos, palacios, hospitales, iglesias, museos y teatros.

Hoy conviven en el centro histórico de Colonia la enorme Catedral original, que no fue bombardeada (se decía que para que sirviera como punto de referencia para los atacantes en una ciudad reducida a escombros) con edificios de apariencia medieval pero que son reconstrucciones actuales. Y entre el pasado original y el reconstruido, el metal y el vidrio frío de los edificios modernos.

No todo fue reconstruido. En cada una de estas ciudades, los reconstructores del pasado dejaron al menos un edificio en ruinas, para que las generaciones que no vivieron la guerra tuvieran idea y conciencia de la destrucción, del horror. En el centro de Berlín, frente al reluciente Europa Center se sostiene lastimosamente el esqueleto quemado y en ruinas de la antigua Iglesia Kaiser Guillermo. 

Pero esta época nuestra es mucho más confusa y mucho más rápida que aquella: ahora las reconstrucciones se deben llevar a cabo en medio de la guerra, en plena destrucción, siguiendo los pasos de los demoledores de la memoria.

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No hay tiempo para la tristeza. No hay espacio entre la destrucción y nuestro conocimiento del desastre, porque nuestro conocimiento es el eje de la guerra actual.

Hoy ya no nos enteramos de la destrucción de seres humanos y de ciudades enteras cuando llega la paz, cuando las tropas libertadoras recuperan la zona y encuentran los destrozos. Antaño ese era el momento en que aparecían las cámaras y las grabadoras de los periodistas.

Hoy la destrucción se transmite en vivo y en directo. Y los mismos destructores se convierten en periodistas de sí mismos. Con la emergencia de Al Qaeda primero y el Estado Islámico después, la destrucción ya no es un crimen que se busca ocultar: en la era de la publicidad y las relaciones públicas, el desastre es a la vez noticia y propaganda.

Los torturadores de la ESMA trabajaban escondidos en un sótano. Los decapitadores del ISIS operan en la plaza pública, ante las cámaras. Para las cámaras.

El mes pasado escribía Peter Pomerantsev en la exquisita revista Granta: “La guerra solía tratarse de capturar territorio y plantar banderas… La propaganda siempre acompañó a la Guerra, pero como escudero del combate verdadero. La era de la información, sin embargo, ha hecho que esta ecuación se diera vuelta: ahora las operaciones militares son el escudero de la guerra verdadera, que es la de la información”.

Pomerantsev estaba reporteando desde la region de Donbas en el oriente de Ucrania, una de las tantas tierras de nadie de las guerras actuales.

Destruir es principalmente transmitir información. Decir: Nunca más podrán apreciar estas obras, que ustedes consideran valiosas. Gritar: ¡podemos aniquilar el pasado y todo lo que no somos nosotros!

Por eso no extraña que sea en el mismo terreno de la información – esta vez como contracara constructiva – que haya surgido un movimiento de defensa, de sanación, de vuelta a la vida. Está en manos de una mujer iraní, una artista. Y va avanzando en su trabajo a medida que los iconoclastas destruyen los íconos de todos los que no son ellos.

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Morehshin Allahyari, resucitadora de estatuas. Suena como el título de un cuento de Borges.    

La artista iraní Morehshin Allahyari lidera actualmente un grupo de investigadores, escultores y técnicos en el proyecto artístico, político y tecnológico de recuperar las obras antiguas destruidas por el Estado Islámico a medida que avanzan las huestes de Daesh por los desierto se Siria e Irak. El proyecto se llama Material Speculation: ISIS”

Así lo define su página web: “Material Speculation” es un proyecto de fabricación digital e impresión en tres dimensiones que inspecciona las relaciones petropolíticas y poéticas entre la impresión en 3D, el plástico, el petróleo, el tecnocapitalismo y la jihad”. Tal cual.

Para ello reconstruyen las esculturas recién demolidas por el Estado Islámico diseñándolas por computadora para posteriormente imprimirlas en 3D. Como es arte digital que corporiza una máquina, se pueden imprimir cuantas veces se quiera. La resurrección artística en la época de la multiplicación técnica.

Las fotos que ilustran la página web del proyecto muestran una serie de esculturas obra que fueron destruidas por Estado Islámico hace un año. Una estatua de la era Romana muestra al Rey Uthal de Hatra, la mirada hierática, la mano alzada en un saludo congelado, un sombrero cónico sobre la soberbia cabeza. Otra, al caballo alado Lamassu. Tiene cabeza de viejo sabio, con la barba larga, enrulada y cuadrada de los babilonios. Durante tres mil años estuvo siempre a punto de alzar el vuelo. Ahora yace en pedazos en el suelo del museo de Mosul.

Cuando hace un año los jihadistas entraron al museo de esta ciudad, la tercera más grande de Iraq, se dedicaron a destruir metódicamente las obras de arte con martillos, sierras y explosivos. Muchos de los artefactos eran replicas pero había abundantes obras originales, unicas, de la época asiria, como las de Uthal y Lamassu, provenientes del antiguo centro comercial de Hatra.

En el interior de cada escultura, en vez del cinturón de explosivos de los terroristas suicidas, hay más información.  

Cada escultura guarda en su interior una tarjeta de memoria. “Como cápsulas de tiempo, estos objetos están sellados y guardan el pasado para las generaciones futuras”. Los lápices de memoria incluyen imágenes, mapas de dónde se construyeron y destruyeron los objetos, archivos PDF y videos.

Con la recreación de estas estatuas, el grupo de Morehshin Allahyari espera “reparar la historia y la memoria”, porque el proyecto “va más allá del gesto metafórico”.

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¡Ojalá se pudiera volver a la vida a los “herejes” decapitados, a las mujeres lapidadas, a los homosexuales arrojados desde terrazas! El primero que reviviría yo sería el valiente arqueólogo Khaled al-Asaad, torturado y asesinado por negarse a revelar el sitio de los tesoros del sitio de Palmira.

Ni la más avanzada tecnología es todavía capaz de revertir esos horrores. No se puede recuperar al gran sabio ni a las miles de víctimas de sus verdugos. Se puede, mínima y pacientemente, crear nuevas mujeres y nuevos hombres como ellos: que piensen por sí mismos, que sean abiertos a todos los pensamientos y creencias, que sepan vivir y morir con dignidad. Para eso sirve, entre otras cosas, la educación en libertad.

Pero si la vida asesinada no vuelve, los objetos inanimados crearon manos sabias hace milenios pueden rehacerse y crear la ilusión del retorno. Eso hizo gran parte de Europa tras la Segunda Guerra Mundial. Eso están haciendo ahora mismo con las estatuas mártires de Mosul. 

Esta alianza de arte, lucha contra el olvido y tecnología de impresión 3D es el último de los instrumentos de la lucha por la memoria y contra el fanatismo destructor.

Lo único que falta es que en esta Europa pusilánime, estas estatuas de cuerpos libres de pecado no se tapen después al paso de los clérigos con petrodólares, como sucedió en Italia este año, cuando el gobierno del primer ministro Matteo Renzi cubrió estatuas del renacimiento porque venía una delegación de Irán.

 

Irán: el mismo país de donde emergió Morehshin Allahyari, resucitadora de estatuas.   

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13 de marzo de 2016
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Hambre o veneno: el dilema del Chernóbil de Svetlana Alexievich

Leo en la página 44 del impresionante testimonio colectivo "Voces de Chernóbil", de la última Premio Nobel de Literatura Svetlana Alexievich: “Este libro no trata sobre Chernóbil, sino sobre el mundo de Chernóbil. Sobre el suceso mismo se han escrito ya miles de páginas, y se han sacado centenares de miles de metros de películas. Yo, en cambio, me dedico a lo que he denominado la historia omitida, las huellas imperceptibles de cotidianidad de los sentimientos, los pensamientos y las palabras. Intento captar la vida cotidiana del alma”. 

En poco más de 400 páginas, Alexievich habla poco, muy poco. Lo necesario. La descripción de una viuda sirviendo te como si su muerto fuera a volver y soplar la taza antes de sorberlo. El camino en la nieve para llegar a la casa desvencijada de un funcionario que perdió la fe. Los nombres de los sobrevivientes de Chernóbil que se sentaron a la lumbre de sus preguntas y reabrieron sus heridas para contarle sus historias.

Casi todo “Voces de Chernóbil” son monólogos de tristeza, de incredulidad, de dolor mal digerido. Los habitantes de la región de Bielorrusia donde la central nuclear explotó y liberó su veneno radioactivo en 1986 seguían haciéndose preguntas veinte años más tarde. Por qué las autoridades prefirieron negar los hechos, ocultar las consecuencias, abandonar a las víctimas. La mayoría creía en la bondad del sistema soviético. Fueron traicionados.

Hoy han pasado diez años más desde que el gran libro de Alexievich viera la luz en ruso. Hoy muchos lectores españoles e hispanoamericanos lo están leyendo, junto con su dura, flamígera hermana de testimonios “La guerra no tiene rostro de mujer”. Los leemos porque su nombre se hizo famoso tras la concesión del Nobel, que por primera vez premia a un reportero por su obra periodística.

Una de las noticias del día, la que acompaña esta foto funesta, reza: “Familias del área afectada por Chernóbil vuelven a comer alimentos radioactivos. La crisis económica azota a Rusia, Ucrania y Bielorrusia, obligando a miles de personas a volver a comer alimentos contaminados, 30 años después del desastre nuclear Chernóbil”.

La foto muestra una anciana, las manos como garras callosas, los ojos como ranuras incrédulas, mirando un billete como si el papel le pudiera contestar su pregunta de décadas. Entre los testimonios recogidos recientemente por Greenpeace, el grito ronco de una madre: “Tenemos leche y cocemos el pan aunque esté con radiación. Todo aquí es radiación”.

¿Para qué sirvió la grandiosa alianza de denuncia y arte en el libro de Svetlana Alexievich? ¿Para qué el Nobel? ¿Para qué la investigación de Greenpeace? Las madres de Chernóbil alimentan hoy a sus hijos con alimentos radioactivos. Los envenenan, porque la alternativa es matarlos de hambre. ¿En qué mundo estamos? ¿Nada cambió en 30 años? ¿Nada cambiará?

El subtítulo de “Voces de Chernóbil” da una respuesta desesperanzada y realista. Se llama “Crónica del futuro”.

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11 de marzo de 2016
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And the Oscar goes to… Il Maestro Ennio Morricone

En el usualmente modesto rubro de la música para películas, este año los Oscar fueron como un duelo al sol en la polvorienta calle principal del pueblo del Lejano Oeste.

A un lado, la cantina; al otro, el banco y la oficina del sheriff. En medio de la calle, a punto de desenfundar, los duelistas. Uno es el indiscutible genio de la música de Hollywood del último cuarto de siglo: John Williams. Del otro, el más grande músico europeo de la historia del cine: el italiano Ennio Morricone.

Seguro que nunca volveremos a ver un duelo igual.   

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Williams volvía a su pasado glorioso (la séptima entrega de Star Wars), pero Morricone, de 87 años (cuatro más que su rival) se lanzaba a un desafío nuevo: poner música a la visión postmoderna, irónica, sangrienta de la última de Quentin Tarantino.

Para reinventar el Western en Los odiosos ocho, Tarantino contrató como músico al genial inventor del sonido de las películas con las que Sergio Leone inventó el Spaghetti Western. Estoy hablando de Por un puñado de dólares, El bueno, el malo y el feo, Érase una vez en América y Hasta que llegó su hora, entre otras.

Entre sus más de 500 bandas sonoras para películas, series y programas de televisión, Morricone creó temas tan recordados como la delicada melodía para oboe de La misión o la letanía dulce para saxo de Cinema Paradiso.  La música para cine de Morricone es muy distinta a la de Williams.

Los dos son genios, tal vez los Mozart y Beethoven o los Verdi y Wagner de nuestro tiempo. Pero mientras el fuerte de Williams es lo grandioso, lo marcial, lo que enaltece, lo que nos canta, la música de Morricone se nos mete sutilmente, como una melodía que podemos cantar nosotros. O silbar, como los temas principales de Por un puñado de dólares o de El bueno, el malo y el feo.

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A diferencia del pistolero a quien se enfrentaba, Morricone nunca había ganado un Oscar por la partitura de una de sus centenares de películas, aunque fue nominado seis veces. Sí le dieron un Oscar honorífico a toda su trayectoria. Pero es increíble que el mejor músico de cine que produjo Europa no lo hubiera ganado por una banda sonora.

La asombrosa belleza sonora de Los odiosos ocho era la ocasión ideal: era su vuelta al Oeste, que no podemos imaginar hoy sin su música, y era su gran regreso, tras Kill Bill, a la alianza con Tarantino, el viejo niño terrible de Hollywood.

And the Oscar goes to… Il maestro Ennio Morricone. El primero que le dio un abrazo fue Williams, sentado a su lado en el palco. En un italiano cascado, como el que imita Brando en El Padrino, Morricone empezó diciendo que su “tributo” iba para los otros nominados y en especial “el estimado John Williams”.

El segundo tributo, a Tarantino. “No hay gran música de película sin una gran película”. El tercero, a su esposa María.

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Puedo escuchar el tema final de Cinema Paradiso cien veces seguidas y me emociona siempre. Oigo los silbidos del Oeste en las películas de Sergio Leone y se me dibuja una irónica sonrisa a lo Clint Eastwood. Camino por una selva tropical y me empieza a zumbar, como una mariposa de música, el oboe de La Misión.

Gracias, maestro. Y cuánto tardó.   

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29 de febrero de 2016
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John Williams: la banda sonora de nuestra vida

¿Ganará esta noche el mítico John Williams su sexto Oscar? Compite con la banda sonora del regreso de Star Wars: El despertar de la fuerza. Lo gane o no, sus melodías seguirán siendo parte de nuestra memoria colectiva y personal. El Tiempo de Bogotá me pidió un perfil del maestro, que el diario publicó hoy. Aquí está. Que la fuerza nos acompañe a todos.

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Casi al final de Encuentros cercanos del tercer tipo, el protagonista, Roy Neary, un empleado de una compañía eléctrica interpretado por Richard Dreyfuss, se encuentra finalmente con la nave extraterrestre que atormentaba sus sueños. Todos lo daban por loco salvo un par de científicos.

Estos científicos crearon un código no verbal para comunicarse con los alienígenas. Es una sucesión hipnótica de cinco notas que desde entonces forma parte de la historia del cine: Si bemol, Do, La bemol, otro La bemol pero un octava más abajo y Mi bemol.  

En ese momento mágico al final de la película, los científicos hacen sonar por los altavoces de un estadio el comienzo de la melodía, y desde la nave espacial se escucha el final, el La bemol profundo, con una potencia que rompe los vidrios de una cabina de transmisión y llena de alegría los corazones de Roy y de generación tras generación de cinéfilos.

Esa escena es el triunfo de la música como comunicación absoluta.

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En una reciente Master Class para alumnos de cine que daban John Williams, el compositor de la música de esa película, y su director, Steven Spielberg, los dos explicaron cómo en casi todas sus películas juntos (Tiburón, ET, Indiana Jones, La lista de Schindler y tantas otras), Spielberg hacía primera versión de la película y después Williams empezaba a pensar en qué música podía acompañar las imágenes y los diálogos.

En todas menos en esta.

En Encuentros cercanos la música, y sobre todo esas cinco notas, son el eje de la historia: son la forma de comunicarse con una civilización desconocida, un mensaje de paz a posibles invasores.

“En Encuentros cercanos tuvimos que hacer al revés: primero vino la música”, explicó Spielberg a los estudiantes.

La película es de 1977. Los dos fueron candidatos al Oscar. Para Spielberg era la primera de sus 17 nominaciones. La última, este mismo año por El puente de los espías. Pero Williams, con sus 50 nominaciones, es el artista de cualquier categoría que más veces ha optado al premio más famoso del cine.

El compositor la ganó ya cinco veces: la primera a la mejor música adaptada por la que arregló para la película basada en la comedia musical El violinista en el tejado en 1971.

Por mejor música original lo logró con Tiburón (1975), La Guerra de las Galaxias (1977), E. T.: El extraterrestre (1982) y La lista de Schindler (1993).

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Detengámonos en la que da inicio a la saga de La guerra de las galaxias de George Lukas. Esta banda sonora concentra todas las virtudes que hacen de John Williams el gran autor de música para películas de aventura, fantasía, ciencia ficción y emoción desbordada.

Desde el puro inicio de los créditos, junto con las letras que van desapareciendo en un cielo estrellado, las trompetas y los trombones inician una fanfarria marcial, una melodía de gran fuerza expresiva. Inmediatamente, las cuerdas arrancan con un contratema a la vez lírico y enérgico, después de lo cual vuelve el tema principal: A-B-A, la vieja forma sonata de los maestros del barroco y el clasicismo.

Música nueva y un guiño al pasado. Los jóvenes se fascinan por el resultado. Los eruditos, por su sapiencia compositiva.

Para la pianista y periodista musical colombiana Laura Galindo, “las melodías de John Williams son simples, se pueden cantar, la gente las puede aprender de memoria, pero a la vez están muy bien orquestadas, armonizadas y producidas. Y lo más importante en música de películas: cuentan cosas que la imagen no está diciendo”.

Este año este gran artista vuelve a ser candidato a los Oscar por la última película de esa serie Star Wars: El despertar de la fuerza. Esta noche sabremos si ganó su sexta estatuilla. Lo gane o no, estoy seguro de que mañana lunes estará en su mesa de trabajo creando sonidos.

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Lo lleva haciendo día a día desde 1958. Desde entonces John Williams lleva sobre sus espaldas más de cien bandas sonoras de películas en todos los géneros, de las cuales legó al imaginario colectivo de tres generaciones las músicas que nos acompañan en la tristeza (ese lastimoso violín de La lista de Schindler), los sueños de la niñez (esa delicada melodía en las cuerdas durante la escena de las bicicletas voladoras en E.T. el extraterrestre), el peligro de la maldad (los timbales insistentes de Darth Vader) o la fascinación de la magia (el tema principal de Harry Potter).

Escuchando las asombrosas melodías de John Williams, todos volvemos a ser niños.

Sus partituras vuelven la vista atrás, a la gran música sinfónica para películas del Hollywood de los años 40, pero sin que parezcan a anticuadas. Las grandes orquestas, de la Filarmónica de Berlín a la Sinfónica de Boston, suelen incluir su música en los conciertos.

Y no solo las bandas sonoras: Williams ha compuesto música “culta”, conciertos y obras de cámara, y temas para las más diversas ocasiones y celebraciones, incluyendo cuatro juegos olímpicos y tres informativos de televisión.

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Sí: estamos rodeados de la música de John Williams. Podríamos sentar a casi cualquier persona que afirma no haber escuchado música sinfónica en su vida y sería capaz de reconocer al menos diez melodías de Williams. Sin saber que son de él, por supuesto, porque el valor supremo de un creador de músicas es que sepamos tararearlo, silbarlo, mover las manos y esbozar una sonrisa… y que su nombre no nos suene.

Es que la música de John Williams parece surgirnos de un rincón secreto de nuestra propia sensibilidad. Es tan perfecta que imaginamos que las escenas de las películas que tuvieron la fortuna de contar con su banda sonora fueron hechas sin música, y la música se la vamos poniendo nosotros a medida que se suceden las escenas. No pueden tener otra: es la música que les va.

Por eso yo creo que John Williams es un extraterrestre de los que vienen en el enorme platillo volador de Encuentros cercanos del tercer tipo. Sí, habla y muy bien. En la grabación de la clase magistral que da a alumnos de cine con su gran aliado Spielberg se expresa con soltura, con humildad, con gracia, con mucha precisión. Pero su forma de comunicación es la música y mediante la música nos llega al alma.

Y por eso creo que Encuentros cercanos es la película que mejor lo define: como los científicos que buscan una forma de entenderse sin palabras con seres de otra galaxia, John Williams diseña una vez y otra vez (¿cómo lo hace?) melodías profundas en su sencillez, que quedan colgada en el aire, y un segundo antes de disolverse en el silencio, se prenden a nuestra memoria como si siempre hubieran estado ahí.    

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28 de febrero de 2016
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¿Puede lo destruido por el ISIS volver a la vida?

Después de la Segunda Guerra Mundial, muchas ciudades europeas reconstruyeron sus centros históricos, sus catedrales y sus palacios piedra a piedra, para que se vieran como si los bombardeos nunca los hubieran tocado. Fue una laboriosa y fascinante tarea de reparación emprendida unos años después del final del conflicto.

Pero esta época es mucho más confusa y mucho más rápida que aquella: ahora las reconstrucciones se llevan a cabo en medio de la guerra, en plena destrucción, siguiendo los pasos de los demoledores de la memoria.

La artista iraní Morehshin Allahyari lidera unl proyecto artístico, político y tecnológico: recuperar las obras antiguas destruidas por el Estado Islámico a medida que avanzan las huestes de Daesh por los desierto se Siria e Irak. El proyecto se llama “Material Speculation: ISIS”

Para ello reconstruyen las esculturas recién demolidas diseñándolas por ordenador para posteriormente imprimirlas en 3D. Como es arte digital que corporiza una máquina, se pueden imprimir cuantas veces se quiera.

Por ejemplo, la foto que acompaña esta noticia muestra la resurrección de una estatua de la era Romana del Rey Uthal de Hatra, obra que fue destruida por Estado Islámico hace un año.

¡Ojalá se pudiera volver a la vida a los “herejes” decapitados, a las mujeres lapidadas, a los homosexuales arrojados desde terrazas! El primero que reviviría yo sería el valiente arqueólogo Khaled al-Asaad, torturado y asesinado por negarse a revelar el sitio de los tesoros del sitio de Palmira. Ni la más avanzada tecnología es todavía capaz de revertir esos horrores.

Con la recreación de estatuas como la del Rey Uthal, el grupo de Morehshin Allahyari espera “reparar la historia y la memoria”, porque el proyecto “va más allá del gesto metafórico”. Cada escultura guarda en su interior un lápiz USB. “Como cápsulas de tiempo, estos objetos están sellados y guardan el pasado para las generaciones futuras”. Los lápices de memoria incluyen imágenes, mapas de dónde se construyeron y destruyeron los objetos, archivos PDF y videos.

Esta alianza de arte, lucha contra el olvido y tecnología de impresión 3D es el último de los instrumentos de la lucha por la memoria y contra el fanatismo destructor. Lo único que falta es que en esta Europa pusilánime, estas estatuas de cuerpos libres de pecado no se tapen después al paso de los clérigos con petrodólares.

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26 de febrero de 2016
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El alumno de mi ex alumno me entrevista sobre periodismo narrativo

El mayor orgullo de los profesores es cuando nuestros alumnos se convierten en maestros.

Hace ocho años, el gallego/puertorriqueño Carlos Vázquez se lanzó con valentía y suma pericia a hacer un gran trabajo final en el Máster en Periodismo BCN_NY de la Universidad de Barcelona: con su compañero, el sudanés Awad Mohamed Awad-Youssif, recorrieron un país al borde de la división. Con el trabajo de Carlos y Awad aprendí mucho de Sudán, del lugar del pasado y la memoria en la identidad, sobre todo de periodismo.

Hoy Carlos Vázquez enseña en la Universidad del Sagrado Corazón en Puerto Rico. Araíz de mi libro Periodismo narrativo, un alumno de Carlos me entrevista a distancia. Por sus preguntas precisas y directas noto que está en manos de un buen maestro. 

Esta es la entrevista que me hizo Luis Aponte, alumno de periodismo puertorriqueño.  

¿Qué definición podría dar del periodismo narrativo?

Informar contando. Tan simple como eso. “Déjame que te cuente…”, como decía Chabuca Granda cuando empezaba a contar en su canción la historia de La flor de la canela. Yo creo que es la forma más natural de transmitir información, pero en estos tiempos se ha convertido en una rareza. No es un estilo, admite muchísimos. Casi tantos como autores. No es un género: caben la crónica, el perfil, el reportaje y hasta la entrevista y el análisis narrado.

¿Hasta qué punto la literatura tiene que ver con el periodismo narrativo?

El periodismo narrativo se emparenta con la literatura porque se centra en contar una buena historia de la manera más clara y atractiva posible. La única diferencia es que en el contrato tácito con el lector, los periodistas narrativos prometemos que todo lo que vamos a contar es cierto: que los personajes existen, que hicieron lo que decimos que hicieron y que dijeron lo que les atribuimos. Si hay análisis y opiniones, esas sí corren por nuestra cuenta, pero el lector tiene que saber que está ante una historia cierta.

Uno de los puntos de debate es el tema de si la narración debe ser clara, fácilmente comprensible. En estos tiempos de poca lectura, sobre todo por parte de muchos jóvenes, cada vez es más difícil saber qué es fácil de entender y qué no. Por eso creo que los mejores escritores y los mejores lectores de periodismo narrativo son los que también leen ficción, poesía, ensayos, los ven películas y series buenas, los que van a exposiciones de arte, los que están al tanto de las corrientes artísticas.

¿Es claro Shakespeare? El formarse como lector o como público de teatro y cine consiste, entre otras cosas, en lograr que Shakespeare te sea claro. Pero es un error, pienso yo, rebajar el arte y la complejidad de lo que escribimos para que lo entiendan los que no quieren hacer el más mínimo esfuerzo. Entender un texto que intenta contar la vida tal como es lleva tanto esfuerzo como entender la vida misma.

Usted tituló su libro: "Periodismo Narrativo: cómo contar la realidad con las armas de ficción." ¿A qué exactamente se refirió al plantear eso?

En la edición centroamericana de mi libro, publicada por Germinal en Costa Rica, esa relación con la palabra “armas” es muy directa: en la tapa hay un dibujo de un fusil que se transforma en un lapicero. Es un desafió, tal vez una broma macabra en una región muy violenta. La pluma, o el teclado de la computadora, es nuestra arma. Pero con arma me refiero básicamente a una herramienta que sirve para actuar sobre la realidad. Y la ficción, que es la parte principal de la literatura, ha creado formas, estructuras, estilos, modos de percibir y de estructurar y narrar y jugar con las palabras y reflexionar en voz alta sobre aquello mismo que se está escribiendo. De todo lo que inventa, crea, juega, propone la literatura, el periodismo narrativo puede aprender y “copiar” en el buen sentido, para que su relato sea de alto nivel, creativo, atractivo, y también y especialmente, que ayude a entender y ver mejor la realidad.

¿Cuál es la principal diferencia entre el Periodismo Narrativo y el estilo tradicional periodístico?

En mi libro dejo en claro que no creo que proponer, recomendar o hablar bien del periodismo narrativo tenga necesariamente que basarse en hablar mal o insultar al llamado “periodismo tradicional”. La llamada “pirámide invertida”, el contar brevemente qué pasó, quién lo hizo, cuándo, dónde, por qué… empezando por lo más importante y sin pensar en una estructura narrativa sino en un listado de datos, es necesario para dar noticias urgentes y muchas veces, útil para enterarse de lo que acaba de suceder. Transmitir información de forma sencilla, directa, rápida. El género de la noticia. No hay nada malo en eso.

Pero el periodismo narrativo es para periodistas con ganas, talento y ambición de hacer otra cosa: ganas de hacer literatura de no ficción, contar con tiempo y gusto por la creación, el estilo artístico y la estructura original, una historia mediante la cual se entienda mejor lo que sucede. Como yo lo explico a mis alumnos, la noticia te informa de lo que pasa. El periodismo narrativo te permite entender qué nos está pasando, y por qué.

Mucha gente ve el periodismo narrativo como un estilo complicado, y que se va fuera de lo que es realmente periodismo. ¿Qué opina usted sobre eso?

Entender una realidad complicada exige un cierto esfuerzo. El mundo es complicado. Nuestra propia vida es complicada. Una vez dicen que le pidieron a Einstein que explicara la teoría de la relatividad en un minuto y con palabras simples. Dijo que podía hacerlo… pero que no sería la teoría de la relatividad. ¿Qué son los puertorriqueños, por ejemplo? ¿Cómo se sienten? ¿Latinoamericanos, estadounidenses, un poco de cada cosa? ¿Se sienten cómodos en su actual estatus en Estados Unidos? ¿Y esto cambió de la época de tus abuelos a la de tus padres y a la tuya? Cuando se miran en el espejo, ¿qué ven?

Mediante las armas del periodismo narrativo, yo puedo seguir por ejemplo a varios habitantes de la isla durante un mes, tal vez hombres y mujeres de tres generaciones distintas, y tratar de entender qué son, quiénes son, cuál es su compleja identidad colectiva, su pertenencia, su relación con los dos mundos – el latinoamericano y el angloparlante – donde están en complejo balance. Y contar su historia a través de lo que hacen y dicen.

Lo que quiero decir con este ejemplo es que si uno quiere entender una realidad más profunda que la cáscara, tiene que bucear, y que el periodismo narrativo nos ayuda a eso. Si la pregunta es básica, simple, y llamas periodismo narrativo a contar lo simple con palabras complicadas y frases largas… entonces estoy de acuerdo en que no es necesario. ¡Y que no es periodismoni ná

¿Puede mencionar algunos próceres del periodismo narrativo, y si tiene un favorito?

 

Primero, mi maestro, Ryszard Kapuscinski. En Puerto Rico está la académica que mejor lo ha estudiado en idioma castellano: Sarah Platt. Su tesis de doctorado sobre la obra del polaco es modélica. Yo le dedico a Kapuscinski un capítulo entero de Periodismo narrativo (a los otros autores los pongo en grupos de tres o cuatro). Ahora estoy leyendo y escribiendo mucho sobre una autora que admiro muchísimo: la mexicana Elena Poniatowska. Y de los periodistas narrativos de mi país, Argentina, mi preferido, un genio de la literatura de lo real, es Tomás Eloy Martínez. De los maestros del nuevo periodismo estadounidense, mi preferido es Gay Talese.

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19 de febrero de 2016
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